Adelanto de Libros
“La muerte de Felipe Ángeles” por Nellie Campobello
“Fusilados” es una de las tres partes de “Cartucho”, la obra más representativa de Campobello, donde narra, desde un punto de vista infantil, lo más crudo de la lucha revolucionaria en el norte del país.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Entre los libros ligeros, pero de profundo contenido literario y de a 20 pesos el ejemplar, se encuentran aquellos de la colección “Vientos del Pueblo”, editados por el Fondo de Cultura Económica que dirige el escritor Paco Ignacio Taibo II.
El título que abrió esta colección es “De noche vienes”, de Elena Poniatowska, sobresaliendo asimismo otras literatas notables en ella, por ejemplo: Rosario Castellanos (“Los convidados de agosto”), Liliana Colanzi (“Chaco”), María Fernanda Ampuero (Subasta”), Inés Arredondo (“La sunamita”) y Nellie Campobello con “Fusilados”; ilustrado éste por Jessica Ocampo y del cual ofrecemos el siguiente relato “La muerte de Felipe Ángeles”.
“Fusilados” es una de las tres partes de “Cartucho”, la obra más representativa de Campobello, donde narra, desde un punto de vista infantil, lo más crudo de la lucha revolucionaria en el norte del país. Su nombre real fue Francisca Ernestina Campobello. Nació en Villa de Ocampo, Durango, el 7 de noviembre de 1900. Nellie Campobello dedicó su vida a la danza y a la escritura, sus dos grandes pasiones.
Murió el 9 de julio de 1986, en Progreso de Obregón.
Fusilado
“Traen a Felipe Ángeles con otros prisioneros. No los matan”, decía la gente.
Yo pensé que sería un general como casi todos los villistas: el periódico traía el retrato de un viejito de cabellos blancos, sin barba, zapatos tenis, vestido con unas hilachas, la cara muy triste.
“Le harán Consejo de Guerra”, decían los periódicos.
Eran tres prisioneros: Trillito, de unos catorce años; Arce, ya un hombre, y Ángeles. Nos fuimos corriendo mi hermanito y yo hasta el teatro de los Héroes; no supimos ni cómo llegamos hasta junto al escenario, allí había un círculo de hombres, en el lado derecho una mesa, en el izquierdo otro mueble, no me acuerdo cómo era; junto a él, el agente del Ministerio Público, un abogado de nombre Victores Prieto. En la platea del lado derecho estaba Diéguez. Sentado en el círculo, Escobar. Acá, junto a las candilejas, estaban sentados los prisioneros. Ángeles en medio, Trillito junto a los focos.
Interrogó la mesa grande, dijo algo de Felipe Ángeles. Se levantó el prisionero, con las manos cruzadas por detrás. (Digo exactamente lo que se me quedó grabado, no acordándome de palabras raras, nombres que yo no comprendí.)
“Antes de todo –dijo Ángeles--, deseo dar las gracias al coronel Otero por las atenciones que ha tenido conmigo, este traje [un traje color café, que le nadaba] me lo mandó para que pudiera presentarme ante ustedes.” (Se abrió de brazos para que pudieran ver que le quedaba grande).
Nadie le contestó. Él siguió:
“Sé que me van a matar, QUIEREN MATARME; éste no en un Consejo de Guerra. Para un Consejo de Guerra se necesita esto y esto, tantos generales, tanto de esto y tanto más para acá”, y les contaba con los dedos, palabras difíciles que yo no me acuerdo.
“No por mi culpa van a morir –dijo señalando a los otros acusados—este chiquillo, que su único delito es que me iba a ver para que le curara una pierna, y este otro muchacho; ellos no tienen más culpa que haber estado junto conmigo en el momento en que me aprehendieron. Yo andaba con Villa porque era mi amigo; al irme con él para la sierra, fue para aplacarlo, yo le discutía y le pude quitar muchas cosas de la cabeza. En una ocasión discutimos una noche entera, varias veces quiso sacar la pistola, estábamos en ‘x’ rancho, nos amaneció, todo creían que yo estaba muerto al otro día.”
“¿Y llama usted labor pacífica andar saqueando casas y quemando pueblos como lo hicieron en Ciudad Juárez?”, dijo el hombre de las polainas, creo que era Escobar. Ángeles negó; el de las polainas, con voz gruesa, gritó:
“Yo mismo los combatí”.
Hablaron bastante, no recuerdo qué, lo que sí tengo presente fue cuando Ángeles les dijo que estaban reunidos sin ser un Consejo de Guerra. Yo e, yo i, yo o, y habló de New York, de México, de Francia, del mundo. Como hablaba de artillería y cañones, yo creí que el nombre de sus cañones era New York, etcétera… el cordón de hombres oía, oía, oía…
Mamá se enojó, dijo:
“¿No ven que dice que Villa puede entrar de un momento a otro hasta el teatro, para liberar a Ángeles? La matazón que habrá será terrible”. Nos encerraron; ya no pudimos oír hablar al señor del traje café.
Ya lo habían fusilado.
Fui con Mamá a verlo, no estaba dentro de la caja, tenía un traje negro y unos algodones en las orejas, los ojos bien cerrados, la cara como cansada de haber estado hablando los días que duró el Consejo de Guerra –creo que fueron tres días--. Pepita Chacón estuvo platicando con Mamá, no le perdí palabra. Estuvo a verlo la noche anterior, estaba cenando pollo, le dio mucho gusto cuando la vio; se conocían de años. Cuando vio al de traje negro dejando una silla, preguntó:
“¿Quién mandó esto?
Alguien le dijo:
“La familia Revilla”.
“Para qué se molestan, ellos están muy mal, a mí me pueden enterrar con éste”, y lo decía lentamente tomando su café. Que cuando se despidieron, le dijo:
“Oiga, Pepita, ¿y aquella señora que usted me presentó un día en su casa?”
“Se murió, general, está en el cielo, allá me la saluda.”
Pepita aseguró a Mamá que Ángeles, con una sonrisa caballerosa, contestó:
“Sí, se la saludaré con mucho gusto”.