Claudia Sheinbaum
Sheinbaum, ¿fidelidad o complicidad?
Pese a la cada vez más evidente relación de su mentor con el crimen organizado, ¿la constante defensa que la llamada “presidenta” hace de él, es un acto de fidelidad o de complicidad?Las virtudes, esas cualidades que llevan hacer el bien y son la base de la ética, no sólo se han difuminado en la era de la posverdad hasta confundirse con sus contrarios, los vicios. Su confusión parece ser en México una condición de los políticos y gobernantes desde el triunfo de la Revolución. Me ocupo aquí, en relación con Claudia Sheinbaum y su vínculo con López Obrador, de una de esas virtudes: la fidelidad.
Pese a la cada vez más evidente relación de su mentor con el crimen organizado, ¿la constante defensa que la llamada “presidenta” hace de él, es un acto de fidelidad o de complicidad?
Aun cuando “fidelidad” (fidelis = respeto a algo o alguien) y “complicidad” (complicitas = plegarse, entrelazarse, implicarse con algo o alguien) vienen de raíces diferentes, tienden a confundirse.
La fidelidad, sin embargo, no sólo está ligada al bien y a la memoria de ese bien, como toda virtud; es, a su vez, dice Compte-Sponville, 'el por qué y el para qué de las virtudes. No habría justicia sin la fidelidad de los justos; paz sin la fidelidad de los mansos, libertad sin la fidelidad de los espíritus libre', sentido de lo humano, sin la fidelidad a lo y los que amamos.
La fidelidad es por lo mismo lo contrario a la complicidad. La primera implica el respeto y, como digo, la memoria de un bien. La segunda, el olvido y el interés de un provecho mutuo que anuncia un futuro promisorio para los cómplices. Cuando la complicidad pierde sus objetivos y se reduce a las puras emociones la psicología la llama codependencia o relación tóxica. Todas las barbaries de este y del siglo anterior se han cometido en nombre del futuro y bajo el signo de complicidades tóxicas –el reino prometido, el Reich de mil años, las mañanas que cantan, la América Blanca, la Cuarta Transformación...–, jamás de la memoria. Por el contrario, la memoria, la fidelidad a un pasado humano, ha permitido siempre resistir. “No existe una moral del porvenir. Toda verdadera cultura viene del pasado. Sólo existe la moral fiel” (Compt-Sponville).
Visto desde allí, Claudia Sheinbaum debe ser fiel a López Obrador –el amigo, el mentor–, pero también, como representante de la nación a algo a lo que el expresidente fue infiel durante su mandato –a las víctimas, a la democracia, a la honestidad, al medioambiente–. Cuando Sheinbaum no sólo protege a quienes hicieron posibles esas traiciones mediante actos de corrupción y complicidades con el crimen organizado, sino que exculpa, encubre y llena de elogios a su artífice, Claudia –a menos de ser una codependiente– confunde fidelidad con complicidad. El futuro de la Cuarta Transformación –eso que llaman “el segundo piso”– no debería ser motivo de esa falsa fidelidad.
Ser fiel a las ideas que nos heredaron nuestros maestros no significa asumirlas por completo, junto con sus errores. Eso es obstinación. Tampoco se trata de cambiarlas, eso es versatilidad. Ambas son excesos que desequilibran la fidelidad que es su justo medio. Así como la versatilidad justifica la ironía del verdadero Marx, Groucho –“Estos son mis principios y si no les gustan tengo otros”–, la fidelidad no excusa todo: ser fiel a las traiciones de un maestro es peor que renegar de él, es ser su cómplice.
Los nazis, vuelvo a Compte-Sponville, juraban fidelidad a Hitler y al Tercer Reich. Su confianza en el caudillo y en su reino de los mil años era criminal. Así como “la fidelidad a la estupidez –afirma Vladimir Jankélévich– es una estupidez más”, la fidelidad al mal es complicidad. “Nadie –continúa el filósofo y musicólogo– puede decir que el resentimiento es una virtud, aunque sea fiel a sus odios y a sus cóleras; la buena memoria de los agravios es mala fidelidad”.
Junto con todos sus cómplices, López Obrador debería comparecer ante la justicia (México exige un maxiproceso o una justicia transicional, que implicaría también juzgar a los gobernantes de los sexenios anteriores). Sin embargo, por fidelidad al mentor y al amigo, Sheinbaum debería, en primer lugar, mirarse en el espejo de Lázaro Cárdenas, y como lo hizo éste con Calles, sacarlo de su casa en Palenque, subirlo a un avión y enviarlo, no a California, sino a Cuba.
En segundo lugar, por fidelidad a sus ideas, llevar ante la justicia a sus cómplices –incluyendo a sus hijos– e iniciar un proceso transicional hacia un Estado de derecho que sólo por destellos hemos conocido a lo largo de una historia llena de ignominiosas complicidades.
Por desgracia y contra las ilusiones de muchos, Sheinbaum no lo hará. A menos de que sea en realidad una codependiente –lo que, dado el caso, debería tratar en un diván y no en sus “mañaneras”–, Claudia es demasiado obstinada y rígida para una verdadera fidelidad. Al confundirla con la connivencia, no sólo repite y hace más intrincadas las redes de complicidad criminal que han caracterizado la esclerosis del Estado mexicano, dirige su persona y su condición de mandataria a la ruina y al país a un infierno más hondo y más violento. A causa de esa confusión, padecemos desde hace décadas una guerra intestina que ahora amenaza con volverse civil. La complicidad, a la vez que degrada a las personas, lleva en política a la destrucción y la muerte.
Además, opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.
Texto de Opinión publicado en la edición 0029 de la revista Proceso, correspondiente a noviembre de 2025, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este enlace.