Javier Sicilia
Crisis sin crisis
Iván Illich asoció la crisis con la noción de “contraproductividad”: más allá de ciertos límites, las instituciones que se crearon para determinados fines producen lo contrario. Para contrarrestar la crisis proponía establecer límites que devolviera a las sociedades su equilibrio.Cerramos y abrimos el año en crisis, crisis de violencia, crisis política, crisis de Estado, crisis de las instituciones, crisis civilizatoria... Donde volvemos la mirada, la crisis aparece. Solemos relacionarla con el desastre. La palabra, sin embargo, se refiere a un momento de dificultad que debe resolverse. Su etimología es importante, significa “separar”, “decidir”, emitir un juicio frente algo que se quebró y hay que reparar. De allí, por ejemplo, las palabras “crítica”, que significa “análisis”, “estudio”, y “criterio”, que quiere decir “analizar de manera adecuada”.
Iván Illich asoció la crisis con la noción de “contraproductividad”: más allá de ciertos límites, las instituciones que se crearon para determinados fines producen lo contrario. Lo demostró en la década de los setenta con la escuela, el transporte, la herramienta y la medicina. Las cuatro, decía, habían rebasado ese umbral y comenzaban a producir ignorancia, parálisis, enfermedad, dependencia y devastación de la naturaleza y las culturas. Para contrarrestar la crisis proponía establecer límites que devolviera a las sociedades su equilibrio y a la gente su autonomía y su creatividad.
En la década de los ochenta se dio cuenta de que eso era imposible. Lejos de haber tomado el camino correcto, las sociedades se habían vuelto adictas a esas ofertas institucionales, cuya demanda, además de destruir las culturas, la naturaleza y la autonomía, era imposible de satisfacer.
Illich abordó las causas de esa adicción. La más importante es que las instituciones modernas de servicio no son, como Illich lo había pensado en la década de los setenta, herramientas que mediante ciertos ajustes podrían recuperar su escala humana, sino, como lo dijo después, subsistemas de un enorme sistema, cuya imagen es la computadora que, a diferencia de las herramientas autónomas e incuso de las heterónomas de la era industrial, no tiene fines específicos ni distalidad –distancia entre la herramienta y el cuerpo– ni exterioridad, sino un conjunto de subsistemas interconectados.
Así, la escuela está conectada con el transporte, con la medicina, con la energía, la seguridad, el empleo… y todas ellas con la idea de que mayores dosis de sus productos aumentarán su eficacia. Enchufados a ellos e incapaces de escapar de sus redes nos volvemos súbditos de una contraproductividad que nos vuelve más estúpidos y bárbaros en nuestro saber, más lentos en nuestra prisa, más enfermos en nuestras ansias de salud, más dependientes de una seguridad que el Estado ya no puede proporcionar porque, al igual que esas instituciones que protege y sirve, rebasó también sus límites…
Fragmento del texto de Opinión publicado en la edición 0019 de la revista Proceso, correspondiente a enero de 2025, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este enlace.