Opinión
El tercer imperio. Ostentación, lujo y desobediencia
Si bien se ve que ningún político gobiernista ha sabido administrar Pemex, CFE o Segalmex, en cambio han demostrado que sí saben administrar el modesto salario que perciben como servidores públicos.El lunes 28 de julio apareció la siguiente declaración de la presidenta Claudia Sheinbaum: “Los gobernantes debemos vivir en la justa medianía. (...) Nada de aquellos gobernantes que se cuidaban con guaruras, que nunca estaban cerca de la gente”, dijo la mandataria en medio de cuestionamientos a figuras de la 4T captadas mientras vacacionaban en hoteles exclusivos en el extranjero. “No puede haber gobierno rico con pueblo pobre” (Proceso, 28 de julio de 2025).
Sheinbaum predica en el desierto; una y otra vez llama a quienes, en teoría, son sus subordinados: secretarios, gobernadores, legisladores, ministros de la Corte y líderes de su partido, a actuar con moderación. Palabras y más palabras. Pobre, nadie le hace caso; repica a misa en despoblado y a oídos sordos. Carece de imperio; es incapaz de imponer sus determinaciones y de alcanzar obediencia de parte de Mario Delgado, Ricardo Monreal, Gerardo Fernández Noroña y del tal Andy López Beltrán, “hijo del mejor presidente que ha tenido México”.
La ostentación, como la vista, es muy natural. No se controla por decreto; no están exentos de ella, y de sus vicios, quienes tienen o predican una ideología supuestamente de izquierda. Los izquierdosos, aun los más convencidos y radicales, tan pronto saborearon las mieles del poder se hicieron a los nuevos modos; demostraron que no estaban vacunados contra el mal de la ostentación. Sólo les falta gritar: “viva el capitalismo y muera el comunismo”.

Sheinbaum, al amonestar a su gente, pasa por alto que, como dice Veblen, el lujo vicario es necesario tanto en las relaciones interpersonales como las que se dan entre autoridad y súbditos. Éstos se someten cuando ven que quienes los gobiernan son superiores a ellos, viven mejor que ellos y tienen guaruras que los protegen de los impertinentes como ellos.
No sé de dónde fue a sacar Sheinbaum la idea de que el poder es humildad; no creo que la haya encontrado en los grandes del pensamiento político: Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes, Montesquieu y otros. La ostentación es inherente al poder: se exhibe riqueza, autoridad, fuerza o belleza con el fin de impresionar, atemorizar, dominar y alcanzar sometimiento. Con la ostentación se muestra que se es superior.
Los grandes centros de ostentación del pasado, los que existen en los Estados Unidos de América, por el temor que hay a ser detenido o, simplemente, por el miedo a que se le retire la visa, ha llevado a muchos morenos a tener que viajar a Europa y Asia. Quienes lo hacen saben que serán retratados al entrar o salir de los hoteles o restaurantes de lujo. A pesar de ello lo siguen haciendo. ¿Qué significa eso? Algo muy sencillo: a mí me vale una y dos con sal lo que diga la presidenta. Ella, por no haber asumido plenamente el poder, no tiene autoridad sobre mí.
Los morenistas saben que viajar a Cuba, Venezuela, Nicaragua o a Corea del Norte no da pedigrí ni realza el ego. Mugrosos países tercermundista en los que no hay nada que comprar, relojes de lujo que adquirir, restaurantes caros en los que exhibirse u hoteles de lujo que vayan de acuerdo con su nuevo estatus.
En el pasado algunos de los que ahora se dicen morenistas se escandalizaban por la ostentación en que incurrían los priistas, los panistas y, en general, los burgueses enriquecidos. Cuando veían actos sociales en los que la plutocracia exhibía su riqueza, amenazaban con una revolución para arrebatarles lo que tenían y darlo a los pobres.
Si bien se ve que ningún político gobiernista ha sabido administrar Pemex, CFE o Segalmex, en cambio han demostrado que sí saben administrar el modesto salario que perciben como servidores públicos. Me niego a creer que ellos pagan sus lujos con dinero público, con ingresos mal habidos o por haber entrado al negocio de las “pastillas”.
El ofrecer beneficiar a los pobres siempre ha sido y será un buen pretexto para hacer política. En Morena bien que lo saben. Lenia Batres, promoviéndose como ministra del pueblo, no llega a su oficina en la Corte utilizando los servicios del Metro y cargando sus expedientes. Se le ha visto bajar de grandes camionetas, con chofer, guaruras y asistentes. Nada de lo que era su existencia en la vecindad donde vivía y en donde la grabaron repartiendo bendiciones a sus vecinos.
Los morenistas han perdido autoridad y crédito frente al electorado. Sus críticas a los panistas y priistas se debían a que ellos no tenían acceso a los privilegios que da el poder. No eran sinceras.
La conclusión final es: todos los políticos. incluyendo a los de origen morenista, son iguales. Sólo los distingue el grado de hipocresía con que unos y otros se conducen. Para hipócritas, esos morenos se dibujan y pintan solos.
En el caso de la ostentación con la que se comportan los morenos, no está de por medio una simple exhibición: son auténticos actos de desobediencia; le están gritando a su presidenta: hago lo que quiero porque no te reconozco autoridad; no te debo nada; me basta la anuencia de quien detenta el poder real y éste ya no está en Palacio Nacional.
Los autores de la Segunda Transformación: Benito Juárez, Guillermo Prieto, León Guzmán, Francisco Zarco, Ignacio Manuel Altamirano: austeros, sencillos, pobres y humildes, nada tienen que ver con estos que ahora se dicen conformar y promover la Cuarta Transformación. Para enterrar a Zarco, que había sido secretario de Hacienda, hubo necesidad de hacer una colecta entre los trabajadores del taller donde laboraba, por cuanto a que su familia no contaba con los recursos para ello. De Altamirano alguien dijo: éste habla así por el hambre que tiene, lo que era absolutamente cierto. Don Guillermo Prieto vivía en el sótano de una vecindad que era propiedad de Lucas Alamán. El propio presidente Juárez, en Paso del Norte, se encerraba en su cuarto y, con hilo y aguja, cosía el único traje que tenía.
Esos sí eran patricios, no los que nos gobiernan. Éstos, más que Cuarta Transformación, se han convertido en un tercer imperio. Por sus excesos y ostentación más son dignos sucesores de Iturbide y Maximiliano que de Juárez y demás próceres.