Ucrania

Una guerra en punto muerto

La guerra de Ucrania está a punto de cumplir 500 días sin que se vislumbre el fin del conflicto. Pese a la ayuda militar masiva de Estados Unidos y Europa a Ucrania, Rusia sigue presente en las regiones orientales que invadió, pero no puede avanzar más.
viernes, 2 de junio de 2023 · 18:37

El conflicto por la invasión de Rusia a Ucrania está en un momento en el que ninguna de las partes tiene la capacidad de imponerse. Si bien las tropas rusas están en territorio anexado, no pueden avanzar por la resistencia de las fuerzas locales, apoyadas con armamento de occidente. El diplomático de carrera Maxime Lefebvre, catedrático de la Escuela de Estudios Políticos de París, hace una reflexión sobre este impasse y lo que cada bando podría aceptar para lograr una salida diplomática al conflicto: Ucrania, la pérdida de territorio, y Rusia, reconocer que no puede seguir. Con autorización del autor, se reproduce su análisis publicado el 22 de mayo último en la plataforma digital “The Conversation”.

PARÍS (Proceso).– La guerra de Ucrania está a punto de cumplir 500 días sin que se vislumbre el fin del conflicto. Pese a la ayuda militar masiva de Estados Unidos y Europa a Ucrania, Rusia sigue presente en las regiones orientales que invadió, pero no puede avanzar más. En realidad hoy ninguno de los dos beligerantes está en capacidad de imponerse militarmente. 

¿Cuánto tiempo durará ese punto muerto? ¿Hay espacio para negociaciones de paz, como lo exigen cada vez más lideres del llamado sur global? ¿Sigue vigente la amenaza nuclear? Estas son unas interrogantes que examina Maxime Lefebvre en un análisis que publicó el 22 de mayo último en la plataforma digital “The Conversation”, y que Proceso reproduce con la autorización de su autor.

Diplomático de carrera, Lefebvre es un experto en cuestiones estratégicas y especialista de Rusia, de los países de Europa Oriental, del Cáucaso y de Asia Central. Como colaborador de Hubert Védrine, entonces ministro francés de Relaciones Exteriores, estuvo involucrado de cerca en la problemática de la crisis de Kosovo (1998-1999), y luego en la de la guerra ruso-georgiana (2008), como integrante del Consejo de la Unión Europea.

Maxime Lefebvre se desempeña también como catedrático de la Escuela de Estudios Políticos de París.

Un mayor costo para Kiev

Para “The Conversation”, Lefebvre explicó que, cuando un conflicto no termina con la capitulación del adversario, como ocurrió en el caso de Alemania y Japón en 1945, acaba con negociaciones.

Esa segunda conclusión es la más frecuente. Entre otros ejemplos se puede citar las negociaciones que pusieron fin a la guerra de Corea en 1953, a la guerra Iran- Irak en 1988 y más recientemente a la guerra ruso-georgiana de 2008.

Hace más de un año que empezó la guerra en Ucrania. Al principio del conflicto, después del fracaso de la invasión rusa, se iniciaron pláticas entre ucranianos y rusos, pero tuvieron un alcance limitado y sólo desembocaron en un intercambio de presos.

Poco después los beligerantes entablaron negociaciones bajo los auspicios de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y de Turquía para lograr un acuerdo sobre la exportación de cereales y fertilizantes rusos. Dicho acuerdo sigue vigente y se reactiva regularmente.

Se dieron intentos de intercesión por parte de Francia, Israel y, otra vez, de Turquía. Más recientemente, en febrero último, Pekín puso sobre la mesa un “plan de paz” bastante vago. Luego se manifestó el activismo del presidente brasileño, Lula da Silva, que envió un emisario a Putin al tiempo que lanzó la idea de una mediación tripartita, integrada por Brasil, China y Emiratos Árabes Unidos.

Pero, pese a todos estos esfuerzos, el conflicto sigue. Hoy no se trata de saber lo que podría hacer la diplomacia, sino de entender el porqué todavía no ha llegado la hora de la diplomacia.

Dos razones explican fundamentalmente esa situación: en primera instancia la negativa por parte de Ucrania de acatar la mínima pérdida de su territorio y luego el callejón sin salida en el que se encerró Vladimir Putin.

Sólo después de haber superado estos dos obstáculos se podrá plantear la cuestión del “método” más adecuado para salir del conflicto.

Para echar a andar un proceso de paz es imprescindible que las dos partes consideren que ya no tienen nada que ganar con la continuación del conflicto.

En caso de cese al fuego, inclusive si no se exige el reconocimiento de la soberanía rusa sobre las zonas “anexadas”, Ucrania, que sigue apegada a su objetivo de restauración total de su integridad territorial, se vería amputada provisionalmente –y quizá definitivamente– de una parte de su territorio.

En el estado actual del conflicto, el costo político de un alto al fuego resultaría muchísimo más alto para Kiev que para Moscú. Es la razón por la que Ucrania se aferra a su plan de contraofensiva y denuncia con fuerza la eventualidad de abandonar Crimea, evocada por el presidente brasileño Lula da Silva.

Sin embargo, en caso de que no se dé esa contraofensiva o que fracase, empezará a imponerse la idea de que no existe salida militar del conflicto.

¿Pero cómo sentar las bases de una paz duradera apoyándose sobre un cese al fuego si éste no viene acompañado por un acuerdo sobre fronteras y garantías de seguridad? –cuestiona Lefebvre–.

Como mínimo se debería prever el inicio de discusiones sobre estos temas, tal vez poniendo entre paréntesis el estatus definitivo de los territorios ucranianos actualmente controlados por Rusia y comprometiéndose a organizar a mediano plazo un referéndum de autodeterminación en estas regiones.

Desafortunadamente la experiencia de los acuerdos de Minsk, que incluían precisamente ese tipo de disposiciones y que nunca se concretizaron, dista de inspirar optimismo. Debatir sobre estos puntos ya era sumamente arduo antes de la guerra de Ucrania; es obvio que lo será aún más después.

Entre todas las hipótesis que es preciso examinar no se debe descartar la de una victoria de Ucrania lograda gracias a las armas occidentales. Pero en ese caso surgen dos grandes dificultades.

Soldados rusos. Ejército atascado. Foto: AP / Dmitri Lovetsky

Rusia no es Serbia

Ucrania no es una isla; y aun si Rusia tuviera que batirse en retirada, pues no aceptaría su derrota, seguiría amenazando el territorio ucraniano a partir de las zonas fronterizas entre ambos países. Ese el primer problema.

El segundo es más grave aún: Rusia es una potencia nuclear que en un momento dado –¿en caso de la pérdida de Donbass o de Crimea? ¿En caso de que fuerzas ucranianas crucen la frontera?– podría considerar que peligran sus intereses vitales  y que se justifica la utilización del arma nuclear desde una óptica defensiva.

Y allí nos tropezamos con un factor estratégico fundamental de ese conflicto

–continúa Lefebvre–: los occidentales no pueden derrotar a Rusia como derrotaron a Serbia bombardeándola hasta obligar a Slobodan Milosevic a renunciar a Kosovo en 1999.

Existe además un segundo problema fundamental: Putin aparece ahora como un obstáculo mayor para la paz. Hoy blandece el nacionalismo ruso a la vez para confortar su poder a escala nacional y consolidar su potencia externa. 

Cualquiera que sea la motivación profunda de sus acciones, su violación abierta y no provocada de la soberanía de Ucrania lo llevó a cruzar la línea roja. Y a esa culpa inicial se agregan crímenes de guerra.

Tanto los calificativos de “carnicero”, “asesino” o “matón” usados por los dirigentes estadunidenses para referirse al líder ruso, como la inculpación de Putin por la Corte Penal Internacional, entre muchos otros elementos, demuestran que también está en juego en ese conflicto un cambio de régimen en Rusia.

Es precisamente la razón por la cual el campo occidental convierte el enfrentamiento ruso-ucraniano en “una cuestión de valores” y rehúsa contemplar la posibilidad de una victoria de Putin.

Con su apoyo militar a Ucrania y la multiplicación de las sanciones impuestas a Rusia, lo que busca la estrategia del campo occidental –sin reconocerlo abiertamente ni implicarse directamente en la guerra– es causar cambios políticos en Rusia parecidos a los que se dieron en Serbia en 1999. Pero como lo vimos anteriormente, derrotar completamente a Rusia es imposible y, por lo tanto, los logros de esa estrategia son más que inciertos.

El campo occidental, además, no debería excluir la hipótesis de una radicalización creciente en Moscú, que desembocaría en la llegada al poder de un sucesor de Putin aún menos dispuesto que él a negociar.

Los ejemplos de Bielorrusia, Corea del Norte, Cuba, Irak antes de 2003, e Irán demuestran que un régimen bajo sanciones puede resistir mucho tiempo gracias a su manejo de la fibra nacionalista.

Entonces, ¿sería posible pensar en entablar negociaciones de paz con Putin y volverlo a considerar como interlocutor frecuente? En la política nada es imposible. 

A principios de marzo último, al margen de una reunión de los ministros de relaciones exteriores del G20, celebrada en Nueva Delhi, Antony Blinken, secretario de Estado estadunidense, se reunió con su homólogo ruso, Serguei Lavrov, quien figura en la lista de los políticos sancionados por el campo occidental.

Tres semanas más tarde el mismo Blinken aludió ante el Congreso de Estados Unidos a una lejana posibilidad de discusiones sobre fronteras de Ucrania. En pocas palabras, Washington no descarta nada.

El actual compromiso estadunidense con Ucrania es objeto de crecientes críticas en los rangos del Partido Republicano. Eso abre la posibilidad de que una administración republicana que sucedería al equipo actual de Joe Biden se muestre más favorable a una salida diplomática. Pero al igual que las demás hipótesis, ésta también es incierta.

Sea como sea, si llega la hora de las negociaciones, más vale saber cómo organizarlas.

Lefebvre. Rusia, amenaza permanente. Foto: iei.escpeurope.ue

La Rusia de Putin ya aceptó mediaciones: en 2008 Francia, que asumía entonces la presidencia rotatoria de la UE, se desempeñó como mediadora en el conflicto ruso-georgiano y en 2014 Alemania y Francia intentaron ayudar a resolver el conflicto ruso-ucraniano en el contexto del llamado Format Normandie (serie de reuniones diplomáticas en las que participaron Francia, Alemania, Rusia y Ucrania y que se iniciaron en Normandía).

La polarización del conflicto actual y el endurecimiento de las posiciones entre Rusia y el campo occidental impiden que se vuelva a recurrir al mismo “formato” de negociaciones. Putin, inclusive, acaba de rechazar a Emmanuel Macron como mediador.

China propone un plan de paz, pero su posición no es neutral, pues afirma una amistad sin límites con Rusia. Eso, por cierto, no le impidió jugar un papel de moderadora durante la cumbre del G20 en Bali (del 15 al 16 de noviembre de 2022) en la cual condenó toda utilización eventual del arma nuclear.

Mientras más pasa el tiempo, más se afirma el poder de Pekín, que aparece hoy día como un actor capital de las relaciones internacionales y una de las piedras angulares de la estabilidad mundial. No es inverosímil que la solución del conflicto en Ucrania implique un dialogo directo entre Washington y Pekín.

Otros países podrían pretender jugar un papel de mediador. Brasil y Turquía son bastante activos, como ya lo vimos. La India, por su lado, cuya posición es más neutral que la de China, podría involucrarse más en la problemática ruso-ucraniana, sobre todo durante la nueva Cumbre del G20 que se realizará en Nueva Dehli los próximos 9 y 10 de septiembre.

Queda la ONU, pero la organización se nota en mal estado: su Consejo de Seguridad sigue paralizado por el derecho de veto de las grandes potencias y los principios de la Carta de la ONU fueron pisoteados por la agresión de Rusia contra Ucrania.

El secretario general de la ONU viajó a Moscú y a Kiev en las primeras semanas de la guerra, sin mayor resultado. Sólo alcanzó implicarse en el acuerdo sobre exportación de cereales.

En 1953, para poner fin a la Guerra de Corea, quienes firmaron un armisticio fueron Estados Unidos –en representación de la ONU, puesto que Washington encabezaba la intervención militar a nombre de Naciones Unidas–, Corea del Norte y China. La Unión Soviética actuaba tras bambalinas.

Las negociaciones se iniciaron en 1951 y concluyeron después de la muerte de Stalin. Corea del Sur, que no quería renunciar a la reunificación del país, rehusó firmar el acuerdo. La diplomacia no lo solucionó todo, pero por lo menos callaron las armas.

No se sabe todavía quiénes firmarán algún día el acuerdo que pondrá fin a la guerra de Ucrania. Sin embargo, aun si ese día parece lejano, es tiempo de pensar que llegará y prepararlo –concluye Lefebvre–.

Reportaje publicado en el número 2430 de la edición impresa de Proceso, en circulación desde el 28 de mayo de 2023. 

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