El empresario palestino Bashar Masri sueña desde hace una década con construir Rawabi, una ciudad del siglo XXI que muestre al mundo una cara desconocida de Palestina y dé un paso adelante en la creación de un Estado independiente. La ciudad comenzó a edificarse en 2012 en Cisjordania, a unos 25 kilómetros de Jerusalén, pero las dificultades derivadas de la ocupación israelí han puesto en la cuerda floja en varias ocasiones este colosal –y por momentos utópico– proyecto.
RAWABI, Cisjordania (Proceso).- Los impresionantes edificios desnudos y vacíos alineados sobre una colina salpicada de grúas dan la bienvenida a Rawabi, la primera ciudad palestina totalmente planificada que se construye de la nada en una zona desierta de Cisjordania, entre Ramala, corazón político y financiero palestino, y Jerusalén.
El silencio de sus calles desiertas y pulcras interroga e inquieta al recién llegado. La ausencia de ruido es casi perturbadora en una tierra donde las ciudades son sinónimo de bullicio y donde campea cierta sensación de caos.
“Nuestro objetivo es construir 6 mil casas y llegar a una población de 40 mil habitantes en los próximos siete años. Nuestros precios son entre 20 y 25% más baratos que los de Ramala”, anuncia, a modo de presentación, Jack Nassar, portavoz de la Fundación Rawabi.
Por 200 mil dólares en Rawabi se puede adquirir una casa de 120 metros cuadrados, con cuatro habitaciones, estacionamiento y terraza con vista a un árido pero hermoso paisaje de colinas bíblicas. Pero por ahora en la ciudad viven sólo unas 4 mil personas, y sólo 65% de ellas de tiempo completo.
Rawabi ha sido una carrera de obstáculos para sus fundadores, que en los últimos 10 años se han visto varias veces al borde de la quiebra y a punto de renunciar a su sueño.
“No es sólo un negocio. Si lo fuera, ya lo habría abandonado porque he perdido mucho dinero”, afirma Bashar Masri, el “padre” de la ciudad, un empresario palestino de 57 años, nacido en Nablus, Cisjordania, y que después de residir muchos años en Estados Unidos decidió volver a su tierra y fundar Rawabi, un proyecto al que se consagra en cuerpo y alma desde hace más de 10 años.
“Rawabi es parte de la construcción nacional, un proceso en el que los palestinos estamos inmersos más allá de los altibajos de la política. Somos palestinos, no somos israelíes ni ninguna otra cosa. Estamos construyendo un Estado. Es algo que está ocurriendo, da igual quién nos reconozca como tal o no. Es sólo cuestión de tiempo. Seremos y existiremos”, asegura apasionadamente.
Ciudad del siglo XXI
La idea de construir Rawabi comenzó a concretarse en 2007 y las obras se iniciaron en 2012 en este lugar situado en la llamada Área A de Cisjordania, controlada por la Autoridad Palestina.
Israel ocupó los territorios palestinos en 1967 y, en virtud de los Acuerdos de Oslo, en los noventa, los más de 5 mil 800 kilómetros cuadrados de Cisjordania se dividieron en tres zonas: El Área A, donde se concentran la mayoría de la población palestina y las grandes ciudades y que representa 18% de la superficie; el Área B, que equivale a 21% de Cisjordania y donde el control se reparte entre las autoridades palestina e israelí; y el Área C, 61% de Cisjordania controlado administrativamente y en términos de seguridad por Israel, donde proliferan los asentamientos israelíes en los cuales ya viven más de 300 mil colonos.
Fue una división artificial y temporal, ya que en la mente de los impulsores de Oslo estaba la creación de un Estado palestino independiente en un plazo de cinco años. La realidad ha sido otra y la ausencia de un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos ha hecho que esta organización territorial provisional se perpetúe.
En este contexto, el titánico proyecto de crear una ciudad palestina sólo era posible en el Área A, pese a que el terreno propicio para edificar está sobre todo en el Área C, donde Israel no concede a los palestinos prácticamente ningún permiso para construir.
“El lugar se eligió por la cercanía con Ramala y porque era el mayor espacio existente sin edificar en el Área A. Compramos la tierra a unas 3 mil familias y bautizamos el proyecto Rawabi, que en árabe quiere decir ‘colinas’, en referencia al paisaje que nos rodea”, explica Nassar.
El proyecto de Masri y de sus socios de una empresa pública de Doha, Qatari Diar, es construir una ciudad limpia, moderna, abierta y laica, que se convierta además en un centro de ocio para los palestinos y en un polo que reúna a empresas palestinas y extranjeras del sector de las telecomunicaciones.
“Queremos que sea una ciudad vibrante, que compita con otras de Medio Oriente. Un lugar hecho por y para los palestinos, un orgullo nacional, una vitrina de Palestina. Que el mundo vea que somos un pueblo organizado, perseverante y moderno, no una banda de salvajes o terroristas, como muchas veces nos quieren presentar”, asegura.
Rawabi contará con al menos ocho escuelas –algunas ya en funcionamiento–, un gran hospital y un anfiteatro al aire libre con capacidad para 12 mil personas, que ya ha sido usado para varios espectáculos.
A diferencia de lo que ocurre en otras ciudades palestinas, la basura no estará a la vista, no habrá tanques de agua en los tejados ni desordenados postes de electricidad en las calles. Todas las casas tendrán fibra óptica subterránea, paneles solares y ascensor, algo inédito en Cisjordania. El centro será peatonal, contará con varios parques infantiles, jardines comunitarios y un estadio de futbol. Tiene un centro comercial que fue inaugurado hace dos meses y que ya cuenta con restaurantes y ha atraído a marcas de moda extranjeras.
Carrera de obstáculos
Pero una cosa son los planos de los arquitectos y los planes de Masri y otra la realidad y los problemas derivados de la ocupación, que retrasan las obras y complican trámites que en otros lugares del mundo se resolverían en cuestión de horas.
El primer gran obstáculo fue traer agua corriente a la ciudad. En virtud de los Acuerdos de Oslo, israelíes y palestinos deben gestionar conjuntamente los recursos hídricos de Cisjordania, pero corresponde a Israel atribuir las cuotas del suministro en toda la región, lo cual crea una falta crónica del líquido en todos los territorios palestinos, sobre todo en los calurosos y largos veranos.
Cuando las primeras familias comenzaron a mudarse a Rawabi, la falta de agua corriente paralizó todo durante año y medio. Según sus asesores, Masri perdió 100 millones de dólares y el proyecto Rawabi estuvo a punto de irse a pique. Hoy la ciudad tiene el agua que necesitan las más de 4 mil personas que viven en ella, pero la cuota entregada por Israel debe aumentar en los meses venideros ante la llegada de otros centenares de familias y nuevas empresas.
Hablar de agua aún provoca una mueca de disgusto en Masri: “En este momento contamos con la cantidad de agua apropiada y estábamos trabajando duro para aumentar nuestra cuota. Esta cuota depende prácticamente de la decisión de una persona; ni siquiera he podido saber quién toma este tipo de decisiones en Israel, pero tenemos razones importantes para creer que no nos va a faltar agua en el futuro”, dice con tono misterioso.
El segundo gran problema de Rawabi es el retén militar israelí situado a poca distancia, entre la ciudad y Ramala, que hace que los potenciales compradores de casas duden, porque atravesar este punto de control puede significar horas de espera o, en el peor de los casos, verse bloqueados si Israel decide, por razones de seguridad, cerrar durante horas o días el paso.
El tercer gran problema es la necesidad de construir una carretera amplia y segura que una Rawabi con varias ciudades de Cisjordania. Hasta el momento la única vía de acceso a la ciudad es una ruta estrecha y vieja que pasa por el Área C, controlada por Israel, y que se colapsa los fines de semana, cuando centenares de palestinos acuden a la nueva urbe. Masri ha conseguido que la cuestión de la nueva carretera llegue hasta la Casa Blanca.
A mediados de 2017, el enviado del presidente estadunidense para Medio Oriente, Jason Greenblatt, visitó Rawabi y aseguró sentirse “impresionado” por el proyecto. Masri subrayó ante él los desafíos y problemas vinculados con la ocupación israelí, que “coartan cualquier plan de desarrollo palestino”.
“Sé que él planteó después el problema de la carretera ante importantes miembros del gobierno israelí. No tengo muchos detalles, aunque me consta que la cuestión llegó al gabinete del primer ministro, Benjamín Netanyahu, pero se rechazó de nuevo. Es decir, cero progresos”, lamenta.
Blanco de críticas
Como buen hombre de negocios, Masri no se cierra ninguna puerta y no tiene problemas en negociar con israelíes o con quien sea necesario para sacar adelante su proyecto.
Admite sin falsos pudores que ha enviado trabajadores a capacitarse a Israel y que aprovecha el desarrollo tecnológico de su vecino para imitar su saber hacer o para atraer empresas ya instaladas en Tel Aviv. Algunos lo han acusado de falta de escrúpulos, de ser un colaborador de las autoridades israelíes y de liderar un proyecto personalista que perpetuará la ocupación.
Masri responde sin problemas. Para él identidad nacional y negocios son aspiraciones compatibles. “Muchas de las cosas que se dicen sobre mí no son ciertas. Compro materiales en Israel como la mayoría de los palestinos compra en sus supermercados y come en sus restaurantes. También compré esta tierra para evitar que en el futuro, colonos israelíes se apoderen de ella. Rawabi existe no gracias a la ocupación, sino pese a la ocupación”, zanja.
Su gran objetivo para este año es la creación de empleo, fundamentalmente en el sector de las telecomunicaciones y la tecnología. Para ello la ciudad ofrece un ecosistema tecnológico con la infraestructura necesaria y también un invernadero de pequeñas empresas palestinas y extranjeras y de jóvenes emprendedores, que acaba de abrir sus puertas.
“Desde el inicio de la ocupación en 1967 estamos sufriendo una grave fuga de cerebros. Queremos que la gente valiosa se quede en el país porque estamos construyendo un Estado y los necesitamos”, afirma.
En una zona cuya tasa de desempleo supera 26%, el objetivo de Masri es crear entre mil 500 y 3 mil nuevos puestos de trabajo en el sector de las telecomunicaciones en los próximos dos años, un ámbito en cierta manera invulnerable a la ocupación, ya que no necesita una gran estructura que sufra las dificultades de importación vía Israel. Nombres como Facebook, Google o Microsoft aparecen en la conversación cuando Masri se deja llevar por el entusiasmo e imagina Rawabi dentro de unos años. “¿Y por qué no?”, desafía.
Asal es una de las empresas palestinas que ya cambió Ramala por Rawabi. Desde hace 17 años presta servicios a empresas como Intel, Cisco o Microsoft y da trabajo a más de 200 personas.
“Para desarrollar el sector de la alta tecnología en Palestina tienes que concentrar todo en un mismo lugar, en una especie de ecosistema. Si yo invito a Google o a Facebook a venir a instalarse en Palestina y en Rawabi encuentran gente formada, centros de negocios, empresas locales e infraestructura, será mucho más fácil que vengan”, afirma su fundador y director Murad Tahbu.
En busca de su alma
Pero ahora Rawabi parece más bien una ciudad fantasma. Los edificios a medio terminar con las tripas de cemento a la vista, las grúas paralizadas, las casas deshabitadas y los parques desiertos hacen pensar en un proyecto que tal vez no consiga concretarse con el esplendor que prevén sus fundadores.
“No es cierto. Hay que ver la ciudad en un fin de semana, cuando recibimos una media de 8 mil personas. Rawabi se ha convertido en un destino para todos los palestinos que tienen opciones de ocio muy limitadas. En los últimos seis meses, medio millón de palestinos ha visitado Rawabi”, corrige Masri.
Suheir Taha se mudó de Ramala a una casa de tres habitaciones en Rawabi hace un año, con su esposo y su hijo de tres años. Su perfil corresponde al de la mayoría de compradores: parejas jóvenes de clase media alta, con estudios superiores. “Mi esposo trabaja como ingeniero en la ciudad y yo estoy terminando mi tesis doctoral. No hubiéramos podido comprarnos la misma casa en Ramala. Es una apuesta”, explica.
Las dificultades de acceso a Rawabi y esa sensación de ciudad inacabada han hecho que incluso el propio Masri tenga por el momento su residencia en Ramala. “Ese será mi apartamento, y aquellos dos, los de mis hijas. Me voy a mudar en breve”, promete el ‘padre’ de la ciudad, señalando un edificio en construcción.
Perseverancia y resistencia son las dos palabras que más se repiten en los discursos de promotores y habitantes de Rawabi. Tras visitar la ciudad es difícil decidir si se está ante la locura de un empresario egocéntrico o ante la arriesgada y fantástica aventura de un patriota que pone así su granito de arena en la construcción de su país.
Lo que es innegable es que cada día Rawabi intenta parecerse más a una ciudad y construye su propia alma.
“Rawabi puede ser el detonante de un cambio en nuestra sociedad. Puede producir un maravilloso efecto dominó en Palestina”, anhela Masri.
Este reportaje se publicó el 4 de marzo de 2018 en la edición 2157 de la revista Proceso.