Teatro

Teatro: "Todos eran mis hijos", de Arthur Miller

Los colaboradores de la sección cultural de la revista Proceso --cuya edición ya es mensual--, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).
jueves, 3 de agosto de 2023 · 07:53

Los colaboradores de la sección cultural de la revista Proceso --cuya edición ya es mensual--, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros). Ellos son Blanca González Rosas, Eduardo Soto Millán y Federico Álvarez del Toro, Estela Leñero, Javier Betancourt y Jorge Munguía Espitia).

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El clásico de Arthur Miller acaba de estrenarse en el Foro la Gruta bajo la dirección de Diego del Río, traducción y adaptación. Una obra del realismo norteamericano donde la profundidad psicológica, la meticulosidad emocional de la historia y la crítica social se combinan para darnos un drama que de lo particular se vuelve universal.

El realismo de la posguerra en Norteamérica, iniciado por Eugene O´Neill, con Tennessee Williams y Arthur Miller como sus principales figuras, convive con las tendencias del teatro del absurdo y el existencialismo en Europa, reflejando los impactos de la segunda Guerra Mundial. Particulariza en los dramas familiares, en el deterioro y complejidad de las relaciones interpersonales y la manifestación de una problemática social en los individuos. Los dramaturgos se acercan más y más a la realidad, rompiendo convenciones y tradicionalismos ligados a la literatura más que al teatro.

“Todos eran mis hijos” es la primera obra exitosa de Arthur Miller. Marca el inicio de obras significativas del autor como “La muerte de un viajante”, “Las brujas de Salem” y “Panorama desde el puente”. Muchas de sus piezas parten de casos reales. “Todos eran mis hijos” se basa en una noticia, publicada en un periódico neoyorkino, de una mujer que denunció a su padre por haber vendido piezas defectuosas al ejército norteamericano. Miller cuenta esa historia y construye sus personajes y relaciones familiares, no como plagio sino como una ficción de la realidad. Se influenció también --como señalan en la guía de estudios “GradeServer”-- de la obra “El pato salvaje” de Henrik Ibsen, que aborda la problemática de dos socios donde uno tiene que asumir la culpa e ir a la cárcel. Una verdad enterrada en el pasado que se va develando al interior de una familia.

La puesta en escena de hoy, “Todos eran mis hijos”, recupera la época y la vuelve actual. Un drama profundamente humano con una crítica al negocio de la guerra y sus consecuencias. Diego del Río utiliza un lenguaje contemporáneo en su versión; por ejemplo, el del horóscopo del original aquí se sustituye por cartas astrales, buscando confirmar que el hijo desaparecido en la guerra no está muerto; y usa conceptos como la empatía para acercarnos a la historia de Miller.

La naturalidad y verdad que transmiten los actores implica un trabajo interno capaz de hacernos vibrar. Sobresale Arcelia Ramírez como la madre, que nos emociona y vivimos sus contradicciones, su amor desbordante, su dolor; y ese guardar una verdad queriendo negarla, encontrando otras razones para salvar a su marido, bien interpretado por Pepe del Río. Gonzalo de Desesarte, como el hijo que sí regresó de la guerra y quiere casarse con el prometido de su hermano desaparecido. Una presencia que va en aumento, que se contiene y estalla. Y Angélica Bauter, entre otros, que se transforma en el escenario y nos brinda una vecina irónica y desfachatada.

La dirección logra integrar a este buen equipo actoral. La obra tiene ritmo, corre, es dinámica, y cuando hay que detenerse se detiene; silencios, pausas… tiempo.

En un espacio a cuatro frentes, aunque se da preferencia al teatro frontal con un mínimo de objetos, nos ambienta y nos traslada a esa casa familiar y a los vecinos de alrededor. Cuatro esquinas como espacios escénicos fuera del centro. Sillas que lo determinan. Los actores sentados al exterior de la escena, están dentro; se relacionan, se miran, intervienen o salen. Después del intermedio se cambia la localización, como si el punto de vista fuera otro, y sí, vemos explotar el conflicto, desarrollarse la trama con base en un secreto a voces. El diseño de la escenografía, iluminación y vestuario de Isabel Becerril resignifica los objetos, y con una rama nos da idea del árbol caído, las sillas impares que hacen un conjunto desigual, los objetos que los mismos actores mueven con fluidez modificando el espacio.

“Todos eran mis hijos” se estrenó en 1947 en Broadway y se mantuvo en cartelera durante un año. Miller quiso que la dirigiera Elia Kazan, quien acababa de fundar el Actor’s Studio junto con Cherly Crawford y Robert Lewis. Miller fue llamado, junto con otros artistas, a declarar ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses por sus obras críticas y la reflexión moral a la que invitaba. Aunque Kazan le dirigió “Después de la caída” en 1964, su relación se vio lastimada después de que él denunciara a varios de sus antiguos compañeros del Partido Comunista en la cacería de brujas y pudiera seguir trabajando. Miller cuenta, en su autobiografía “Vueltas al tiempo”, de sus sentimientos contradictorios hacia Kazan, aunque en otros sitios se habla de su enemistad.

Así como en su época criticaba el mercado de la guerra y el modelo norteamericano, en el presente tiene la misma vigencia. La guerra ucraniana, por ejemplo, en beneficio de los grandes productores de armas, toda una industria respaldada por los intereses de los gobiernos de occidente. Cuántos de muertos, cuántos soldados trastornados por la experiencia. En la obra “Todos eran mis hijos” se acusa al padre de complicidad por vender material dañado al ejército y causar la muerte de 21 pilotos. Un hecho puesto en duda que se va amplificando a lo largo de la obra. El desarrollo está impregnado de preguntas morales y principios éticos, de descubrimientos a manera de tragedia. Miller llama a “Todos eran mis hijos” una obra greco-ibseniana. Al igual que “Edipo Rey”, la carta del final, que en su tiempo le cuestionaron, es el detonante para que el punto de vista gire y nos deje sorprendidos y adoloridos por lo que desata.

El estreno en México de “Todos eran mis hijos” fue dirigido por Seki Sano en 1959, cuyo montaje fue elogiado por Juan García Ponce en la “Revista de la Universidad”, pero cuestionó los criterios morales, desactualizados, del texto. Ahora, bajo la dirección de Diego del Río, con actuaciones de primera, podemos disfrutar de un clásico que responde a nuestro tiempo; que profundiza en los torbellinos psicológicos y emocionales de los personajes, y los acerca a nuestra vida y a nuestra época.

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