Opinión
El odio como pauta de comportamiento
No basta con no discriminar. Es necesario confrontar el odio. No basta con castigar el racismo, el machismo o la homofobia. Hay que desmontar las ideas que los sostienen. Y el lenguaje que los enmascara.El odio ya no se esconde. Se publica, se grita, se viraliza. Lo que antes era vergüenza, hoy es estrategia. El lenguaje del odio ha dejado de ser marginal para ocupar el centro del discurso. Está en las redes, en las tribunas, en los medios. En el mundo. En México. Veamos.
Primero. Con frecuencia se confunde el discurso de odio con la discriminación. Están relacionados, pero son distintos. Discriminar no siempre es odiar. Odiar no siempre se traduce en actos concretos. Pero cuando ambas fuerzas coinciden el daño se multiplica. Y la sociedad entera retrocede.
La discriminación es una conducta. Se manifiesta cuando alguien es excluido, maltratado o tratado como inferior por motivos de origen, género, religión, condición económica o cualquier otro rasgo personal. Puede estar escrita en una política pública, en una ley o en una decisión cotidiana.
El odio es una emoción. Una carga intensa de rechazo, desprecio o miedo. Se expresa en insultos, burlas, silencios cargados o gritos directos. A menudo empieza en el lenguaje, se filtra en el humor y termina en la violencia. Puede vivir años en el discurso antes de convertirse en acción. Pero una vez que cruza esa línea, suele ser imparable.
La discriminación busca separar. El odio, eliminar. El primero niega oportunidades. El segundo niega humanidad. Se puede discriminar sin odiar. Reproduciendo normas injustas, sin conciencia del daño. Y también se puede odiar sin discriminar formalmente, pero sembrando un clima de miedo, violencia o desprecio que contamina todo lo demás. Y donde la exclusión se celebra, la democracia se desvanece.
No basta con no discriminar. Es necesario confrontar el odio. No basta con castigar el racismo, el machismo o la homofobia. Hay que desmontar las ideas que los sostienen. Y el lenguaje que los enmascara. Discriminar es cerrar puertas. Odiar es derribar puentes. Ambos nos aíslan. Ambos nos deshumanizan. Ambos deben ser reconocidos, señalados y desactivados.
Fragmento del texto de Opinión publicado en la edición 0024 de la revista Proceso, correspondiente a junio de 2025, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este enlace.