Fundación de México-Tenochtitlán

Ciudad de México: 700 años de comunicación y voces

En el Códice Boturini quedó plasmado el mito fundacional: el águila devorando una serpiente sobre un nopal, señal divina para un pueblo errante desde la mítica Aztlán, imagen que hoy adorna el escudo nacional.
domingo, 30 de marzo de 2025 · 06:35

El 700 aniversario de la fundación de México-Tenochtitlán pasó desapercibido para el gobierno de Clara Brugada. No hubo efemérides, ni discursos ni ceremonias en el Templo Mayor. Como si fundar una ciudad sobre un lago, resistir terremotos, revoluciones y pandemias ocurriera todos los días. El 13 de marzo de 2025 la capital celebró siete siglos de historia. Crónica centenaria en la cual cada época ha dejado su impronta mediática de cómo la ciudad se comunica con sus habitantes.

La memoria de Tenochtitlán comenzó con tinta de grana cochinilla y fibras de amate. En el Códice Boturini quedó plasmado el mito fundacional: el águila devorando una serpiente sobre un nopal, señal divina para un pueblo errante desde la mítica Aztlán, imagen que hoy adorna el escudo nacional.

Estos códices mixtecas y mexicas fueron los primeros medios: biografías de dioses, crónicas de guerras, genealogías, rituales y tributos. Preservan la memoria de un pueblo que se comunicaba de forma artística y simbólica. El Códice Mendoza (1541) narraba, ya bajo dominio español, la grandeza de una civilización que los conquistadores intentaron borrar, pero concluyó en sincretismo y mestizaje.

Códice Boturini. Foto: gob.mx.

Con la imprenta llegada en 1539 con Juan Pablos —la primera de América—, la Nueva España vio nacer hojas volantes, sermones y resistencias. En 1722, La Gaceta de México oficializó la voz del virreinato, mientras en claustros y calles circulaban manuscritos prohibidos. El primer periódico impreso en la ciudad fue El Diario de México, fundado en 1805 por Carlos María de Bustamante. Más tarde la Independencia no sólo se gestó con arengas y el estandarte guadalupano: José María Cos y su El Ilustrador Nacional (1812), o el Despertador Americano de Miguel Hidalgo, usaron el papel como munición y la pluma y la tinta se convirtieron en armas para crear un mensaje libertador.

En la etapa independiente la prensa del siglo XIX se vio marcada por pugnas liberales y conservadoras. Los grandes periódicos de la época relataron debates encendidos de un México en formación, donde cada titular y panfleto reflejaban la convulsión de un país en busca de identidad. Liberales como Ignacio Manuel Altamirano desde El Correo de México (1867) batallaron contra conservadores en La Sociedad. En 1850, El Monitor Republicano se atrevió a desafiar a Santa Anna y rivalizaba con El Siglo XIX. Durante la Reforma, la prensa fue campo de batalla. Benito Juárez reconoció que entre periodistas y soldados se hizo la República y se restauró.

Ya en el porfiriato, la modernidad se asomó con la llegada del cinematógrafo. El 6 de agosto de 1896, en una función privada en el Castillo de Chapultepec, el presidente Porfirio Díaz presenció el naciente séptimo arte. Este nuevo medio se expandiría rápidamente por la capital, transformó la experiencia cultural y marcó el inicio de una narrativa audiovisual.

Castillo de Chapultepec. Foto:  Miguel Dimayuga.

A comienzos del siglo XX en talleres clandestinos, el grabador José Guadalupe Posada plasmó en sus planchas la esencia de una sociedad inquieta. Sus ilustraciones dieron origen a figuras como la icónica Catrina burlándose de las élites, mientras que los corridos populares narraban injusticias en verso y se convirtieron en un lenguaje para criticar, denunciar y celebrar la realidad social.

La Catrina de Posadas. Foto Wikipedia.

Durante la Revolución, los medios fueron cronistas y partícipes de los acontecimientos. La prensa fue testigo y actor durante la presidencia de Francisco I. Madero. La libertad de expresión fue el grito de batalla de un país que buscaba romper con el pasado dictatorial, pero cuestionó acremente al “apóstol de la democracia” hasta su derrocamiento y muerte. En 1910, Madero usó el periódico El Anti-Reeleccionista para incendiar conciencias. Luego, la prensa fue herramienta de todos. Carranza controlaba el telégrafo. Las fotos de Casasola inmortalizaron personajes, fusiles y esperanzas. Victoriano Huerta censuró diarios. La Revolución se contó en papel y Salvador Toscano la registró en haluro de plata en lo que se llamaría Memorias de un mexicano, documental integrado por su hija Carmen Toscano.

Foto de Agustín Víctor Casasola.   Archivo General de la Nación.

El México posrevolucionario buscó reconstruirse a través del arte. José Vasconcelos, desde la Secretaría de Instrucción Pública, encargó a los muralistas contar la historia de un país que se reinventaba. Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco convirtieron los muros de la SEP, la Escuela Nacional Preparatoria y el Palacio de Bellas Artes en páginas gigantescas. Sus obras —como La creación de Rivera o La trinchera de Orozco— eran arte culto y un medio masivo para educar, criticar y exaltar el nacionalismo, con excepción del muralismo de Rufino Tamayo, alejado de la ideología oficialista. En un país con analfabetismo, los murales fueron el periódico mural de la nación: aunque con demagogia, narraban la opresión indígena, la lucha de clases y el sueño socialista. En los murales, obreros y campesinos leían en colores la epopeya de su historia.

El surgimiento de la radio en 1920 con una estación experimental (CYL) y, después, la televisión, inauguraron la comunicación electrónica y con ella surgieron poderosos emporios mediáticos hasta nuestros días. En 1930, la XEW, “La voz de América Latina desde México”, unió al país. Para 1950, la TV llegó con una transmisión científica poco conocida en la historia de ese medio.

Durante momentos críticos –como la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco– ciertos medios se enredaron entre la información veraz y la complicidad gubernamental. Algún periódico tituló "¡Todo en calma!" a la mañana siguiente. La televisión omitió los cuerpos en Tlatelolco, mientras el gobierno diseñaba en las sombras la señalética de los inminentes Juegos Olímpicos. Contrastaron los grabados de los estudiantes, impresos en mimeógrafos, con la estética oficial. El logotipo de México 68 de Lance Wyman, inspirado en códices y arte huichol, proyectó un México moderno y contradictorio: pañuelos con consignas y símbolos de resistencia al tiempo que las Olimpiadas se transmitían vía satélite.

En 1976, el golpe a Excélsior dejó claro el costo de ser incómodo para el régimen. De esa fractura nació Proceso de Julio Scherer. Nueve años después, la radio fue vital: demostró su valor social en la emergencia del devastador terremoto de 1985, cuando se convirtió en la voz que unió una ciudad rota por el desastre y facilitó la solidaridad en medio del caos, acompañada por la incipiente telefonía celular en una de las primeras coberturas informativas entre los escombros en voz de Jacobo Zabludovsky.

Tenochtitlán. Foto: Wikipedia.

La llegada de internet en los 90 transformó radicalmente el panorama: la información se volvió instantánea, participativa y global. En 2014, #YaMeCanse resonó tras Ayotzinapa. En 2015, la licitación de una tercera cadena de TV (ahora Imagen Televisión) prometió pluralidad y diversidad. En 2020, durante la pandemia, Zoom y WhatsApp sostuvieron familias, negocios y clases virtuales, mientras las fake news se volvieron virus digitales.

700 años después, la Ciudad de México es un archivo viviente. Desde códices fundacionales hasta tuits incendiarios, cada hito –imprenta, prensa insurgente, cine, muralismo, radio, televisión, diseño gráfico, internet, tecnologías– ha contribuido a forjar una identidad multifacética. Su gobierno olvida que los medios no sólo son herramientas: son espejos de luchas, cómplices de poderes y semillas de cambio. Que Clara Brugada no lo conmemore no borra que, entre volcanes, un lago que nos recuerda su permanencia cada lluvia y asfalto, cada avance tecnológico nos recuerda (como dijera Edmundo O’Gorman) el trauma de nuestra historia: quiénes somos y quiénes aspiramos a ser, una lucha permanente por las libertades de creencias, de expresión y de opinión para que todas y todos tengamos voz en el ombligo de la luna.

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Twitter: @beltmondi

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