Ricardo Garibay
Una guirnalda poética para Ricardo Garibay
José Emilio Pacheco, autor en esta revista de la imprescindible columna “Inventario”, abordó la muerte de Ricardo Garibay como un regalo: Varios epigramas para una futura “Antología griega”.El 3 de mayo de 1999, en Cuernavaca, Morelos, donde residía, se fue Ricardo Garibay. Como JEP (José Emilio Pacheco), autor en esta revista de la imprescindible columna “Inventario” se encontraba fuera del país (lo cual le dificultaba su elaboración), no fue sino hasta el día 17 cuando abordó el suceso como un regalo (Proceso 1176): Varios epigramas para una futura “Antología griega”. ¿Por qué pensó en poemas para el narrador? Acaso porque Garibay era un ávido lector de todos los géneros, e incluso publicó aquí algunos poemas, titulados “Cuatro grabados japoneses” con dibujo de Elvira Gascón. A manera de misiva, en un diálogo vivo, esta es la introducción al obsequio.
I
Querido Ricardo: Hace una semana Armando Ponce me llamó para decirme que había recibido mi artículo y darme la noticia de su muerte. Lo único que pude hacer en ese momento fue pedirle que le dedicara la nota. Pensé escribir algo acerca de usted en esa ocasión y no pude encontrar aquí en donde estoy uno solo de sus libros. Esperaré a volver a México y a que aparezcan las ediciones anunciadas.
Sería una exageración decir que fuimos amigos, cuando menos en el sentido en que usted lo fue de Rubén Bonifaz Nuño, Henrique González Casanova, Jorge Portilla y Fausto Vega. Pero nos tratamos durante muchísimos años y, contra la imagen generalizada de su fiereza, no guardo de usted sino motivos de agradecimiento. Conservo el manuscrito de una novela tan juvenil como fallida que tiene sus correcciones en tinta sepia y escucho siempre su voz al decirme: “No está bien. Es un fracaso. No cometa el error de publicarla. Pero sin duda eso es lo que hay que escribir. Siga adelante siempre. No deje que nada lo desanime”.
En los últimos años nuestra relación fue sólo telefónica. Me pidió unas líneas para la reedición de Beber un cáliz y se las envié de inmediato. Le hablé con entusiasmo de un texto admirable acerca de Emilio Uranga que publicó aquí en Proceso y le dije con toda sinceridad algo que no debe de haberle gustado: Usted como Martín Luis Guzmán y Salvador Novo es un gran narrador de lo visto y lo vivido, no de lo imaginario. Pienso en la inestimable cualidad que tienen hoy libros del estilo de Cómo se pasa la vida y sus relatos magistrales de, por ejemplo, los viajes del presidente Echeverría. Sin usted, Ricardo, todo aquello se hubiera perdido para siempre.
La última conversación fue el 30 de diciembre. Hablamos dos horas y media acerca de el Cantar de los Cantares y de cómo San Jerónimo al traducir la Biblia al latín dulcificó el original: “Porque mejores que el vino son tus senos”, y puso “amores”. Para no mencionar los senos se buscó lo más próximo, el corazón, y así este músculo traicionero adquirió el milenario prestigio de que goza en Occidente. Tampoco le agradó que insistiera en la inexistencia de Salomón como autor y le dijese que el Cantar de los Cantares no se escribió como Muerte sin fin o Piedra de Sol o Fuego de Pobres o Algo sobre la muerte del mayor Sabines, sino que es una obra colectiva de generaciones que lo trabajaron a lo largo de unos 800 años. Resulta sobre todo una antología de poemas eróticos y cantos epitalámicos orientales anteriores en muchos casos a la existencia del pueblo judío como tal. Varios de ellos traducidos por su homónimo, el padre Garibay, en Voces de Oriente.
“Bueno, tendremos que seguir conversando”, dijo usted y nunca más lo haremos ni volveré a escuchar su voz. Usted quería que, para no hablar tan mal como hablamos y para aclarar nuestras confusiones mentales, todos los habitantes de este país nos propusiéramos cada día leer en voz alta una página en prosa de Alfonso Reyes y cuando menos un poema, mucho mejor aún si éramos capaces de memorizarlo, de aprenderlo “de corazón”, como se dice tan bellamente en francés y en inglés.
Así, para despedirme de usted le ofrezco lo único que tengo. Le doy, a manera de las guirnaldas que los antiguos dedicaban a las personas ilustres y a sus monumentos funerarios, una serie hasta hoy inédita de epigramas de la Antología griega y otra de haikús de Bashoo. Un milenio o más años separan a los epigramistas del más grande haikín japoneses. Un milenio, dos culturas, dos mundos. Pero es poesía de siempre y yo, al robar este fuego, sólo he querido hacer que sea también por un momento poesía mexicana. Tal vez, querido Ricardo, a usted le hubiera gustado leerlos.