A dos décadas de la partida de Ricardo Garibay

sábado, 11 de mayo de 2019 · 10:43
Nacido en Tulancingo, Hidalgo, en 1923, el narrador Ricardo Garibay murió hace 20 años, el 3 de mayo de 1999. Un par de años después aparecieron sus Obras reunidas en varios tomos, con los siguientes géneros: cuento, novela, crónica, memoria, teatro, varia e inéditos (selección), editadas por Oceáno, el gobierno del estado de Hidalgo y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). La Introducción general fue encargada a Vicente Leñero, de la cual se extrajo el fragmento que reproducimos a continuación, titulado “Garibay periodista y memorioso”. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Así como Joaquín Diez Canedo y Rogelio Carvajal fueron editores fieles del Ricardo Garibay narrador, así Julio Scherer García, en Excélsior y en el semanario Proceso –en complicidad con Miguel Ángel Granados Chapa, Miguel López Azuara, Pedro Álvarez del Villar y Froylán López Narváez– incluyó a Garibay como periodista prominente de sus publicaciones. El de Tulancingo Hidalgo no fue desde luego un reportero de planta, sujeto a rutinas redaccionales, pero sí articulista y comentarista de las páginas editoriales, colaborador de los suplementos de cultura, y reportero y cronista de asuntos exclusivos. Literaria y políticamente hablando, sus artículos sobre la actualidad, sus análisis sobre el acontecer y sus juicios sobre los funcionarios en turno, no son lo mejor de su obra periodística, Garibay era Ricardo Garibay cuando se volvía cronista de giras presidenciales o de acontecimientos del momento, cuando se lanzaba a realizar reportajes sobre la miseria o sobre “lo que ve el que vive”, cuando entrevistaba o semblanteaba –en páginas formidables– a personajes sonoros: Maria Félix, Agustín Lara, el boxeador Rubén Olivares, su maestro Erasmo Castellanos Quinto, su psicoanalista Abraham Fortes, su amigo Emilio Uranga... La maestría para entender la crónica, el reportaje o la semblanza como géneros literarios lo hizo sobresalir en su trabajo coyuntural. Le permitió, además, volverse amigo y rival de presidentes, secretarios de Estado, gobernadores, políticos a granel. Desde Diaz Ordaz hasta Alfonso Martinez Dominguez; desde Luis Echeverría o José López Portillo hasta Rubén Figueroa o Mario Moya Palencia. Cuando Echeverría llegó a la presidencia, Ricardo Garibay le pidió como amigo –él mismo lo contó– recorrer el país y contemplar la realidad “desde el hombro del Presidente”. Son notables como textos literarios, verdaderos cuentos a veces, las crónicas que escribió para Excélsior y compiló luego en ese libro, ¡Lo que ve el que vive! (1976), cuyo título deriva de la expresión de un “paisano” hecha a Atahualpa Yupanqui. De entre ellas, releídas al azar, sobresale un cuentecillo escrito cuando viajaba como invitado de una gira de Echeverría por India, Ahí, en un populoso mercado de Nueva Delhi, un brumoso anticuario termina retorciéndose y vendiéndole una pequeña jícara de bronce que luego, al ser frotada por el reportero Aladino, emite para él sonidos maravillosos. La mentirosa anécdota podría resultar baladí, pero la prosa de Garibay la convierte en un relato mágico digno de las Mil y Una Noches. Es en el fragor de la urgencia periodística donde Garibay parece ir descubriendo, gracias a su privilegiado oído que hasta sus más severos críticos le reconocen, el ritmo y la fonética del habla coloquial. Se le vuelve obsesión, tarea inaplazable. No se trata ya de inventar ni de hacer sentir sólo la verosimilitud del verbo ajeno. Se trata de reproducir fonéticamente los giros, la jerga, las contracciones y deformaciones del habla de todas las clases sociales. Lo mismo la de un personaje campesino o marginado, o lumpen, que la de una mujer emperifollada o la de un cura o la de un intelectual. La captación de estas deformaciones verbales, su transcripción puntual, lleva al excesivo Garibay a excesos fatigosos, por momentos insoportables, que impiden cualquier posible traducción de tales textos a un idioma extranjero. Es imposible traducir a este Garibay, y a Garibay no le importa. El Garibay de esta época parece vivir, más que nunca, de espaldas a todo afán por ser conocido y leído en otras lenguas. Absurdo buscar equivalencias idiomáticas a un parloteo donde la verdad de las palabras descompuestas –que no la simple verosimilitud– se vuelve tema esencial de lo que se está contando. Ni una grabadora reporteril conseguiría captar, como Garibay lo hace, el brillo de ese lenguaje hablado y llevado al papel con la precisión de un técnico lingüista pero también, sobre todo, con el aliento de un poeta. Resulta sorprendente ver cómo consigue el de Tulancingo Hidalgo extraer temblores líricos de la reproducción de un discurso oral signado por los balbuceos, los tropiezos, la importancia del que “no sabe hablar”. Su libro Las glorias del gran Púas, resultado de una inmensa conversación y una larga convivencia con el boxeador tepiteño Rubén Olivares –que le valió pleitos y forcejeos de derechos autorales–, es la cumbre de este alarde garibayesco en torno al lenguaje. En realidad es un texto periodístico, pero bien podría calificarse como una novela de non-fiction. Después de su alarde con el Púas, Garibay siguió aplicando su procedimiento fonético en la mayoría de los parlamentos que aparecían en sus escritos, sobre todo los periodísticos. Desde luego nunca utilizó ni por asomo una grabadora: su oído, su memoria, su pulso, lo convirtieron en una grabadora andante, parlante, escribiente. Ímproba tarea la de rescatar todo lo que Garibay escribió gracias al periodismo. Además de Las glorias del gran Púas y de Acapulco –una semblanza totalizadora del Acapulco vivo, tan formidable como miserable–, denunció en doscientas páginas los polos de la riqueza y la pobreza, De lujo y hambre (1981); y en Diálogos mexicanos (1975) retrató entre la ficción y la realidad los prototipos más patéticos de los que viven entre nosotros. Garibay mismo antólogo en dos libros lo más destacado de sus crónicas breves y de sus escritos memoriosos publicados en la prensa. Ése de ¡Lo que ve el que vive! y Tendajón mixto (1989). Ahí está entero, nunca completo, el Garibay periodista. Este texto se publicó el 5 de mayo de 2019 en la edición 2218 de la revista Proceso

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