Arte

La XIX Bienal de Pintura Rufino Tamayo en la CDMX

Inaugurada en el museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca –como dicta la tradición del certamen– el 30 de octubre de 2020, la selección de 51 obras del mismo número de autores de un total de mil 634 piezas de 817 concursantes, se basó en “mostrar diferentes tendencias y un panorama amplio de vertientes
domingo, 7 de agosto de 2022 · 16:29

CIUDAD DE MÉXICO  (Proceso).–La mediocridad administrativa y pictórica que caracteriza la edición más reciente de la Bienal de Pintura Rufino Tamayo, la convierte en un evento interesante porque exhibe, sin discreción, debilidades y fallas de la gestión del arte contemporáneo que realiza el Instituto Nacional de Bellas Artes con Lucina Jiménez como su titular y Mariana Munguía como responsable de la coordinación nacional de Artes Visuales.

Mostrada desde el pasado 8 de julio en el museo Tamayo Arte Contemporáneo de la Ciudad de México, por el conservadurismo del discurso de selección y la casi nula calidad artística de las obras expuestas, se transmuta en un llamado urgente para revisar las estructuras gubernamentales de educación artística y promoción institucional: ¿Es competitiva la formación de los pintores en México?

Y, con respecto a la bienal, ¿cuál es su vocación: presentar obras de exploración emergente y expandida, o fortalecer la creación y la recepción pictórica con propuestas sólidas en su concepto, materialidad y visualidad?

Desde su origen, la XIX edición de la bienal se sustentó en un discurso estereotipado y una selección irresponsable.

Inaugurada en el museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca –como dicta la tradición del certamen– el 30 de octubre de 2020, la selección de 51 obras del mismo número de autores de un total de mil 634 piezas de 817 concursantes, se basó en “mostrar diferentes tendencias y un panorama amplio de vertientes”.

Criterios paradójicamente muy limitantes, ya que en los últimos años la audacia creativa que han adquirido las prácticas pictóricas exige evaluarlas por la dimensión artística de cada tipo de propuesta, sin establecer diferencias o jerarquías entre géneros tradicionales o procesos postconceptuales.

En un concurso institucional de carácter legitimatorio en el que se otorgan tres premios de adquisición de 150 mil pesos cada uno, los criterios de selección deberían basarse únicamente en la calidad artística, sin forzar la diversidad ni la experimentación.

Conformado por dos jurados presididos por Magali Lara, uno de selección integrado por Daniela Pérez y Ramiro Martínez, y otro, de premiación en el que participaron Taiyana Pimentel y Carlos Palacios, ninguno de los miembros objetó seleccionar y premiar la obra de Plinio Ávila titulada La plaza de las tres culturas que, al haber sido expuesta en la muestra México: pintura reactiva, que curó en 2018 el mismo Carlos Palacios en el museo Carrillo Gil, incumplía la claúsula obligatoria de que las obras participantes deben ser inéditas.

Así, en diciembre de ese mismo año, se le retiró el reconocimiento al artista quedando como finalistas Alejandra España –con una obra de papeles ensamblados con visualidad pictórica y poética geométrica–, César Córdoba –con la escena de una fábrica procesadora de carne en la que predomina la densidad etérea de la atmósfera– y una pieza de pictoricidad muy diluida de Jonas Lerin Ridone.

Con piezas que parecen ejercicios de clase –César Santiago de la Riva, Lucelly Conde, Pablo Rasgado–, que sustituyen la propuesta pictórica con materiales sugerentes –José Alfredo Gallegos con cubitos de barro y Manuela García con cera monocroma– que recurren a técnicas artesanales –José Bordello con una imagen realizada con semillas de distintos colores–, o que son más dibujísticas que pictóricas –José Luis Pescador–, la XIX Bienal Rufino Tamayo plantea un muestrario experimental de visualidades pictóricas con énfasis en la exploración con materiales.

Más cercana a una exposición de carácter estudiantil o didáctico que a un evento de contundencia pictórica, entre lo más absurdo de la muestra se encuentra la mención honorífica a una red con intervenciones textiles y algún elemento pintado de Karla Kantorovich. 

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