Luis Echeverría Álvarez

Echeverría, reo solitario en su propia casa de San Jerónimo

El expresidente envejeció en su casa, cercado por las acusaciones de perpetrar la matanza de Tlatelolco en 1968 y orquestar El Halconazo de 1971, de las que fue exonerado “por falta de pruebas”. Por ser de interés para los lectores, compartimos el reportaje publicado originalmente en marzo de 2019.
sábado, 23 de julio de 2022 · 14:47

El expresidente envejeció en su casa, cercado por las acusaciones de perpetrar la matanza de Tlatelolco en 1968 y orquestar El Halconazo de 1971, de las que fue exonerado “por falta de pruebas”. Hasta allá lo alcanzó una intriga, pero no de opositores o de víctimas del poder represivo que una vez encabezó: fueron sus propios hijos los que tomaron el control de su residencia, expulsaron a su personal de confianza y le quitaron la autonomía sobre su dinero.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Luis Echeverría Álvarez, el hombre fuerte que estuvo en el centro del régimen que masacró a cientos de estudiantes en 1968 y 1971, vive el exilio interior. Sin bienes ya a su nombre, con menguados recursos propios y despojado de querencias personales, permanece confinado, casi en el abandono, en un rincón de su residencia en San Jerónimo. 

Aunque él está lúcido, su cuerpo de 97 años requiere de asistencia desde que amanece hasta que se duerme. En silla de ruedas, se mueve con fuerzas ajenas. La prisión judicial que vivió ya anciano no se acabó con la resolución que lo exoneró de la acusación de genocidio por la matanza de Tlatelolco. 

Condenado por los suyos, ahora vive el destierro familiar en un espacio que se reduce conforme sus hijos venden, pedazo a pedazo, la residencia en la que hasta hace algún tiempo, cuando aún se podía mover, recibía a sus amigos, viejos priistas y algunos de sus funcionarios sobrevivientes, como Ignacio Ovalle, ahora responsable de la nueva oficina de Seguridad Alimentaria Mexicana del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Eran los años en que todavía obtenía ingresos por sus negocios inmobiliarios y gozaba de una pensión como expresidente. Recibía cerca de 200 mil pesos mensuales, entre los 100 mil de sus inmobiliarias, sus 64 mil pesos de la Presidencia de la República y 22 mil de la pensión del ISSSTE.

Cuando no en su casa de Cuernavaca, era en la residencia de Magnolia 131, en San Jerónimo, donde organizaba fiestas y comidas; acompañadas, sin falta, del ballet regional que contrataba en su exaltación del nacionalismo que su esposa, María Esther Zuno Arce, cultivó durante su sexenio.

Casi medio siglo después de haber salido de la Presidencia de la República, sólo le queda la memoria del hombre poderoso que fue en el régimen autoritario del PRI. Junto a su recámara aún dispone de un pequeño invernadero que vivió su esplendor de la mano de su esposa; también de una biblioteca y un espacio que llama el Salón del Sexenio, donde conserva los testimonios de las memorias que nunca quiso escribir. 

Pero esos espacios ya no los frecuenta. Desde su recámara se ve hacia el gran jardín con pinos, fresnos y macadamias que llegó a llamar “el bosque” y el cual evita tocar siquiera con la mirada para que el abandono en que se encuentra no lo deprima más. Muy de vez en vez se anima a comer en una pequeña mesa dispuesta en el invernadero. Sus días los pasa en la recámara que habilitó como oficina.

Sábados y domingos se acicala para recibir a sus escasos amigos, entre otros el abogado Juan Velásquez, Augusto Gómez Villanueva –que fue su secretario de la Reforma Agraria– y Alfredo Ríos Camarena. 

El control de la información, el gran recurso que explotó durante su carrera política, siguió siendo su preocupación. Desde que entregó el poder, no dejó de hacer el seguimiento de la prensa. Aun en sus cada vez más frecuentes hospitalizaciones por sus crónicos problemas respiratorios, disponía a diario de un resumen de prensa que en el último cuarto de siglo le hizo su asistente personal, María Modesta Gil Cedillo. Así fue hasta la última semana de 2018, cuando fue despedida violentamente por Benito y María Esther Echeverría Zuno, ante la impotencia y casi llanto del expresidente.

La familia entró, una vez más, en los laberintos judiciales. No sólo por despido injustificado, sino por discriminación, lesiones y amenazas de muerte contra la persona más cercana al expresidente en los últimos 25 años.

El principal acusado es Benito Echeverría, quien desde su divorcio, hace más de tres años, vive en la casa del expresidente. Su hermana, María Esther, administradora de los negocios de la familia, fue acusada de despido injustificado porque a través de la inmobiliaria Administradora de Inmuebles Citlali le pagaba a María Modesta Gil como ayudante general, aunque su sueldo lo completaba con compensaciones fuera de nómina. La asistente también recibía un pago mínimo como empleada de la Presidencia.

Golpe de Estado… doméstico

La llegada del fin de año de 2018 se convirtió en un infierno en Magnolia 131. El personal al servicio de la casa estaba inconforme porque al 18 de diciembre no habían cobrado ni la quincena ni el aguinaldo ni otras prestaciones de fin de año. Desde que Echeverría cedió sus bienes a su familia, en 2002, empezó a perder su peculio, empezando por los ingresos de las inmobiliarias. Su hija María Esther consideró que ya no los necesitaba, a pesar de que él pagaba sus hospitalizaciones, y comenzaron las restricciones en la casa.

La asistente refiere a Proceso un testimonio de Echeverría: “Vino La Chiquis (María Esther) y me dijo que le costaba mucho dinero mantenerme en esta casa, que si ya no estuviera yo aquí, esto ya se hubiera vendido en millones”.

Las limitaciones económicas alcanzaron al sueldo de los empleados, quienes se quejaban cada vez más de malos tratos.

Dispuestas a renunciar por la acumulación de agravios, alrededor de las 12 horas del 18 de diciembre las cocineras se dirigieron a la recámara de Echeverría para quejarse y reclamarle directamente. Su asistente las detuvo, al tiempo que la secretaria de su hija María Esther le informaba al expresidente que no tenía dinero para pagar nada. Afuera de la recámara comenzó un barullo. Echeverría le pidió a su asistente que fuera a ver qué pasaba.

Era su hijo Benito, quien, enérgico, les advertía a las cocineras que si entraban a decirle algo a su padre iban a tener problemas con él. Cuando María Gil Cedillo abrió la puerta se metieron las quejosas. Colérico, el hijo de Echeverría le dijo: “No sabes con quién te has metido. Te acabas de meter con un Zuno”, le dijo a la asistente personal del expresidente.

Dijo un Zuno, no un Echeverría, “tal vez por el desapego de sus hijos al licenciado. Tal vez porque no convivieron tanto. Nunca han tenido una buena relación”, relata Gil Cedillo.

Echeverría le pidió a su asistente que acompañara a las cocineras. En el camino ellas insistían en que querían renunciar y demandar por falta de pago. “Es una opción, pero tranquilas. Tengan en cuenta que somos todo el personal y esto se tiene que arreglar”, les respondió Gil Cedillo.

Benito Echeverría, quien había permanecido cerca, en el invernadero, a un lado de la habitación, se acercó y acusó a la asistente de azuzar al personal para demandar a la familia. De acuerdo con el relato, a partir de ahí, iracundo, ya nada lo detuvo. Se encaminó hacia la recámara de su padre y al advertir que María iba detrás de él, “me agarró de los brazos, me zangoloteó y me arrojó contra el piso. Volé lo que es la rampa que lleva a la recámara del licenciado”, dice la menuda mujer de 56 años.

Asistida por las cocineras, se levantó y logró entrar con Echeverría. El hijo del expresidente gritaba: “Acabo de oír a esta pinche vieja que está azuzando al personal para que te denuncie a ti, padre, y todos tus hijos”. 

–Yo de inmediato le dije: “No es cierto, señor”. Estaba llorando de impotencia.

–Tranquilízate; y tú ya cálmate, Benito –clamaba Echeverría.

“No hubo poder humano que lo detuviera –continúa Gil Cedillo–. Siguió insultándome y pidió hablar con él a solas. Pidió que me largara de ahí y el señor no atinaba a decirme que me saliera, hasta que finalmente me dijo: ‘Hija, espérame en el invernadero’”. Ella salió. Todo el personal atestiguaba.

María Modesta Gil dice que, después de unos 40 minutos, el hijo del expresidente le pidió a una enfermera que entrara con su padre. Enseguida se acercó a la asistente. “Y poniendo su cara frente a mí, me dijo: ‘Te va a cargar la chingada. Yo no amenazo por amenazar, yo mismo te lo cumplo. Te va a cargar la chingada. Te voy a desaparecer no tan sólo de aquí; te voy a desaparecer de la faz de la tierra’. Cuando se dirigía a su recámara me dijo: ‘Y si no sabes qué significa, búscatelo en el diccionario’”.

María fue con el expresidente para decirle de la amenaza y él le respondió: 

“No le hagas caso, hija. Benito está loco. Tú has visto cómo es conmigo. Él y La Chiquis son iguales, tienen el mismo carácter. Has visto cómo vienen. Me gritan, me dicen de cosas, y yo solamente los escucho. Pero no les hago caso. Tú no les hagas caso. Tú estás aquí conmigo; no te pasa nada, y pongámonos a trabajar.” 

Por la tarde, cuando ella salió de la recámara del expresidente, Benito Echeverría la encontró: “Ya te dije que te va a cargar la chingada”, repitió. 

Antes de ir a su casa, la asistente de Echeverría fue al Ministerio Público. Un médico legista certificó las lesiones que tenía por la sacudida y la caída. En ese momento se resistió a denunciar las amenazas de muerte. “Finalmente es hijo de mi jefe y no quiero que en un momento el licenciado lo sienta”, pensó.

Continúa: “A la mañana siguiente, el hijo del licenciado me estaba esperando. Ya había amenazado a las niñas (las cocineras) para que no me apoyaran. Las sacó de la cocina y me dijo: ‘¿Ya lo buscaste en el diccionario?, porque no te queda mucho tiempo’”. El asedio continuó hasta el sábado siguiente. Ese día decidió denunciarlo penalmente.

Dos días antes, la asistente se había presentado en la Presidencia de la República para dar a conocer lo sucedido. Como empleada de esa oficina quería evitar más problemas. En Recursos Humanos le dijeron que el personal que tenía Echeverría, 17 empleados, iba a causar baja el 31 de diciembre. Le pidieron que llevara las renuncias de todos.

El mismo día que puso la denuncia penal se lo hizo saber a María Esther Echeverría Zuno. “Algo sé”, le dijo. Y añadió, justificando a su hermano: “Su carácter siempre ha sido explosivo y una vez enojado nadie lo puede controlar”. Le reprochó que hubiera ido a la Presidencia a dar a conocer lo que pasaba.

María se presentó a trabajar el 25, resfriada. Echeverría le pidió que se fuera a descansar y regresara al siguiente día. “Sí, nomás que lo acabe de preparar”, le respondió. Le dio de desayunar, lo aseó y lo dejó en su sillón. 

Esperando la vacuna anticovid. Foto: Especial

Al siguiente día regresó y vio que el expresidente seguía dormido. Decidió entonces recoger las renuncias que le habían pedido en la Presidencia. Fue hacia el jefe de guardia, quien las tenía, pero él le dijo que no le podía dar nada por órdenes del hijo del expresidente. 

María Modesta fue a la recámara de Echeverría, quien le dijo: “Hijita, ya me voy a parar”. Entre la enfermera y la asistente lo levantaron. “Lo rasuré. Le lavé los dientes y le limpié su cara. Le estaba lavando las manos cuando entró su hija y me ordenó que le diera todos los papeles”. 

–Yo no tengo nada. Sólo mi renuncia y la de Óscar (uno de los ayudantes).

–Dame todo –le ordenó.

La asistente dejó al expresidente con las manos mojadas. Sacó la renuncia del ayudante y la hija del expresidente se la arrebató. 

–Sólo quiero que me diga si yo voy a llevar las renuncias –le dijo María.

–Benito y yo lo estamos decidiendo. 

–Le recuerdo que yo soy la encargada con Presidencia.

–Tú y tu pinche nombramiento. 

Luis Echeverría le preguntó a su asistente: “Oye, hija, ¿qué te dijo La Chiquis?”

–Quiere las renuncias del personal

–¿Y para qué las quiere?

–No lo sé. Tal vez quieren que ya no intervenga en nada. 

Continúa la asistente: “En ese momento se acercó ella y le gritó al expresidente: ‘Padre, es que en esta casa todo se ha hecho mal desde hace muchos años, y en este momento Benito y yo estamos tomando control de la situación. A partir de ahora los dos decidimos lo que se hace en esta casa’”.

–Tranquilízate, Chiquis, ¿qué pasa?, le dijo el expresidente. 

–Te estoy diciendo que Benito y yo vamos a controlar todo.

María Esther Echeverría Zuno se dirigió hacia la asistente personal del expresidente: “¡Y tú, lárgate de aquí!”.

“No me moví porque le estaba lavando las manos a su papá”, cuenta María. 

–¿No me oíste? ¡Quiero que te largues de mi casa!

Echeverría Álvarez seguía tratando de calmarla.

Ante la insistencia de su hija para que la asistente se fuera, ésta se dirigió hacia el exmandatario: “En el momento en que usted me lo ordene, me salgo”.

–¡Quiero que te largues de aquí, no te quiero ver, ésta es mi casa! –le volvió a gritar María Esther.

–Señor, ordéneme que me salga y me salgo. 

Ante la persistencia de la asistente, la hija de Echeverría gritó al personal: “Ayúdenme a sacar a María de aquí. No se quiere salir”. 

Llegó Benito Echeverría con dos guardias. Al verlos, el expresidente se sorprendió y le dijo a María: “Hijita, espérame en el pasillo, pero no te vayas”.

Ella tomó su bolsa y salió de la recámara. 

“Ya nomás faltaba que esta pinche vieja no nos dejara entrar”, dijo el hijo del exmandatario, y dispuso que el personal de Presidencia vigilara la entrada de la recámara y en la puerta que da al invernadero.

En ese momento la asistente de Echeverría pensó: “Se acabó”. Cuando salió la hija del exmandatario, María le dijo: “Sólo voy a entrar por mi renuncia”. 

–Entra por tu pinche renuncia –le contestó. 

“Me metí. Agarré mi fólder, que era lo único que me quedaba. Me acerqué a licenciado y le dije: ‘Señor, me voy’.”

–No te vayas, hija.

–Es que ya no es posible trabajar en esta situación.

–No te vayas. ¿Qué vas a hacer ahorita?

–No lo sé, pero me voy.

Luis Echeverría volteó “y me ve con los ojos llorosos y me dice: ‘Hijita, por favor no te vayas’”. 

–Lo siento mucho, señor, por favor discúlpeme.

“Me acerqué, le di un beso en la cabeza. Le dije que lo quería y me fui.”

Cuando salió de la recámara, tomó su bolsa y de inmediato Benito Echeverría les dijo a los muchachos: “Ábranle la puerta, que ya se vaya”. 

Al siguiente día la asistente regresó, pero ya no le abrieron la puerta.

Benito Echeverría se ha reservado su derecho a declarar, pero en el Ministerio Público se acumulan testimonios del maltrato contra el único presidente mexicano que ha sido acusado de genocidio, pero a quien los tribunales exoneraron por “falta de pruebas”. Por la intervención de personal de Presidencia, el caso también lo sigue la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.   l

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*Reportaje publicado originalmente en la edición 2209 de Proceso, del 3 de marzo de 2019.

Texto publicado en el número 2385 de la edición impresa de Proceso, en circulación desde el 17 de julio de 2022.

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