Cultura

La cabalgata de “Tambor”, El Caballito

Esta es la historia extraordinaria de una escultura en la cual un caballo –y no su jinete– logró salvar de la destrucción lo que hoy México conserva como una obra de arte.
sábado, 30 de abril de 2022 · 14:32

Esta es la historia extraordinaria de una escultura en la cual un caballo –y no su jinete– logró salvar de la destrucción lo que hoy México conserva como una obra de arte. Primera estatua vaciada en bronce en América, El Caballito de Manuel Tolsá sorteó innumerables obstáculos por toda la capital del país; recogida como libro por el especialista en arte Luis Ignacio Sáinz en un trabajo de largo aliento y varios años. Con sus colaboradores, los arquitectos Luis García Galiano de Rivas y Jorge González Aragón, explica a Proceso la ardua tarea “para superar la ignorancia” en una edición de divulgación científica y artística “y de una lectura muy grata”.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso),– Desde la creación de su maqueta en 1796 por encargo al arquitecto y escultor valenciano Manuel Tolsá y Sarrió (1757-1816), y su colocación primigenia en la Plaza Mayor, El Caballito se convirtió en una obra de arte símbolo de esta ciudad, opacando incluso la figura del rey Carlos IV a quien muy poca gente reconoce en su montura.

El brioso animal, fundido en bronce, ha cabalgado por diferentes rutas de la urbe. Primero del taller de fundición ubicado ex profeso en el Colegio de San Gregorio al Zócalo, de ahí a la antigua Universidad en el centro, luego hacia el cruce de Bucareli y Paseo de la Reforma, hasta que en los años setenta el arquitecto Sergio Zaldívar Guerra imaginó para él un mejor destino en la calle de Tacuba, frente a otra de las monumentales obras del autor, el Palacio de Minería, hoy Plaza Tolsá.

La historia de esta monumental escultura, abordada desde diferentes ángulos, se narra en el libro El Caballito de Manuel Tolsá: Lances y Bretes, coordinado y editado por el investigador y especialista en arte Luis Ignacio Sáinz, quien ofrece detalles del origen y propósito de esta edición, aparecida en la colección Pluma y Martillo de la Casa Morton Subastas. Se trata de una entrevista conjunta con los arquitectos Luis García Galiano de Rivas y Jorge González Aragón, coautores y profesores investigadores de la División de Ciencias y Artes para el Diseño de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.

Rodeado de libros y obras artísticas en su departamento de la colonia Del Valle, Sáinz destaca como punto de partida que Luis C. Morton no es el “empresario voraz” que a veces se describe por las ventas en su casa de subastas, sino un “hombre de cultura” a quien interesa reflexionar en torno al arte y ha publicado libros con temas como el lavado de dinero, la plata, los ferrocarriles, y uno titulado De herencias y herederos. Manual de recomendaciones prácticas.

De tal suerte que un día, platicando sobre El Caballito, Morton hizo un comentario “que no era acucioso, y bueno, yo pago por eso, se lo hice ver, y me dijo: ‘¡No me regañes, haz un libro entonces!’. Y aquí está”.

El bello pero sobrio volumen de 156 páginas, impreso en papel couché e ilustrado con imágenes aportadas por los propios autores, cuenta con una introducción de Morton y seis capítulos:

“Y se llamaba Tambor” de Sáinz.

“El Caballito en sus fuentes” de Rodrigo Rivero Lake.

“La Plaza Mayor de la Ciudad de México. A caballo entre dos mundos, entre los siglos XVIII y XIX” de Carlos González y Lobo.

“Tristes lamentos del Caballito de la Plaza de Armas. Dirigidos al supremo gobierno de México” de José Joaquín Fernández de Lizardi.

“La planimetría del nacimiento, las estancias y los traslados de El Caballito” de González Aragón y García Galiano de Rivas.

Y “El traslado de El Caballito a Tacuba”, de Zaldívar Guerra.

Sáinz detalla a Proceso que en los libros de arte suele haber mucha poesía y literatura y poco rigor, “hay mucha arbitrariedad en el medio y demasiada vinculación con el mercado del arte y el comercio, todo está como muy sesgado”. Ya ha trabajado con el arquitecto González Aragón en temas de cartografías, “él ha agotado los archivos españoles en la identificación de cartografías novohispanas y hasta principios del siglo XIX”, por lo cual lo invitó junto con García Galiano a hacer algo distinto sobre El Caballito.

Así idearon hacer una reconstrucción de su historia, cómo surge el proyecto, la realización de la maqueta en 1796, su creación en el taller de fundición, hasta su localización actual, con base en las cartografías:

“Todos los avatares, que si lo hacen, que si no, cuando lo ponen en el Zócalo, luego lo quiere fundir Guadalupe Victoria, lo quitan, lo mandan a la Universidad, lo rescata Iturbide, hacen barbaridades hasta que, finalmente, Zaldívar, que acaba de morir –muy cercano a la revista Proceso, que le han hecho varios homenajes y muy ganados a pulso–, decide que por la corrosión que está padeciendo en el cruce de Reforma y Bucareli, lo tiene que relocalizar.”

Es el arquitecto Zaldívar (quien en varias entrevistas con este semanario abordó el tema de El Caballito, desde su historia hasta su fallida restauración y su entrega final en el gobierno de Peña Nieto), enfatiza Sáinz, quien lo reubica en la ahora Plaza Manuel Tolsá, y no el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, que solía decir que hacia todo en México, pero “es un falsario absoluto; me puedes citar con todas sus letras.

“Zaldívar, un hombre muy serio hace un estudio. Dice: ‘Dónde lo ponemos? Pues donde se sienta en su casa. ¿Quién hizo El Caballito? Tolsá, entonces enfrente del Seminario de Minas’. Y lo ponen frente al Palacio de Minería (también de Tolsá). Es la razón por la que ni siquiera está en una posición políticamente correcta, de costado derecho o izquierdo, sino dándole el culo al Palacio de Comunicaciones y el rostro al Palacio de Minería”.

De nombre Tambor

El libro registra todos los movimientos apoyado en la cartografía: por qué se desplaza, qué ocurrió, cómo se va poblando la ciudad:

“El texto de Jorge y Luis es realmente prodigioso. Y el libro tiene una ventaja: toda la imaginería visual es proporcionada por los autores, no es de diseño, es de investigación, donde yo proveí de todos los elementos visuales e igual los señores desarrollaron su texto contra mapas antiguos reales, que están ahí con sus cédulas de identificación, mapas de entendimiento y de cómo iba moviéndose en la ciudad.

“Estos señores sabios tienen una relación extraordinaria con quien fue el gran estudioso de estos procesos en el tiempo y contra las cartografía, contra el movimiento de las realidades matéricas en el espacio, que fue Carlos González Lobo, fallecido durante la pandemia hace un par de años.”

Tanto Zaldívar –quien murió en enero de este año– como González Lobo alcanzaron a ver el libro terminado, “muy felices realmente”. Describe:

“Carlos, por ejemplo, hace el estudio de la traza en el Zócalo, cómo había un planteamiento elíptico, tenía un barandal, una barda perimetral, etcétera, y tiene dibujos originales realizados por él, es un trabajo muy rico.”

Con dibujos de su propia mano y estudios diversos, González Lobo analiza en su texto el desplante que tuvo la escultura ecuestre de Carlos IV durante el Virreinato y su ubicación en un perímetro oval dentro de la Plaza Mayor, donde permaneció por varios años.

El punto realmente final lo pone Zaldívar al colocarla en el sitio actual. Sáinz destaca las imágenes de ese día, domingo 27 de mayo de 1979, que conforman la “Memoria visual del traslado” publicada en el volumen, y antecedida por el texto del arquitecto:

“Eso también es único. Él era director de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural, él dispone cómo mover El Caballito, a dónde llevarlo, se encarga de todo. Ahí están las fotos de ese proceso, que son fantásticas.”

Sáinz explica que su texto en el volumen es la historia de todo en torno de El Caballito, las implicaciones de cómo surge desde que se lo propone el virrey Revillagigedo y cómo va cambiando de sede a través del tiempo. Asimismo, sus significaciones:

“Nosotros, se diga lo que se diga, y siendo una sociedad conservadora, no somos una sociedad monárquica, para nosotros siempre fue El Caballito, desde antes de que se construyese, desde que fue maqueta y se presenta; no era el monumento ecuestre de Carlos IV, sino El Caballito. Y El Caballito tiene nombre y apellido, era un percherón de nombre Tambor, de los establos del marqués del Jaral y Berrio en Guanajuato.

“Eso es muy interesante porque al momento en el cual lo quiere fundir Guadalupe Victoria e instruye a Lucas Alamán, él –que es genial– le dice: ‘¡No, cómo que la mitad de este bronce lo vamos a utilizar para hacer monedas y la otra municiones! Ni tú ni yo –le dice al presidente de México– estamos en condiciones de definir el futuro de una obra que ya es de la posteridad, es El Caballito, no es Carlos IV, no podemos destruirlo, no somos nadie para destruirlo’.”

Guadalupe Victoria accede pero le da poco tiempo para llevárselo. Lo más cerca que tenía “el pobre” de Alamán era la Universidad, que estaba a un costado de la sede histórica de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, se lo lleva y lo pone en el claustro bajo, y “llega a hacerle compañía a otra extraordinaria pieza que estaba ahí desde 1790, la Coatlicue, madre de los dioses, no es cualquiera.

“A nadie le gusta que se diga esto, pero los más avezados y entregados defensores del patrimonio en nuestro país han sido los conservadores, no los liberales, tanto en la legislación como en la profesión, no digo que en todos y cada uno de los casos, pero en muchos sí. Entonces será Iturbide el que pregunta: ‘¿Dónde está nuestra madre, dónde está la Coatlicue?’, ‘no, pues está aquí enterrada’.

“¡Y la sacan. Y durante 30 años la Coatlicue y El Caballito van a conversar, van a convivir, hasta que un presidente, este sí liberal, muy chingón, Mariano Arista, dice: ‘Ya no puede estar ahí El Caballito, El Caballito debe ser el símbolo del desarrollo y el progreso de la ciudad. Entonces se lo lleva a donde se va a llamar después el Paseo de la Reforma, donde estuvo tantos años.”

La ignorancia

Recuerda Sáinz que cuando en su momento se lanzó la idea de crear la escultura, se acuñaron medallas conmemorativas, monedas, y Fernández de Lizardi (1776-1827) hizo unos textos que considera maravillosos. “Se hace barbaridad y media y todo eso viene en el libro”, dice. Se construyó con recursos que quitaron a las obras de remozamiento de la Plaza Mayor. Todos los documentos los posee el anticuario Rodrigo Rivero Lake, y con ellos hace su capítulo.

Y cierra el libro con la colaboración del artista plástico Manuel Marín, a quien se le pidió diseñar un construible, “que hiciera su interpretación de El Caballito y su jinete”. Cada libro tiene en la parte de atrás una figura de papel para armar, “es una escultura en papel”.

A decir suyo, el libro en su conjunto “está hecho con amor, no es un negocio ni para Luis López Morton” o los autores.

Luego de todos los avatares que han ocurrido a El Caballito, se les pregunta si lo ha salvado la idea de que es una obra de arte y no la escultura de un monarca. Dice Sáinz:

“Más o menos, lo que lo ha salvado más es la ignorancia.”

Explica que en los caballos, las extremidades delanteras son manos y las de atrás sí son patas. Y recuerda que una de las manos “está pisoteando el escudo sagrado del guerrero, un chimalli, y una de las patas está destruyendo el carcaj que contiene las flechas de ese mismo guerrero.

“Son los símbolos de la mexicanidad que están siendo pisoteados por esta representación de una monarquía, que ni siquiera es la que celebró, digamos, como estirpe nobiliaria, la conquista. Porque estos ya son borbones, Carlos IV es borbón, él no es Habsburgo.”

Coinciden los entrevistados, un poco en tono de broma, en que si se tomara más conciencia de esto, quizá la escultura tendría el mismo destino de Cristóbal Colón “allá en el Parque Bicentenario”. Pero pocos saben que es Carlos IV. Destaca García Galiano:

“Lo que lo salvó fue decirle El Caballito, porque entonces borró la imagen de la monarquía y de la Independencia, quedó como una escultura del caballo. Yo creo que en el ambiente universitario, con los estudiantes, también era así, porque en la obra lo portentoso es el caballo. No voy a hablar mal del monarca, pero lo bello es la presencia que tiene Tambor.”

Añade Sáinz que no somos tan memoriosos, por lo cual poca gente asocia el Monumento a Obregón con el presidente Álvaro Obregón, o el Monumento a la Revolución con el “proyecto francófilo del Palacio Legislativo Federal” del arquitecto Émile Bénard (https://www.proceso.com.mx/reportajes/2015/4/19/el-palacio-legislativo-que-quedo-en-monumento-la-revolucion-145848.html). Por ello asienta:

“No tenemos tan vivos esos vínculos, de modo que yo sí creo, lo dice muy bien Luis García Galiano, que a la estatua de Tolsá la ha salvado ser El Caballito, porque si fuera un símbolo de esos grupos gobernantes, pues sería del terror.”

Recuerdan cómo convivieron en tiempo y espacio con otras dos obras escultóricas que representan a los huey tlatoque Ahuízotl e Itzcóatl (Los Indios Verdes), hechas por Alejandro Casarín, para participar en la Feria Universal de París. El presidente Porfirio Díaz decide, de acuerdo con el gobernador del Distrito Federal, ponerlos cerca de El Caballito como símbolos de la ciudad moderna y la ciudad antigua.

Mover la estatua de Colón le parece a Sáinz “vergonzoso”, porque “el quería ir al oriente, es el único que tenía claridad y ni era cartógrafo ni era nada, era un hombre pobre pero muy astuto. Fue, vendió sus servicios, consiguió el patrocinio y murió pensando que llegó al oriente… Y vaya que los españoles son cabeza dura porque eso lo van a creer hasta finales del siglo XVII, creen que esto no es un continente, sino una isla grandota.

“Colón ni vino acá ni descubrió nada, pero así es como se construyen las versiones, hizo barbaridad y media en las Antillas, y sí fue un hombre espantoso… pero volvemos a lo mismo: Ya es un monumento, no es un altar, es un conjunto equilibrado hecho por Charles Cordier, con cuatro de los grandes frailes protectores de indios, entre ellos Bartolomé de Las Casas quien, luego se nos olvida, él sí se trajo unos esclavos…”

González Aragón redondea que el libro sobre El Caballito es una de las obras en las que Sáinz ha puesto “más empeño, porque además él es el creador de la idea, hace trato con Luis López Morton, y generosamente nos invita y estuvo meses revisando cada uno de los capítulos para que quedara excelente, las fotografías, las imágenes… y tardó algunos años para que pudiera salir, a pesar de que ya estaba terminado”.

Subraya que González Lobo publica algunos planos históricos para dilucidar cómo se trazó el espacio oval para El Caballito, su relación con la Catedral, con la puerta de la entrada principal del Palacio Virreinal, la calzada que viene del norte que es la del Tepeyac, y la del sur”.

El texto que elabora González Aragón con García Galiano comparte algunos de los planos históricos y muestra cómo se fue moviendo El Caballito, desde el Colegio de los Jesuitas al Zócalo, hasta su destino final:

“Para nosotros era importante cómo se trasladó y cómo está dentro de este contexto urbano de la ciudad hasta su colocación final, en donde muchos de estos elementos urbanísticos, de calles principales, de ejes, de aglomeraciones o conglomeración de gente, es importante en este proyecto.”

En su momento, añade, Tolsá fue el gran urbanista de su época y hace una gran obra dentro de la ciudad, “toma también como ejes fundamentales la antigua traza de los aztecas, que tiene conexión con el Paseo de la Reforma y con Bucareli y avenida Chapultepec, para crear un circuito que permitiera tener accesos a la ciudad de una manera ordenada y en donde El Caballito ocupa un lugar importante. Ése es el trabajo que hicimos Luis y yo”.

García Galiano añade, por su parte, que este tipo de libros son importantes “no sólo para superar la ignorancia, son de divulgación científica y artística y de una lectura muy grata.”

Es en la época de Maximiliano, al abrirse Paseo de la Reforma, cuando se le coloca en esa esquina con Bucareli, redondea Luis Ignacio Sáinz; la ciudad va cambiando y se va descubriendo su valor como escultura urbana. Cuando se decide moverlo es porque los coches ya invadían su espacio y no había manera de verlo, y es una escultura para una ciudad peatonal, “ese es el valor de la reubicación de Zaldívar a un contexto donde puedes caminar y la puedes ver al paso para el cual fue diseñado”.

Reportaje publicado el 24 de abril en la edición 2373 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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