Rusia

“Sabotaje”, las explosiones de los gasoductos en el Báltico

Para Moscú se trató de “terrorismo internacional” en su contra. Según Ucrania y Polonia, fue un acto montado por Rusia para desacreditar a sus rivales europeos. Lo único seguro es que las explosiones en los gasoductos Nord Stream 1 y 2 no fueron accidentales.
sábado, 15 de octubre de 2022 · 09:26

Para Moscú se trató de “terrorismo internacional” en su contra. Según Ucrania y Polonia, fue un acto montado por Rusia para desacreditar a sus rivales europeos. Lo único seguro –de acuerdo con investigaciones de Dinamarca y Suecia presentadas a la ONU– es que las explosiones en los gasoductos Nord Stream 1 y 2 –obras que Washington nunca vio con buenos ojos– no fueron accidentales.

PARÍS (Proceso).– Rusia, Estados Unidos, Ucrania y la Unión Europea coinciden por lo menos en un punto: las explosiones que dañaron los gasoductos Nord Stream 2 y Nord Stream 1 los pasados 26 y 27 de septiembre en el Báltico, cerca de la isla danesa de Bornholm y de las costas suecas, no fueron accidentales.

Hasta ahí llega la unanimidad.

El mismo día 26 los gobiernos de Dinamarca y Suecia encargaron la investigación de los hechos a sus respectivos servicios secretos; las primeras conclusiones, presentadas el 30 de septiembre ante el Consejo de Seguridad de la ONU –reunido a petición de Rusia– revelaron que la “magnitud de estas explosiones alcanzó respectivamente los niveles 2.3 y 2.1 en la escala de Richter; es decir el equivalente a una carga explosiva de cientos de kilos”.

Sin acusar a nadie, las autoridades políticas escandinavas precisaron que “todas las informaciones disponibles indican que dichas explosiones son la consecuencia de un acto deliberado”.

Dos días más tarde Berlín advirtió que un grupo especial de investigadores, encabezados por los servicios de inteligencia alemanes, se apresta a trabajar en estrecha colaboración con sus pares daneses y suecos.

Moscú abrió enseguida un caso penal por “terrorismo internacional”.

“Las acciones intencionadas encaminadas a dañar los gasoductos Nord Stream 1 y Nord Stream 2 causaron pérdidas económicas considerables a la Federación de Rusia”, denunció la fiscalía rusa, que confió las pesquisas sobre las fugas ocurridas en aguas internacionales –dos en la zona económica exclusiva danesa y una o dos en la sueca– a su Servicio Federal de Seguridad.

Se estima que la construcción de ambos gasoductos costó alrededor de 17 mil millones de dólares, 51% de los cuales fueron asumidos por Gazprom, operadora rusa de Nord Stream 1 y 2.

Reparto de culpas

El 30 de septiembre Vladimir Putin hizo más explícito su discurso, previo a la firma de la anexión a Rusia de cuatro regiones orientales ucranianas: “Las sanciones no son suficientes para los anglosajones; han pasado a un sabotaje increíble. Pero esto es un hecho, habiendo organizado explosiones en los gasoductos internacionales de Nord Stream, que se extienden por el fondo del Mar Báltico”, dijo literalmente.

Pero para Ucrania no cabe la menor duda: los culpables son los rusos. “La fuga de gas a gran escala de Nord Stream 1 no es más que un ataque terrorista planeado por Rusia y un acto de agresión contra la UE”, tuiteó Mijailo Podolyak, principal asesor del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, pocas horas después de las explosiones.

Lo mismo piensan las autoridades polacas. “Podemos ver claramente que es un acto de sabotaje, un acto que probablemente marca la siguiente etapa en la escalada de la situación a la que hacemos frente en Ucrania”, afirmó el primer ministro, Mateusz Morawiecki, señalando sin nombrarla a Rusia y sin tener los primeros resultados de la investigación escandinava.

En Washington tanto el presidente, Joe Biden, como el secretario de Estado, Antony Blinken, se han abstenido de incriminar abiertamente a Rusia. El primero anunció el envío de submarinos al sitio de las explosiones para ayudar “a los aliados europeos a determinar lo que ocurrió realmente”; el segundo descalificó las acusaciones apenas veladas de Putin contra Estados Unidos.

Las investigaciones europeas, estadunidenses y rusas amenazan con ser complejas y sumamente polémicas.

Los presuntos sabotajes de Nord Stream 1 y 2 constituyen el capítulo más reciente, y quizás el epílogo, de una odisea que durante años opuso a Rusia y Alemania, por un lado, con Estados Unidos, por el otro. Se necesitaría un libro para detallar las inverosímiles trabas y las múltiples amenazas desatadas por Washington contra la iniciativa ruso-alemana de construcción de los gasoductos.

En 1997 Gazprom y la empresa finlandesa Neste crearon un consorcio –North Transgas Oy– para construir un gasoducto entre Rusia y Europa.

El proyecto patrocinado por Moscú y Berlín –Alemania es el mayor importador y consumidor de gas de Europa– fue ambicioso y sólo se concretó en 2005 con la firma de un acuerdo entre Gazprom y cinco empresas gaseras europeas: las alemanas Wintershall y Uniper, la francesa Engie, la austriaca OMV y la anglo-holandesa Shell.

Empezó la construcción de esa obra sofisticada de mil 224 kilómetros –la mayor parte submarina– que cuenta con dos ramales paralelos inaugurados respectivamente en noviembre de 2011 y octubre de 2012. Nord Stream 1 permite el tránsito anual de 55 mil millones de metros cúbicos de gas entre la ciudad de Vyborg, vecina de San Petersburgo, y Greifswald en la región alemana de Mecklemburgo-Pomerania Occidental.

Necesidades rusas

Su ruta por el mar Báltico responde a las exigencias estratégicas de Putin, que pretende tener razones de sobra para prescindir de la vía terrestre ucraniana. El mandatario ruso asegura que Kiev se rehúsa a pagar las deudas que contrató con Rusia, que desvía parte del gas para su propio beneficio y que “lucra demasiado” con los derechos de tránsito del gas por su territorio.

En realidad, el Kremlin buscaba deshacerse de su dependencia de Ucrania y lo logró parcialmente: en 1994, 91% de sus exportaciones de gas a Europa pasaban por Ucrania; en 2018, seis años después de la puesta en marcha de Nord Stream, ese porcentaje se redujo a 41%.

La relación entre los “hermanos enemigos”, que empezó a deteriorarse con la Revolución Naranja (2004-2005), se tornó francamente hostil a partir de la revolución ucraniana de 2014, que gozó de un amplio apoyo de la OTAN.

La situación desembocó en la anexión de Crimea por Rusia, condenada internacionalmente, y provocó una guerra no declarada en la región de Donbás entre Kiev y separatistas ucranianos apoyados por Moscú.

Pese a tensiones cada vez más fuertes en la región, en 2012 Gazprom y sus socios europeos coincidieron en la necesidad de construir un segundo gasoducto –Nord Stream 2– paralelo al primero, dotado también de dos ramales que permitirían un tránsito anual suplementario de 55 mil millones de metros cúbicos de gas entre Oust-Louga, a 200 kilómetros de San Petersburgo, y la misma ciudad alemana de Greifswald. Y ahí empezaron los problemas.

El proyecto tropezó con la férrea oposición de Ucrania, Polonia y Estados Unidos, a la vez por razones ideológicas y económicas.

Ucrania no quería seguir perdiendo derechos de tránsito del gas ruso por su territorio. Los que le quedan después de la creación de Nord Stream 1, si bien bajaron, siguen representando 3% de su PIB.

Polonia –enemiga histórica de Rusia y aliada incondicional de Estados Unidos– pretendía imponerse como mayor importador de gas natural licuado (GNL) estadunidense en Europa y buscaba acabar con la competencia del gas ruso, mucho más económico.

Es por el mismo motivo que Washington emprendió su cruzada contra Nord Stream 2. La Casa Blanca expresó, además, de manera cada vez más abierta y agresiva, su temor de que el nuevo gasoducto aumentara la dependencia energética de Europa en relación con Rusia y socavara el efecto de las sanciones que multiplica contra el Kremlin desde la anexión de Crimea.

El ataque frontal estadunidense empezó en 2017. Sin esperar el inicio de la construcción de Nord Stream 2, el Congreso adoptó el Countering America’s Adversaries Through Sanctions Act (CAATSA, Ley para Contrarrestar a los Adversarios de Estados Unidos con Sanciones) y el Senado el Countering Russian Influence in Europe and Eurasia Act, (Ley para Contrarrestar la Influencia Rusa en Europa y Eurasia), que amenazaban con sancionar a entidades e individuos que inviertan o trabajen en el proyecto del gasoducto.

La Comisión Europea replicó blandiendo a su vez represalias contra -Washington. Trump retrocedió, por lo menos -momentáneamente.

Las obras de Nord Stream 2 –que Angela Merkel defendió contra viento y marea–, empezaron en abril 2018. Ese proyecto era de importancia capital para Alemania, que se comprometió a renunciar a la energía nuclear en 2022 y al carbón en 2038. El país necesita un abastecimiento de gas regular y permanente con precios estables y asequibles mientras se vaya dotando de fuentes de energía renovable.

Estados Unidos no tardó en reanudar las hostilidades, aprovechando divisiones internas de la Unión Europea. Apoyada esencialmente por Polonia, Estonia, Lituania y Dinamarca, la Casa Blanca esgrimió la amenaza de “aranceles implacables” para obligar a la Unión Europea (UE) a abrir ampliamente su mercado al GNL estadunidense –“el gas de la libertad”, según Trump– a expensas del “gas totalitario” de Rusia. Las nuevas directivas energéticas europeas multiplicaron los obstáculos administrativos al Nord Stream 2.

Según denunció Le Monde Diplomatique en un amplio análisis sobre el tema, publicado en mayo de 2021, la capitulación del Consejo Europeo ante la administración de Trump se debió en gran parte al “espectacular giro de 180 grados de Emmanuel Macron”, que retiró su solidaridad al grupo de apoyo al gasoducto, integrado por Alemania, Austria, Holanda, Bélgica, Grecia y Chipre.

Sigue Le Monde Diplomatique: “Tras el disparo de advertencia, el cañonazo: como si fuera del todo evidente que la política energética europea se decide en Washington, los parlamentarios estadunidenses de ambos partidos aprueban en diciembre de 2019 la Ley de Protección de la Seguridad Energética de Europa, una salva de ‘sanciones que congelan las visas y los activos de cualquier persona o entidad extranjera que ayude a los buques de tendido de tuberías a construir infraestructura de origen ruso que termine en Alemania o Turquía’”.

El resultado no se hizo esperar: estas medidas extraterritoriales, que carecían de toda legitimidad, paralizaron la construcción del gasoducto.

Por si eso fuera poco, en julio de 2020 el gobierno de Trump sacó de nuevo a relucir la CAATSA de 2017, que amenazaba con impedir el acceso al sistema del dólar a empresas y ciudadanos de Alemania que participaran de una forma u otra en el proyecto del gasoducto.

“En una carta fechada el 5 de agosto de 2020, tres congresistas estadunidenses ordenan a los directores de dos puertos alemanes que renuncien a toda participación a Nord Stream 2”, insiste Le Monde Diplomatique.

No capituló Frank-Walter Steinmeier, presidente de Alemania, que consideró el gasoducto como “uno de los últimos puentes entre Rusia y Europa”. Merkel optó por negociar con Washington: pidió al gobierno de Trump que le dejara las manos libres con Nord Stream 2 a cambio de la construcción de terminales dedicadas al GNL estadunidense en dos puertos alemanes.

El envenenamiento de Alekséi Navalni, figura emblemática de la oposición a Putin, en agosto de 2020 y su encarcelamiento en enero de 2021 galvanizaron a los detractores alemanes, europeos y por supuesto estadunidenses del gasoducto. Todos exigían nuevas sanciones contra Rusia, incluyendo el cese de la construcción de Nord Stream 2.

Llegó Joe Biden a la Casa Blanca ese mismo enero de 2021. Tan opuesto al gasoducto como Trump, el flamante presidente se mostró más diplomático que su antecesor. En realidad, su prioridad era revitalizar las muy degradadas relaciones bilaterales con Alemania.

El 19 de mayo de 2021 Blinken afirmó que Estados Unidos suspendía las sanciones contra el gasoducto, en una declaración oficial bastante ambigua en la que enfatizó: “Nuestra oposición a Nord Stream 2 sigue siendo inquebrantable”.

Con todo, avanzó la construcción del gasoducto, que finalizó el 10 de septiembre de 2021. Merkel echó a andar de inmediato su certificación por la Agencia Federal de Redes, autoridad reguladora de la energía de Alemania. Ese procedimiento fue la última etapa antes de la puesta en marcha de Nord Stream 2.

Tres meses más tarde, el 8 de diciembre, el socialdemócrata Olaf Scholz asumió como nuevo canciller de Alemania.

Exministro de Finanzas de Merkel, Scholz fue favorable al gasoducto, no así parte de su gobierno de coalición, cuyos ministros ecologistas, entre otros, se opusieron al proyecto desde su inicio.

El 7 de febrero de 2022 Scholz se entrevistó largamente con Biden durante su primera visita oficial a Washington. El clima fue muy tenso. La Casa Blanca llevaba semanas alertando sobre una posible invasión de Ucrania por Rusia y más que nunca tenía al Nord Stream 2 en la mira.

La rueda de prensa que dieron juntos los dos dirigentes es muy especial. Contundente, Biden aseguró: “Si Rusia invade Ucrania eso significa tanques y tropas cruzando la frontera… ya no habrá Nord Stream 2. Le pondremos fin”.

Scholz mencionó sanciones contra Moscú, sin precisar cuáles. No hizo la mínima alusión al gasoducto y se notó imperturbable cuando Biden, interrogado por los periodistas sobre los medios que usaría para “poner fin a Nord Stream 2”, contestó: “I promise you we will be able to do it” (“les prometo que seremos capaces de hacerlo”).

Esa frase enigmática no fue muy comentada en febrero, pero tomó un relieve distinto el pasado 26 de septiembre, cuando Maria Zajarova, vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, la relacionó con las explosiones en Nord Stream. El Kremlin exigió que la Casa Blanca se explique al respecto.

El 21 de febrero, tres días antes de la invasión a Ucrania, Putin reconoció la independencia de las cuatro regiones orientales separatistas de ese país. La reacción de Scholz fue inmediata: suspendió el procedimiento de certificación de Nord Stream 2. La Casa Blanca aplaudió su decisión sin olvidar mencionar que resultó de “una concertación con Joe Biden”.

A lo largo de agosto y septiembre Gazprom jugó con los nervios de los dirigentes europeos interrumpiendo y reiniciando parcialmente el funcionamiento de Nord Stream 1, oficialmente por razones técnicas. Según voceros del gigante energético ruso, las sanciones económicas impuestas a Rusia le impedían conseguir una turbina indispensable para el mantenimiento del gasoducto.

El 26 de septiembre poderosas explosiones impactaron el Nord Stream 2 y el día siguiente le tocó el turno a Nord Stream 1. El mismo día 27, reunidos en la ciudad polaca de Goleniów, los dirigentes de Polonia, Dinamarca y Noruega inauguraron oficialmente el Baltic Pipe, gasoducto que permite a Oslo exportar 10 mil millones de metros cúbicos de gas a Polonia, así como 3 mil millones de metros cúbicos a Dinamarca y otros países de la región y cuyos gastos de construcción fueron asumidos por la operadora energética polaca Gaz-System y su homóloga danesa Energinet, con subsidios europeos.

“La era de la dominación rusa en el campo del gas, marcada por chantajes, amenazas y extorsiones, se va acabando”, proclamó Morawiecki.

Reportaje publicado el 9 de octubre en la edición 2397 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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