Revista Proceso

La invención de América y la Glorieta de Colón

Un fuerte movimiento reivindicatorio indígena en varios países de América Latina reaccionó este 12 de octubre –conmemorativo del mal llamado “descubrimiento de América”– y atacó monumentos representativos de la conquista española
domingo, 25 de octubre de 2020 · 18:24

Un fuerte movimiento reivindicatorio indígena en varios países de América Latina reaccionó este 12 de octubre –conmemorativo del mal llamado “descubrimiento de América”– y atacó monumentos representativos de la conquista española; en México, las autoridades protegieron la estatua de Cristóbal Colón, quien ha sido ya cuestionado por su esclavismo. En este artículo para Proceso, el autor del libro "La patria en el Paseo de la Reforma" (FCE; México, 2011) hace un repaso del sentido de la historia que tiene la emblemática avenida.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La mayor confrontación de la historia de México ha sido con la historia oficial, que se apropia del pasado a su conveniencia, dejando muchas veces de lado lo que los especialistas van descubriendo. Y en la historia oficial confluyen tanto los gobiernos como sus intelectuales orgánicos, las voces que explican a conveniencia los contenidos que el ejercicio del poder requiere.

En nuestro país esa ha sido la forma prevalenciente de contar la historia confundiendo intenciones didácticas con lo realmente sucedido. Para un niño es más fácil entender una mañana un cura tocó una campana para llevar a los mexicanos a terminar con el dominio español que lo que sucedía en Europa, donde las guerras e invasiones napoleónicas derrocaban reyes y trastocaban fronteras, impactando al resto del mundo, en el que América se había convertido en pieza clave por las riquezas que aportó al viejo continente.

Todo esto viene a cuento porque recientemente en una noche oscura fueron removidas las esculturas del monumento a Cristóbal Colón de la glorieta donde señoreaba desde hacía más de un siglo. Luego se supo que las autoridades de la Ciudad México, tan empeñosas en el cuidado del patrimonio histórico de los mexicanos, habían hecho la maniobra para llevarlas a los talleres de restauración. Resultaba más extraño que sucediera en la víspera del 12 de octubre, fecha en la que se recuerda el descubrimiento de ­América, que también ha sido llamado el día de la raza, el día de la hispanidad, o el día de la resistencia indígena.

Nadie mínimamente escolarizado podría suponer siquiera que su territorio no existiera hacía apenas cinco siglos; lo que es más difícil de explicar es que se tratara de América. Un continente que encontró su nombre no por los viajes del descubridor, sino por Américo Vespucio, el comerciante y cartógrafo florentino, quien estableció años después que se trataba de un nuevo continente y no de las Indias Orientales. Es curioso que un genovés y un florentino, no un español, sean los personajes del inicio de esta historia, pese a que lo que propiciaron fue la colonización de la corona española del extenso territorio descubierto.

América fue un concepto que fue descubriéndose con el paso de los años. En la primaria todos entendimos que Rodrigo de Triana gritó “tierra a la vista”. No gritó “América” porque no podía estar ni remotamente en el imaginario de ese supuesto marinero que quién sabe si existió.

Tuvo que pasar mucho tiempo para que el concepto fuese explicado, entre otros, por Edmundo O’Gorman en uno de los mejores trabajos de historia sobre la construcción de América que después de un racionamiento firme y con conocimiento, decidió llamar "La invención de América", hipótesis desarrollada a lo largo de su libro publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1986.

Era algo en lo que probablemente pensó debido al escándalo que venía conformándose, porque en 1992 debía realizarse una importante celebración por los 500 años del descubrimiento que después de muchas discusiones debió llamarse convenientemente Encuentro de dos Mundos, en una aportación de Miguel León Portilla para salvar el embrollo de un término tan negativo como el de conquista.

O’Gorman no soportaba los anacronismos en la historia de uso tan frecuente, y menos los que han rodeado ese evento al pretender analizar con categorías de nuestro tiempo un complejo pasado. Fue así que encontró que la invención era más apropiada para un horizonte que se fue descubriendo y adquiriendo nuevo sentido.

Así lo que en el tiempo que vivimos se denomina de una manera, en realidad es una invención construida a lo largo de muchos años, y son muchos los países que caen en esa categoría; quizá hay procesos y personajes que influyeron de forma más contundente, pero al final el resultado es el conjunto de capas que van acumulándose hasta conformar el objeto designado.

O’Gorman recurrió a una información, y con su erudición avanzó sobre hechos de los que no hay evidencia de que tuvieran lugar y personajes que no se ha demostrado que realizaran la actividad que se les adjudicó. Pero el concepto estaba allí y la tierra descubierta para la historia terminó por ser América.

La patria se pobló de estatuas

Luego de la independencia de España que alcanzó México en 1821, había que construir la nación, un trabajo que requería un recorrido semejante para llegar a su invención, no porque pueda planificarse, sino como resultado de muchos pensadores, de profesionales que le dieron sentido a un proceso, algo que no es tan simple pues a decir de Amin Maaloud (Nos frères inattendus, Paris, Grasset, 2020, p.83) “en los caminos de la vida nos tropezamos sin parar con los estorbosos cadáveres de nuestra historia. Y si un día la humanidad deja de pelearse con su pasado, encontrará su porvenir, pero ¿sabrá reconocerlo?”.

Los liberales (quienes lucharon por la libertad, la igualdad, los derechos, el laicismo y la distribución de poderes) fueron los llamados a construir la nueva entidad que debía unirse como nación y que concibieron compuesta por dos partes: la hispánica y la indígena. Los términos debían conciliarse para que la patria tuviera sentido.

El criollo se había aceptado como lo demostraba que el cura Miguel Hidalgo fuera transformado en padre de la patria, y no en balde sus estatuas aparecían por todo el territorio desde que el emperador Maximiliano hizo colocar en su breve estancia en el país (1864-1867) 400 de los diferentes héroes, y debido a su pensamiento liberal fue el primero que erigió una de José María Morelos y Pavón.

El ser nacional fue la principal encomienda que los liberales se propusieron, y tenía sentido si de acuerdo con O’Gorman la historia es la proyección en el pasado del futuro que se ha elegido. Contra la arrogancia española y aun de los criollos, debía conformarse la nueva nación con una identidad propia y diferente.

Por eso se pensó que la representación inicial sería la de la independencia y se planeó su monumento desde 1833 por el presidente Antonio López de Santa Anna, luego otro por el mismo Maximiliano, y cuando se lo propuso hacer, encargó al arquitecto Ramón Rodríguez Arangoity hiciera también el pedestal para la escultura de Cristóbal Colón.

Era ya el momento de Benito Juárez y de la restauración de la República, y quien como presidente le dio importancia al paseo que propuso se llamara Degollado, en recuerdo del general Santos, gobernador de Michoacán y Jalisco y ministro de la Suprema Corte mientras se hacía la guerra de Reforma.

El primero no se realizó, pero el dedicado a Colón fue planeado para la primera glorieta del Paseo que se llamó de la Reforma. Formó parte de un proyecto para darle sentido a la historia según los liberales. Fue el historiador Vicente Riva Palacio, secretario de Fomento del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, quien impulsó la idea, convocando a otros de los pensadores del momento.

La nueva nación debía ser el resultado de las dos civilizaciones de las cuales debían enorgullecerse los mexicanos, producto de la patria mestiza, para reconciliar la fusión cultural que ya perfilaba el país moderno. Y en un proyecto original se tomó la iniciativa de dar un carácter particular al Paseo de la Reforma para contar la historia que se construía, o se inventaba.

Se hizo acompañar de historiadores profesionales comprometidos con la historia, como Manuel Payno, nutriéndose del pensamiento nacionalista de otros como Ignacio Manuel Altamirano. Así, quien coordinaría luego la obra fundadora de México a través de los siglos (1884-1899), convocando a los más reconocidos historiadores, como José Ma. Vigil, Alfredo Chavero y Enrique Olavarría y Ferrari, puso su empeño en el relato que en forma práctica debía quedar en el Paseo de la Reforma, que concibió como un libro abierto a la historia.

Desde 1878 hizo construir dos esculturas colosales que debían abrir el Paseo de la Reforma, se trataba de Izcóatl y Ahuízotl, con altura de casi seis metros, realizados por Alejandro Casarín. Reivindicaban míticamente el origen indio de la nación, y en ese constante ir y venir también con el pasado europeo, cuyo más apreciable legado fue la religión católica, le seguiría el monumento a Cristóbal Colón como el descubridor de América, una escultura esculpida por el francés Charles Cordier y costeada por Antonio Escandón.

La figura central fue rodeada por los frailes Diego de Deza, Juan Pérez de Marchena, Pedro de Gante y Bartolomé de las Casas, y fue inaugurado en 1877 cuando ya se convocaba a construir el monumento siguiente que debía ser el de Cuauhtémoc. Se trataba de un plan perfecto para la educación difundida por el liberalismo, de prosapia juarista, que en un mismo entorno reunía a Hidalgo con Cuauhtémoc.

Otros muchos personajes se unieron en la idea del libro abierto a la historia que decidieron escribir los liberales en su paseo emblemático. Francisco Sosa propuso que cada una de las entidades federativas que hubieran luchado por la independencia y la reforma colocara allí a dos de sus héroes. También debían erigirse para las otras glorietas los monumentos a Juárez, a la independencia y a la paz.

No todos se realizaron porque los tiempos y las intenciones cambiaron, pero el trazo del Paseo de la Reforma continúa siendo el mejor pensado en el país, en ese recorrido que lleva a los mexicanos a transitar en una sola jornada por su historia, por la línea del tiempo que con tanta dificultad puede entenderse. Por todo eso debe mantenerse la glorieta y el monumento a Cristóbal Colón con todo y las referencias históricas a las que remite, por ejemplo, la esquina en que fue emplazado el general Felipe Ángeles durante la Decena Trágica, el Café Colón, centro de reunión de los poetas como Ramón López Velarde, de los maderistas y de tantos políticos de otras generaciones. Cancelarlo sería mutilar parte de nuestra historia.

Por lo mismo hay que escuchar a la coordinadora de la Memoria Histórica y Cultural de México cuando afirma: “el patrimonio cultural de la humanidad se comparte. Por eso es de todos, no de un particular”. Por lo que debe actuarse en consecuencia dejando de pelear con el pasado y aceptar que nuestro presente es el futuro que otros ayudaron a conformar.

Este texto forma parte del número 2294 de la edición impresa de Proceso, publicado el 18 de octubre de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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