Carlos Martínez Assad

La guerra no termina en Gaza

La conciencia de las instituciones se tranquiliza con la propuesta de corredores humanitarios para auxiliar a quienes han puesto en esa situación, apenas con un poco de comida y agua para hacer más lenta la muerte de quienes han sido desahuciados.
sábado, 25 de noviembre de 2023 · 07:17

 

Ciudad de México (Proceso).-- La ira ha dominado las respuestas posibles al asalto terrorista de Hamás del 7 de octubre, entendible por su sangrienta mortandad. La decisión de las autoridades israelíes de lavar el agravio cuando contó con la aprobación generalizada de quienes condenaban el ataque, no encontró otra forma que lanzar a su ejército contra la población civil de Gaza, tan inocente como la que sufrió directamente el asalto, saldado con más de mil muertes y cientos de secuestrados.

Las negociaciones han llegado entre el 21 y 22 de noviembre al acuerdo del gobierno israelí de llevar a cabo un alto al fuego humanitario y la excarcelación de más de 100 palestinos presos. Hamás por su parte se compromete a la liberación de cuando menos 50 rehenes, aparentemente sólo de mujeres y niños.

En nombre de quién puede permitirse la venganza que diezma a un pueblo por decisión de autoridades que no encuentran otra forma de eliminar a los responsables del mal infligido. En muchos países sus ciudadanos plasman en sus manifestaciones de si la condena al terrorismo puede extenderse a la invasión de un territorio y a la liquidación de su pueblo, el de los palestinos que, por lo demás, han debido enfrentar una precaria forma de vida que dura casi un siglo.

Washington. Manifestación contra la liquidación de un pueblo. AP Photo / Susan Walsh

Los países del mundo han permanecido impasibles ante la fuerte arremetida de Israel contra Gaza arrojando a la muerte a miles de menores y a muchas mujeres y hombres. Además, se ha arrasado a los sitios más poblados de esa pequeña franja de apenas 365 kilómetros cuadrados habitada por un poco más de 2 millones de personas, que la convierte en una de las zonas más pobladas del mundo con una densidad superior a las 4 mil personas por kilómetro cuadrado.

Con una longitud de 41 kilómetros y entre 12 y 15 kilómetros de ancho, la Franja de Gaza en un blanco muy fácil de atacar. Son inimaginables los efectos psicológicos que pueden causar que crucen su cielo cien aviones de combate arrojando bombas en un solo día.

Cómo puede entenderse que se trata de ir contra los terroristas y cubrir su suelo de sangre de mil, cinco mil, ocho mil, diez mil o más palestinos aterrorizados viendo a sus vecinos y familiares enterrados en las toneladas de escombros en los que el ejército de Israel ha convertido, según los primeros informes, más de 200 mil viviendas. Han quedado sin techo y a la intemperie a más de un millón de personas que deben arremolinarse en un espacio aún más reducido, sin agua, sin pan ni medicamentos en un rincón del sur de la franja a donde han sido replegados.  

Civiles, las víctimas. Ap Photo / Mohammed Dahman

El paisaje, al ver destruida una infraestructura construida durante varios años de trabajo, tiene un profundo impacto en una economía prácticamente subvencionada con fondos de la ONU para los refugiados. Cómo puede en el siglo XXI aceptarse que un país decida poner todas las barreras posibles para el desarrollo del otro, más cuando se trata de del vecino.

Por paradójico que parezca, esa destrucción cuenta con el aval de Estados Unidos, omnipresente en la región y, asimismo, con el de los países europeos que otorgan millones de euros de un apoyo que, sin más es destruido por la acción de un ejército.

Netanyahu y Biden. El apoyo de Washington. Ap Photo / Susan Walsh

En lugar de conocer los esfuerzos para la paz con el retorno de los secuestrados israelís a sus hogares y el cese del fuego que tanto daño ha hecho, la conciencia de las instituciones se tranquiliza con la propuesta de corredores humanitarios para auxiliar a quienes han puesto en esa situación, apenas con un poco de comida y agua para hacer más lenta la muerte de quienes han sido desahuciados.

Hasta ahora no se ve alguna opción de vida para los desplazados que no cuentan con un techo ni con una fuente de trabajo y los niños si siquiera tienen escuela. Alguien se ha preguntado por los niños que van tras de sus padres hacia lo desconocido, queden atrapados o no en ese mínimo territorio.

Desplazados. Sin opción de vida. AP Photo / Fatima Shbair, Archivo

La ONU, como organismo internacional que debía mediar en los conflictos ha sido contundentemente descalificado ante la imposibilidad de detener una guerra con tan alto costo de vidas. Israel no ha respetado sus acuerdos y desvaloriza sus acciones.

Hamás pone una resistencia no prevista que dura más de 40 días, aunque han caído decenas de los cuadros más destacadas de su brazo armado, como el jefe de seguridad, el responsable de la red de cohetes, el comandante del sector norte y otros más involucrados en el asalto del 7 de octubre. Destaca el caso reciente de un alto comandante liquidado en un bombardeo sobre el campo palestino de Jabalia el 31 de octubre, que por cierto dejó un saldo de decenas de muertos y cientos de heridos palestinos cuando por las convenciones se trata de lugares que cuentan con protección de la ONU.

Por una parte, la información demuestra que el ejército israelí ha acabado con varios de los perpetradores del asalto del 7 de octubre, lo que le ha llevado a justificar que es por la seguridad de los israelíes que ha debido segar la vida de miles de palestinos civiles porque los terroristas los usan como escudos. Lo que se presenta como una estrategia deliberada puede no serlo, pero en todo caso, como sucede siempre, el costo en todas las guerras lo carga el grueso de la población.  

Es casi imposible saber cuántos de los gazatíes apoyan las acciones de las brigadas de Izzedi al-Qassam entre quienes optaron por el Hamás político en las elecciones de 2006 votando en contra de a Al-Fatah. Es difícil, como se quiere suponer, que el terrorismo tenga consenso entre la mayoría de los habitantes de Gaza y obviamente no hay forma de saberlo con la confusión que ha impedido diferenciar el brazo político del armado.

En todo caso, la seguridad de Israel no puede lograrse con el costo que las autoridades han decidido y recordando a Bob Dylan hay preguntarse cuántas muertes son necesarias para saber que ha muerto demasiada gente. Al parecer la sociedad ha dado una respuesta si en una encuesta publicada en días pasados en el diario Jerusalem Post se afirma que cuatro de cada cinco israelíes piensan que el gobierno es causante de la debacle. El ministro de Seguridad Nacional reviró que Israel vivía uno de los momentos “más difíciles de su historia” y no era la ocasión de “tests ni de encuestas”. En redes miles de israelíes pidieron al gobierno que se empeñe en la negociación para el rescate de los rehenes, junto con fuertes comentarios.

 

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