Análisis
La banalización de la vida
Cuando el sufrimiento y la muerte se vuelven cifras, porcentajes, gráficas, barras o videos que miramos desde la comodidad de nuestra casa como vemos un documental o una serie televisiva, cuando la oferta mediática es inmensa, la realidad es cualquier cosa.CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Recientemente, Jacobo Dayán escribió un artículo sobre la conducta del Estado y de los medios de comunicación en relación con la violencia: “La nada ante la barbarie” (Animal Político, 18 de agosto). Su argumento es penetrante. No apunta, como he tratado de hacerlo en estas páginas, a los vínculos que el Estado ha establecido, desde hace muchas décadas, con el crimen organizado. Nos muestra otra cara del monstruo: su inacción, su desprecio, su omisión frente a la tragedia humanitaria en la que la violencia nos ha sumido; una actitud que, en su complicidad con el crimen, llama “nada”.
En dicho artículo, Dayán muestra cómo el gobierno de la mal llamada 4T, semejante a las administraciones anteriores, no ha hecho nada para garantizar la verdad y la justicia. Tampoco para disminuir la violencia. Mientras el discurso presidencial la niega, la Secretaría de Gobernación y las fiscalías la administran sin resultado alguno. Tenemos casi un nivel de impunidad absoluto, más de 90 mil desaparecidos, más de 300 mil asesinatos, la mayoría sin resolver, cerca de 40 mil cuerpos en los semefos sin identificar, más de 3 mil fosas clandestinas, sin contar las de las fiscalías, cuyo desaseo en la inhumación de cuerpos es, en muchas de ellas, semejante a las practicadas por el crimen organizado; 35% del territorio nacional tomado por células criminales.
Ante este panorama, la mayoría de los medios de comunicación, señala Dayán, se suman a la “nadificación” del gobierno, reduciendo la tragedia al caso del día y sepultándola en el show mediático de la pendencia en turno del presidente, de la más reciente ocurrencia de la “mañanera” y del análisis sofisticado de la banalidad de moda. Muy pocos en el espacio mediático –nadie en el político– se atreven a abordar el fenómeno de la violencia y la impunidad de manera seria, desde “una agenda de mediano y largo plazo, con compromisos serios y una pedagogía permanente que es parte de su obligación en contextos como el mexicano”.
Una de las causas de esta “nadificación”, de este habitar la nada, tiene que ver, me parece, con la banalización de la vida que ha traído el desarrollo de la tecnología virtual. Cercada por la infinidad de apariencias que produce, la realidad ha perdido su densidad, su capacidad de ser experimentada. Cuando el sufrimiento y la muerte se vuelven cifras, porcentajes, gráficas, barras o videos que miramos desde la comodidad de nuestra casa como vemos un documental o una serie televisiva, cuando la oferta mediática es inmensa, la realidad es cualquier cosa. En el zapping mental en el que nuestras percepciones se han hundido, siempre es posible cambiar de imagen.
Todavía –nos recuerda Iván Illich y ese poema terrible de Paul Celan que es “Fuga de la muerte”–, en la época del nazismo –en los inicios en los que la técnica se puso al servicio del exterminio–, las chimeneas de los hornos crematorios anunciaban que de la densidad del mundo sólo quedaba humo. Desde el surgimiento del virtual drive de la computadora esa desaparición se volvió casi absoluta. “Lo mundano del mundo”, es decir, lo que debe importarnos, decía Illich en 1992, ya “no yace como un muerto detrás de las líneas enemigas ni como ruinas en las capas profundas del suelo” ni como el horror que debería conmovernos. “Desaparece como se suprime una línea en el RAM-drive/disco virtual”. La velocidad tecnológica y su oferta de apariencias han borrado el mundo y la vida de una forma más terrible de lo que lo hicieron los crematorios de Auschwitz, donde aún el humo y su “extraño olor”, decía León Blum al recordar sus años pasados en Buchenwald, dejaron una huella de horror y rebeldía en él, en Jorge Semprún, en Celan, en los sobrevivientes de esa catástrofe y en Iván Illich.
Hoy, el mundo se colapsa por el cambio climático y la muerte de los otros sólo nos conmueve por los escasos segundos que aparecen en una pantalla. Lo virtual se ha apoderado de tal forma de nuestras percepciones que nos ha despojado de nuestra capacidad de reacción. Estamos, como dice Dayán, en la nada. Atrapados en ella, nuestra capacidad de pensar, de detenernos en lo importante, de fijar la atención se nulifica. Dominados por la inmediatez y el sensacionalismo que exige el consumo virtual, desprovistos de carne, ausentes del mundo, apremiados por participar en la defenestración del acusado del día o en la frivolidad del momento y dejar nuestra huella de babosadas en los 280 caracteres de un Twitter, ya no sentimos ni olemos ni vemos, simplemente reaccionamos al acontecimiento del día.
Inextricablemente presos de redes virtuales, en las que sin pensar capturamos pedazos de realidad, intentamos organizarlos en imágenes y chacoteos vacíos sin relación con lo real.
Asistimos, por desgracia, no a una era que modifica nuestras percepciones, sino a una, cuya virtualidad, decía Jean Robert, sintetiza una nueva clase de percepciones que se encaminan a lo “a-humano” y a una catástrofe antropológica. Hay, sin embargo, todavía en las márgenes, grupos que se rebelan contra esos entumecimientos del espíritu y permiten albergar un destello de esperanza. Quizás, algún día, cuando el colapso se vuelva absoluto, quizás, entonces, esos resistentes puedan rehacer el mundo.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.