Cine/Aún no
Cine/Aún no: “El brutalista”
Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).CIUDAD DE MÉXICO (apro) .- Como tantos inmigrantes al final de la segunda Guerra Mundial, el húngaro Lazslo Thot (Adrian Brody) llega en barco a Nueva York recién liberado de un campo de concentración y lo recibe Attila (Alessandro Nivola), judío igualmente pero asimilado a la cultura americana y casado con una católica.
Hospedado con él, obtiene un trabajo de poca monta. El primer encuentro con el rico industrial Van Buren (Guy Pierce), poco más tarde su patrón, sale mal; sin embargo, cuando cae en cuenta del talento de Lazslo, alumno brillante de arquitectura en la Bauhaus antes de la guerra, lo contrata y decide apoyarlo. Más tarde, el sueño americano, en apariencia tan a la mano, se convierte en una pesadilla.
Aunque la hostilidad hacia el inmigrante se siente desde el inicio de "El brutalista" (The Brutalist; Gran Bretaña/Estados Unidos/Hungría, 2024), relato épico de más de tres horas sobre la conquista de la felicidad en la tierra de las grandes oportunidades, recuerda al cine del Hollywood de los años cincuenta o sesenta, es justo cuando el mecenas intervine para catapultarlo hacia el éxito, de acuerdo al lugar común de las historias triunfalistas de que el monumento comienza a desmoronarse.
Más afín al cine crítico-político de cineastas como el húngaro Itzván Szabó (Mephisto), la cinta dirigida por Brady Corbet, escrita en colaboración con la actriz y directora noruega Mona Fastvold, desarticula de manera implacable la imagen del sueño americano; ese concepto, que de acuerdo a un reportaje de la BBC, el escritor James Truslow Adams fabricó en 1931, en plena Gran Depresión.
Corbet anuncia su propósito desde las primeras imágenes con la vista invertida de la estatua de La Libertad que obtiene Laszlo al llegar a Nueva York; a medida que avanza el relato, la figura del inmigrante, más allá del fenómeno histórico-antropológico llega a convertirse en una categoría filosófica. La arquitectura funciona como metáfora de la experiencia existencial del artista a nivel individual y cultural.
Hay mucho de obra de tesis en este trabajo de Corbet, quien comenzó su carrera como director de cine con La infancia de un jefe (2015, producción franco-americana), sobre la infancia de un personaje educado para convertirse en un jefe fascista, adaptación libre de una novela corta de Sartre (L’enfance d’un chef), publicada, junto con otros relatos (Le mur) en 1939, cuando el filósofo consolidaba su postura sobre la literatura de tesis.
Pero "El brutalista" trasciende la mera tesis de denuncia, gracias a un guion sólido capaz de acceder a la dimensión de un mito que destruye la fantasía del famoso sueño americano como mero cliché, que nada tiene de mítico, en sentido riguroso. Además de un prólogo y un epílogo, la épica se divide en dos partes: el enigma de la llegada, y el núcleo duro de la belleza (hard core of beauty), la figura mítica del que llega, y el mito del proceso creativo del artista.
Apoyado con una cinematografía que reconstruye la época de manera realista y a la vez ilustra el proceso psíquico de Laszlo, Corbet recurre a la técnica de VistaVisión, variante de 35mm, que permite una alta resolución; el efecto es inquietante en tanto que produce la sensación de estar dentro de la imagen, observa detalles y penetra la piel y las arrugas del rostro torturado del protagonista.
Todo sostenido por actuaciones estupendas, sobre toda la de Adrian Brody, premiado con el Globo de Oro, quien como nieto él mismo de emigrantes judío-húngaros, se involucra a fondo con su personaje, y reproduce el acento que recuerda del abuelo en su infancia para lograr un ritmo que nunca suena falso.
El brutalismo, la corriente arquitectónica desarrollada durante la posguerra en los años cincuenta, que emplea concreto aparente, se vale de líneas y figuras auténticamente minimalistas, se hace indisociable tanto de la psique de Laszlo como de la psique colectiva de la época, de ahí el repudio que causó en su momento. Pero la filiación artística de Brady Corbet habrá que buscarla no tanto en el cine como en la literatura; el ambiente fúnebre y el tono de desencanto de El brutalista resuena a la manera de las novelas de autores como Alfred Döblin (Berlin Alexanderplatz).
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