Cine
Cine/Aún no: La muestra: "Anora"
Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Recomendada por la Palma de Oro en Cannes, Anora (Estados Unidos, 2024) establece a Sean Baker como el realizador ideal para expresar la tensión de la época actual entre el ideal de lo políticamente correcto y la denuncia del doble racero que en realidad se practica.
En lo que va de este siglo, Baker ha explorado las condiciones de vida de los inmigrantes y de la prostitución, trabajadores y trabajadoras sexuales, transgéneros incluidos, en Estados Unidos. Contracultura, denuncia social, comedia y melodrama político son su campo, el rango va de Ken Loach a Scorsese.
Anora (Mickey Madison) trabaja como stripper en un club nocturno de Manhattan; una noche conoce a Vanya (Mark Eydelshteyn), hijo de un oligarca ruso quien, entusiasmado, le pide pasar una semana con ella. La cuota son quince mil dólares, y el idilio arranca con tal fuerza que terminan por casarse en Las Vegas y la promesa de un amor eterno. Pero el hechizo de la Cenicienta se rompe cuando los padres del junior se enteran en Rusia que el chico, en vez de estudiar, se dedica al video-juego y a retozar con su supuesta esposa; junto con los padres, un equipo de guardaespaldas y hombres de confianza aterrizan en Nueva York para persuadir a la joven -a la que no bajan de prostituta- de alejarse de su hijo.
Aunque los recursos de disuasión de personal de los padres son rudos, no es necesariamente lo mismo un oligarca que la mafia rusa: la película roza el tema sin caer en el lugar común de golpizas y torturas; los guaruras son también seres de carne y hueso que cumplen con su trabajo y son capaces de entender qué es justo y qué no. Anora aprovecha al máximo el estrecho margen para la defensa de su propia integridad, lo cual le permite tanto reivindicar su profesión como su carácter propio. Lo que no puede defender es la inconsistencia del niño consentido, que no resulta ningún príncipe azul, bajo la influencia de una madre dominante.
El actor Mark Eydelshteyn -versión rusa de Timothée Chalamet (Mujercitas), pero con la solidez de la escuela de actuación eslava-, encarna perfectamente esa franja de la generación video-juego que no ha trabajado un solo día de su vida, y a quien le cuesta distinguir entre realidad concreta y realidad virtual.
Se sabe que Sean Baker aboga por los derechos de los inmigrantes e incluso propone que se legalice la prostitución; a diferencia del cine de Ken Loach -ejemplo del naturalismo social cuyos personajes a veces sólo parecen encarnar ideas-, los de Baker se sienten más de carne y hueso, el conflicto social los enfrenta a la decepción del sueño americano, pero a la vez a la dificultad de renunciar a él. Lo primero que exige Anora cuando Vanya le propone matrimonio es el anillo de diamante de dos o tres quilates como garantía de amor sincero. Más tarde, el sueño de la pareja feliz podrá desvanecerse, pero no la necesidad y el derecho al fruto de su trabajo, el dinero.
Dentro del formato Pretty Woman, Anora es una joven dedicada, respeta su trabajo al que le dedica siete días a la semana, su cuerpo es instrumento de trabajo; Baker logra que Mikey Madison no proyecte vergüenza de su oficio, y cosa aún más difícil, tampoco aprovecha la belleza y la sensualidad de la stripper para seducir al público; dentro del marco de la sexplotation, Anora, la película, muestra a un personaje digno, capaz de contar una historia d’amour fou (amor loco) que se desinfla en cuanto aparece la matriarca y se corta el suministro de dólares.
Como en sus cintas anteriores -Red Rocket (2021), por ejemplo, donde Baker cuenta la historia de un actor porno en plena decadencia-, la vergüenza no queda a cargo del protagonista, sujeto supuesto de escarnio, sino de la sociedad misma incapaz de simpatizar y comprender.