Cine/Aún no

Cine/Aún no: "Un hombre diferente" y "Hereje"

Un hombre diferente (A Different Man; Estados Unidos, 2024) podría asociarse a una comedia de Woody Allen si no fuera porque los lugares que van de la comedia romántica, ciencia ficción, a la historia sentimental con mensaje de que lo que vale es el alma del personaje y no su apariencia.
jueves, 19 de diciembre de 2024 · 13:06

CIUDAD DE MÉXICO (apro).-La productora A24 se posiciona cada vez mejor como surtidora de cine independiente con todo el alcance comercial, hasta el momento, sin desertar la base de cultura alternativa como puede concebirse aún en Nueva York; parte del éxito proviene del manejo inteligente de los géneros que el cine comercial de Hollywood ha codificado al grado de la calcificación o el acartonamiento.

Un hombre diferente (A Different Man; Estados Unidos, 2024) podría asociarse a una comedia de Woody Allen si no fuera porque los lugares que van de la comedia romántica, ciencia ficción, a la historia sentimental con mensaje de que lo que vale es el alma del personaje y no su apariencia, Aaron Schimberg, director de la cinta, los toma en serio, para luego retorcerlos en imágenes dignas de Escher.

Mientras que Allen hubiese aludido a los géneros de Hollywood para pitorrearse de forma sofisticada, Schimberg (Atado de por vida, 2019) los utiliza para profundizar en la historia y en la psicología de sus personajes. Así, este actor frustrado de teatro, Edward (Sebastian Stan), y aquejado por una enfermedad incurable -neurofibromatosis, que produce deformaciones en el rostro-, cuando tiene la oportunidad de probar una píldora que cura y transforma su apariencia en la de un galán cinematográfico, deberá enfrentar la realidad de que el cambio auténtico no depende de la apariencia.

El primer acto del drama sigue el esquema de la fórmula mágica, el héroe sometido a una maldición de la que se libera con una pócima; un tanto como en La substancia, Edward cambia entonces de nombre, Guy, y finge un suicidio; del toque de ciencia ficción, se impone en seguida la comedia romántica, la vecina del desvencijado departamento donde vive en Manhattan, de la que se sentía atraído, Ingrid (Renate Reinsve), dramaturga, escribe una obra de teatro sobre la vida del supuesto suicida, y Edward se considera perfecto para el rol. Ahora, sobre su nuevo rostro de galán tendrá que usar una prótesis, especie de máscara para representar su antigua apariencia.

A partir de ese juego de máscaras, Un hombre diferente se convierte en un laberinto de espejos, pues resulta que aparece Oswald (Adam Pearson), un individuo con la misma enfermedad que muestra mejor talento tanto para el papel como para seducir a Ingrid con la que comienza una relación amorosa. Entre vueltas de tuerca y paradojas, el desplazado Edward se obsesiona por Oswald; el príncipe no puede deshacerse de su bestia, de quien se convierte en sombra. Tanto el protagonista como el espectador se topan con sus propios reflejos en espejos que se hacen añicos a medida que avanza la historia.

De entrada, el actor Adam Pearson, quien ha trabajado ya con Schimberg en su cinta anterior, padece neurofibromatosis en la vida real, no hay truco, el público ve una imagen real, deberá enfrentarse a la idea recibida de que el guapo deba ser bueno y el malo feo; el reto para el talento de Stan, buen actor para caracterizar personajes con un físico muy diferente a él (en El aprendiz se convirtió en el anaranjado Trump), ahora, con su apariencia real de bonito tiene que proyectar su fealdad interior, cosa que logra bastante bien.

Ingrid representa otro cliché, el de la chica linda con apariencia de buena, que aquí tampoco es que sea abiertamente mala, pero sí un tanto perversa, se dedica a explotar la vida y deformidades de los demás para su trabajo como dramaturga, off broadway por supuesto; Renate Reinsve aprovecha la estela que dejó su personaje en La peor persona del mundo, para romper con el estereotipo de la novia buena y frágil. Y cualquiera que se desgarre las vestiduras y acuse explotación de género y personas con discapacidad, tendrá que enterarse de que el propio director Aaron Schimberg nació con un estado grave de paladar hendido que le provocó una serie de males y problemas de adaptación.

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“Hereje”

En algún lugar lejos de la ciudad, un par de bellas jovencitas tocan a la puerta de una casa solitaria, el propósito de la hermana Barnes (Sophie Thatcher) y de la hermana Paxton (Chloe East) es predicar la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, también conocida como Iglesia de los mormones.

La puerta la abre un amigable Sr. Reed (Hugh Grant), quien las invita a pasar, ellas un tanto confusas porque de acuerdo al canon religioso no podrían estar con un hombre solo. Reed las tranquiliza, su esposa prepara un pay de arándano en la cocina. Sigue una discusión cada vez más extraña contra la religión, cuando las chicas caen en cuenta de que se trata de una trampa; por supuesto, ya es demasiado tarde, y claro, se desencadenan todo tipo de horrores.

La pareja de escritores-directores Scott Beck y Bryan Woods, que promueven un cierto cine de horror que intenta interrogar temas religiosos en un ambiente post-apocalíptico (A Quiet Place, 2018), forman parte del círculo de A24, la productora americana de cine basada en Manhattan, alternativa respetable fuera de Hollywood, en la que colaboran realizadores como Sean Baker (Anora), Darren Aronofsky, o Yorgos Lanthimos, entre varios más; todo lo cual sugiere que el propósito de Hereje (Heretic; Estados Unidos, 2024) es cuestionar temas como el de la fe religiosa en un mundo, como el actual, todo bajo el disfraz de uno de los géneros más codificados de Hollywood, el del horror.

Bajo el código “dos inocentes jovencitas indefensas caen en la guarida del malvado psicópata”, Hereje manipula dos tipos de aversiones en el espectador medio: la de caer en la trampa de la araña y la de enfrentarse a la propaganda religiosa que toca a la puerta de un domicilio, trampa ésta aparentemente menor pero que incomoda profundamente, agita la intolerancia, culpa e irritación.

Dos tipos de obsesiones se confrontan, la de un perverso triturador de mujeres, y la obsesión fanática. Los directores Beck y Woods, no obstante, evitan el riesgo de la caricatura, las religiosas Barnes y Paxton se muestran profundamente convencidas, transmiten una fe auténtica, y emanan pureza y fortaleza religiosa; Reed ,por su lado, es todo un caballero, inteligente y bien articulado, el perfil del británico sofisticado de buena cepa que tanto ha explotado Hugh Grant en su carrera, y que ahora le permite reinventarse como actor, parodiar sus propios tics actorales, y asimilar perfiles de otra época como el de Christopher Lee o Laurence Olivier en sus roles del inglés, de mucha clase, pero retorcido.

En realidad, Reed es un personaje diabólico, un verdadero diablo, con toda la fuerza que el término implica, el calumniador que desvía y pervierte el camino de la fe; a diferencia del sádico gratuito del lugar común, Hugh Grant ofrece un monstruo que encarna la misoginia, literalmente escondida en el sótano, el seductor que hace creer a sus víctimas que simpatiza con ellas, pero este psicópata deriva de una falta de fe y de sentido de la vida. La herejía de Reed parece obedecer a una falla de la religión de salvación frente al horror del mundo actual; no es casual que las religiosas provengan, ellas mismas, de un movimiento herético, desde el punto de vista de la religión oficial, que a su manera intentó renovar el cristianismo.

La tensión, típica del género, plagada de feas sorpresas y sobresaltos, hace perder de vista juegos irónicos como el del pretexto del pay de arándano, imagen de felicidad en la cultura americana, sabor de hospitalidad, que resulta ser sólo una veladora con esa fragancia, otro lugar común del bienestar casero. Sin embargo, y he ahí lo mejor de la película, la casa en la que vive Reed es un laberinto de espacios insólitos y de metáforas de oscuridad, un infierno.

Pero aunque Hereje no concede en términos, podría decirse, teológicos y psicológicos, sí termina por conceder al formato dramático del género.

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