Cine
Cine/Aún: "Mantícora"
Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Como realizador, el español Carlos Vermut, de temática oscura y atrevida, semeja una cruza de David Lynch con Guillermo del Toro, menos metafísico que el primero y aún más introspectivo que el segundo. Mantícora (España-Estonia, 2022) es la historia de un joven diseñador de video- juegos que se vale de su talento para realizar sus fantasías más escabrosas, ahí, en esa zona virtual donde todo es aparentemente posible.
Julían (Nacho López), de apariencia serena, vive atormentado por un secreto inconfesable: su mundo interno se haya plagado de los monstruos con los que se identifica, al espectador, al principio, apenas se le permite un vistazo.
Julían es un monstruo en varios sentidos del término, como prodigio creativo y como individuo al que la sociedad condenaría moralmente y encerraría en una jaula; admirador de Hitchcock, Carlos Vermut construye, en parte, un thriller psicológico, no con el fin de manipular el suspenso como haría el famoso mago, sino para permitir que el público una vez que descubre a la bestia, conozca al ser humano que la encarna, participe en su lucha por acceder a una vida normal, para proteger su fragilidad y para no dañar a nadie. El hombre-lobo es la figura y el conflicto que Vermut tiene todo el tiempo en mente.
El título, Mantícora, hace alusión a un animal fabuloso de la mitología persa, un engendro de tigre o león con cabeza humana y cola de escorpión, un devorador de hombres, de acuerdo a la definición que ofrece la Enciclopedia Británica en línea; un equivalente sería la quimera en la mitología griega. El estupendo guion del director evita este término asociado trivialmente a meras fantasías o ilusiones.
El cine de Carlos Vermut se halla plagado de símbolos y monstruos repartidos a lo largo de sus tramas, como en Niña de fuego (2014), por ejemplo, donde el símbolo es el vestido de un personaje de manga (animación) que desea una niña con cáncer terminal; en Mantícora, mitología y arquetipos ya no son meras referencias ni metáforas, historia y personajes encarnan el mito en su aspecto más oscuro, la psique se concretiza de manera implacable.
Ya en las primeras secuencias (un incendio en el departamento de al lado, cuando Julián rescata heroicamente a un niño de nueve años atrapado en medio del fuego), la imagen de Saturno, el dios que devora a sus hijos, se hace presente; Vermut confirma en una entrevista hacer referencia a Baal, el dios al cual los fenicios sacrificaban niños arrojándolos al fuego, más tarde el nombre de un video-juego, Baal, confirma la alusión.
Cuando Julían visita una sala del Museo Del Prado con Diana (Zoe Stein), la joven artista con quien busca refugio y amor, la pintura de Goya, quizá la más terrorífica imagen del mito de Saturno devorando a sus hijos, se hace presente; en el baile mismo de Diana, nombre por demás mítico, el planeta Saturno se halla presente de fondo.
Aunque saturado de símbolos, el tono del relato es realista, de ritmo pausado y firme; el propósito es que las proyecciones de los protagonistas se materialicen y otorguen sentido a la historia de manera casi subliminal, y más, que algo se retuerza en la mera psique del espectador. El mensaje que intenta el director es aludir a la negrura que se esconde en cada uno, como en la misma Diana, quizá la más temible, a final de cuentas.
No sé si Carlos Vermut supo de la novela, Manticore (1972), parte de una trilogía de Robertson Davies, estupendo escritor canadiense un tanto olvidado, cuya narrativa se desarrolla durante una larga sesión de terapia junguiana, llena de símbolos y alusiones míticas. La cinta parece una respuesta concreta a esta ficción, pero una que lleva el asunto hasta sus últimas consecuencias.