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Cine: "Criaturas asombrosas"

Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).
domingo, 21 de julio de 2024 · 08:54

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Sin rodeos, Thomas Caillez, director de Criaturas asombrosas (Le règne animal; Francia/Bégica, 2023) instala lo monstroso, en tanto que prodigio, en plena normalidad.

Tráfico pesado, François (Romain Duris) maneja su automóvil, lo acompaña Emile (Paul Kircher), su hijo adolescente, de repente una criatura extraña escapa de una camioneta, sobreviene el caos, nadie parece sorprendido, apenas un automovilista se queja de los tiempos que se viven. Resulta que a la humanidad la aqueja un nuevo mal que consiste en mutaciones extrañas que convierten a la gente en seres híbridos, entre animal y ser racional.

A la madre de Emile, transformada ya en una criatura extraña, la tienen en un hospital especial; cuando escapa, François junto con Emile tratan de encontrarla por todos los medios; y como ocurre en este tipo de relatos, entre ciencia- ficción, drama de aprendizaje, un tanto de horror y hasta comedia, Emile empieza a notar cambios extraños en su cuerpo: por un lado trata de ocultarlos entre los compañeros del liceo -algunos abogando por la compasión, y otros decididos a hostigar y aplastar, junto con la autoridad, a estos seres diferentes-, y por el otro el chico intenta borrar sus mutaciones -algo así como cortarse las garras-, dando lugar a escenas terroríficas de sangre y automutilación, al estilo de Cronenberg en La mosca.

Toda una red de metáforas evidentes en la propuesta de Caillez, a partir de un guion original escrito junto con Pauline Munier; a nivel personal e íntimo, la angustia del adolescente vulnerable frente a su cuerpo que sufre cambios que no sabe cómo sobrellevar, la dificultad para relacionarse con el entorno, con los otros jóvenes aparentemente cómodos con su propio cuerpo; más a fondo el tema de la diferencia biológica, o de orientación, frente al canibalismo social; está esa madre que rasga la pared, enferma o deprimida, ausente en la dinámica familiar. El director propone, como clave, la relación entre padre e hijo, con una química entre ambos que los actores exploran sin perder un instante, clave del desenlace. Romain Duris (De latir mi corazón se ha parado), como siempre, a tono con su personaje.

A nivel social, el miedo a la diferencia, el hostigamiento sistemático de borrar o esconder tendencias fuera de la norma, la ambigüedad de la autoridad; unos, como la mujer policía que trata de ser empática con los mutantes, o los otros que sólo ven el peligro de una aberración, y la ciencia misma, con sus cirugías correctivas. Obvio el mensaje ecológico, la compasión por los animales, o la metáfora, quizá la más profunda, de la naturaleza que reclama su poderío frente al abuso y la explotación de sus recursos, la traición del hombre hacia su propia animalidad.

Pero es esta constante transparencia en la significación que limita un tanto el alcance de Criaturas asombrosas, y exige que hay que aceptar el mensaje, un tanto ingenuo, de que la naturaleza es buena per se, y pasar por alto que una cosa es la solidaridad social, indiscutible, con la diferencia, y otra la irrupción de instintos animales que tendrán que alimentase también de lo animal, o de lo humano.

Visualmente, Thomas Caillez logra una cinta con alma, en comparación a un equivalente de cine americano plagado de efectos espectaculares con final feliz que habría quedado en la banalidad; en Criaturas asombrosas las mutaciones se hacen sentir física y emocionalmente: plumas, alas, escamas o garras, brotan y fascinan, con una mezcla de miedo y vergüenza. El rodaje se realizó principalmente en escenarios naturales, apoyado en drones, con maquillaje y prótesis bien utilizadas, animaciones y efectos de computadora, enfocados no a producir imágenes meramente fantásticas, sino realistas.

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