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Cine: El Club Cero
Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Apenas llegada a una prestigiada escuela privada en Oxford, Miss Novak (Mia Wasikowska) abre una clase sobre nutrición. El grupo se reduce pronto cuando los estudiantes se enteran del contenido de la misma, pero los adolescentes que permanecen se entregan por completo a la propuesta, unos por rescatar el medio ambiente, otros por luchar contra el consumismo, o por mera salud. Se trata de comer lo menos posible, masticar con conciencia cada pedacito de un único vegetal, para llegar al grado óptimo: Dejar de comer por completo.
En su segundo largometraje en inglés, El Club Cero (Club Zero; Austria/Francia/Reino Unido/Alemania/Dinamarca, 2023), la austriaca Jessica Hausner ofrece una fábula contemporánea, no precisamente sobre los temas por los que el grupo de chicos se adhiere al club del anti-consumismo, sino sobre los mecanismos de la formación de cultos en jóvenes vulnerables bajo la complicidad de instituciones y padres de familia distantes que nada entienden, poco involucrados en la educación de sus hijos. “Todos nuestros niños son muy talentosos, al menos es lo que piensan sus padres, nuestra tarea es cumplir sus expectativas”, advierte la directora de la escuela.
El riguroso formalismo del que se vale Jessica Hausner (colores fríos, encuadres rígidos dentro de los cuales los adolescentes parecen atrapados sin salida), sugiere un mundo artificial, especie de distopia que apunta hacia la ciencia ficción; el diseño de uniformes unisex se aleja por completo del típico estilo de las escuelas privadas inglesas. La película fue rodada en el Colegio de Saint Catherine, construido por el arquitecto danés Arne Jacobsen, de concepto modernista. Pero no, a diferencia de la ciencia ficción asociada a un mundo atrapado en una realidad irreversible, el conflicto generacional de estos jóvenes que buscan atención, provocando, inconscientemente, a padres adinerados que viven en otro continente, apunta básicamente a una clase privilegiada.
Los intereses de los alumnos fanatizados de Miss Novak son básicamente narcisistas, desde bajar de peso para la clase de danza, créditos fáciles para su beca, hasta sentirse héroes que salvan al planeta; el nuevo culto sólo logra aislarlos aún más bajo una falsa noción de identidad.
El Club Cero atrajo poco a la crítica inglesa y americana, normalmente más cómoda en mensajes morales claros; unos subrayan la intención satírica, como la de “entre menos comas, o nada, más sano estarás”, o la anorexia como ideal de lucha contra el consumismo, mientras que otros creen ver una crítica contra movimientos como el MeToo, suerte de fascismo disfrazado. La realidad es que toda fábula conlleva un tanto de sátira, y el problema es que toda fábula especifica su postura moral, no así en este trabajo de Jessica Hausner.
¿Es solamente una clase privilegiada la que puede darse el lujo de dejar de comer para sentirse importante? ¿Qué ocurre entonces con la población mundial, inmensa mayoría que a duras penas logra alimentar a sus hijos?
Claramente influida por su padre, Rudolpg Hausner, gran pintor austriaco asociado al realismo fantástico (diferente al realismo mágico), las películas de Jessica Hausner reflejan más las inquietudes de una artista visual que supedita el drama a relatos sugiriendo controversias sin resolver y que permanecen en la mera imagen visual sin salir de ahí.