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Cine: “El tío”, de Andrija Mardesic y David Karac
El esquema de El tío (The Uncle/Stric, Croacia/Serbia, 2022) adopta la idea de Hechizo del tiempo (Groundhog Day, 1993), sólo que en vez de lograr el día perfecto para el romance, la Navidad perfecta resulta la pesadilla total.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La familia prepara Navidad: padre, madre, hijo adolescente, árbol decorado, pavo horneado, todo en espera de la llegada del querido tío (Miki Mainojlovic) que vive en Munich, quien pronto aparece en su Mercedes azul, cargado de regalos.
Perfume para la cuñada (Ivana Roscic), paquete de cigarros para el hermano (Goran Bogdan) y una escopeta para el sobrino (Roco Sikavica). Esta Navidad, donde todo parece perfecto, ocurre en los años ochenta en Yugoslavia, o por lo menos eso parece, porque de pronto suena un celular y el tío sale a contestar la llamada.
Aún más extraño, al día siguiente se repite la Navidad; posteriormente, una y otra vez. El esquema de El tío (The Uncle/Stric, Croacia/Serbia, 2022) adopta la idea de Hechizo del tiempo (Groundhog Day, 1993), sólo que en vez de lograr el día perfecto para el romance, la Navidad perfecta resulta la pesadilla total.
No cabe duda que la pareja de realizadores, Andrija Mardesic y David Karac, incorporan mucho del estilo y temas de Yorgos Lanthinos (Dogtoth) y de Haneke (Juegos peligrosos), claustrofobia, el círculo vicioso de la obsesiva repetición, la familia que funciona a la manera de trampa infernal, todo lo cual parece obvio y hasta poco original para un público curtido con este nuevo tipo de cine de horror, quizá el peor de todos, el del espanto disfrazado de normalidad.
Pero ese público avezado en Lanthinos y Haneke puede pasar por alto la originalidad de esta cinta croata, una extraña y anacrónica queja política, a la vez que una forma de nostalgia de lo que fuera Yugoslavia antes del desmembramiento y el caos que produjo, guerras y masacres.
Mardesic y Karac asocian la experiencia de vivir plasmados en un devenir privado sin lujo y con poco acceso a los avances tecnológicos; con las visitas de familiares que vivían en el extranjero y llevaban sus productos modernos, la jactancia de ese lujo e innovaciones; entonces los visitantes pretendían haber olvidado un tanto la lengua natal. Mezcla grotesca de envidia por parte de los yugoslavos de entonces y desprecio al ridículo que hacían los parientes privilegiados.
Nada más emblemático que la Navidad para cocinar ese ragú de felicidad forzada, regalos que habrá que festejar aunque resulten inútiles, temidas reconciliaciones que amenazan terminar mal, o peor; no existen estadísticas que muestren el alivio del fin del festejo en los participantes. A diferencia del horror apocalíptico que provoca el griego Lanthinos o el austriaco Haneke en El tío, el público puede reconocer un tanto de su propia experiencia, la comedia grotesca del reencuentro familiar en el supuesto día más feliz del año. Parece irresistible que cuando sale una película original de fondo, haya que asociarla a otras con temas parecidos; pero la historia de Mardesic y Karac hacía falta: explorar esa zona de nadie que deja la desaparición repentina de un Estado y la lucha de una cultura por su independencia.
El tío encarna a ese yugoslavo rico y prepotente, con su Mercedes azul, en realidad, propiedad de un mecánico que los directores encontraron en la comunidad, es el color del sueño materializado de aquellos que no salían de Yugoslavia; por su lado, el tío representa al tipo coagulado en la nostalgia de la infancia, una que en realidad nunca tuvo, a manera del personaje de Frank, el psicópata de Lynch en Blue Velvet.