Cine
Cine/Aún no: "Lo que no vemos"
Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Con un estilo prestado al cine de horror y al thriller, la realizadora kurda-alemana Ayse Polat arma una historia desde puntos de vista diferentes, Lo que no vemos (Im toten Winkel; Alemania, 2023).
En realidad, los fantasmas no son almas en pena ni el objetivo es agitar al público con la emoción de descubrir y castigar al asesino. Se trata de un film político en la esfera histórica, profundamente psicológico en la esfera personal y familiar, de cómo la accidentada historia de los kurdos en Turquía ha dejado profundas huellas en la psique colectiva de este pueblo, exiliado, masacrado y negado.
A una remota población kurda en Turquía llega una directora alemana Simone (Katja Bürkle) con su equipo de rodaje, para hacer un documental sobre una anciana que, en un ritual diario, cocina para el hijo desaparecido 26 años atrás; ahí aparece Melek, una niña de 7 años cuya nana es la intérprete del grupo, y cuando una extraña fuerza parece poseer a la pequeña e invadir todo el ambiente, su padre, Zafer (Ahmet Varli) que se haya involucrado con grupo entre mafioso y terroristas (quizá), se vive perseguido; la hijita, clave de conocimiento, sufre por sentirse culpable entre la lealtad a la familia y delatar la verdad.
La trama es aún más rebuscada: El esquema de narrar desde diferentes subjetividades se basa en el efecto Rashomon -llamado así en honor a la cinta de Akira Kurosawa, 1950, que yuxtapone diferentes versiones de un mismo evento, intriga pero provoca mucha confusión-; a diferencia de Kurosawa, que exponía la complejidad y dificultad para establecer la verdad de un hecho, pero mantenía premisa de la cinta clara, la directora kurda convierte en un laboratorio terapéutico diseñado para investigar las intrincaciones del trauma de esta familia, ligado al trauma de toda una comunidad; Ayse Polat quizá sugiere un camino de cura, aún no necesariamente claro.
Técnicamente, Lo que vemos incorpora el llamado screenflow, el flujo de pantallas, y en este caso, lentes a manera de ojos que espían a los personajes; espiar y ser espiado. El equipo a cargo del documental maneja un par de cámaras, los teléfonos celulares despliegan toda su actividad posible, además de cámaras escondidas en la vivienda que pueden estar controlados por espías del gobierno turco, mafiosos, o quién sabe quién. El ambiente de paranoia invade a los personajes, nadie se siente a salvo, ninguna narrativa es confiable, y es entonces cuando los fantasmas y sueños de la niña adquieren significado y funcionan como metáforas de una realidad laberíntica.
Las locaciones, el alejado pueblo lleno de oscuros callejones, construcciones inacabadas, ruinas ancestrales, se convierte en mapa de esa memoria histórica, del maltrato al que ha estado expuesto el pueblo kurdo, con proyectos de construcción y recuperación de su propia identidad, imposibles de completar debido a heridas, ruinas y demoliciones.
El título en español es impreciso, lo que no vemos implica cosas que se esconden; en alemán resulta más elocuente de acuerdo a la intención de la directora, el punto ciego es un lugar preciso, un poco como estar en el ojo del huracán. Melek, la niña, se halla en ese punto ciego, o quizá sea ella misma el punto ciego de esta familia, lo que la hace especial es su capacidad de hacerse conciente y de atreverse a hablar; el papel de la abuela es estar a cargo a cargo de la memoria; extremos de este trauma, heridas que atraviesan varias generaciones.