Cine

"Oppenheimer"

Disfrazada de biopic sobre la vida del llamado “Padre de la Bomba Atómica”, la película de Christopher Nolan escenifica el conflicto interior de J. Robert Oppenheimer entre su ímpetu creativo y sus tendencias destructivas, entre genio personal y poder político.
sábado, 29 de julio de 2023 · 09:13

Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición a partir de este mes se volvió mensual, publicarán en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).­- Con “Oppenheimer” (EU, 2023), el británico Christopher Nolan, cuyo trabajo consolida la tendencia en el siglo XXI (“Memento”, 2000) a borrar fronteras entre arte y superproducciones, cine de autor y cine comercial, desbarata ahora el cliché entre el artista y el científico.

Disfrazada de biopic sobre la vida del llamado “Padre de la Bomba Atómica”, la película de Nolan escenifica el conflicto interior de J. Robert Oppenheimer entre su ímpetu creativo y sus tendencias destructivas, entre genio personal y poder político.

Basado en la biografía “El Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer” (premio Pulitzer), Nolan lleva hasta sus últimas consecuencias el mito que sugiere el título de este libro escrito por los periodistas Kai Bird y Martin J. Sherwin, el del dios que roba el fuego a Zeus y luego es castigado y humillado por su osadía.

El desarrollo, en realidad, apunta mejor hacia un mito moderno, el de Frankenstein, cuyo subtítulo era precisamente “Prometeo moderno”. En el siglo XX, el éxito de dar vida a la criatura del doctor no sólo lo destruye a él mismo, sino que amenaza el destino de la especie humana.

Algo hay ya dañado desde el principio en la psique de Oppenheimer (Cillian Murphy), estudiante de ciencia en Europa que no sólo muestra ansiedad y obsesión, sino un cierto impulso criminal, como la escena de la manzana envenenada que deja en el escritorio de un odiado profesor en Cambridge, de lo cual se arrepiente en seguida y rectifica; el Oppenheimer que Murphy compone magistralmente sugiere más el conflicto de la serpiente infiltrada en el paraíso que el del Adán edénico. En “Oppenheimer” no hay pérdida de Paraíso.

En la famosa sentencia de Oppenheimer extraída del “Bhagavad Gita”, que sí formuló porque existe el registro documental, “ahora me he convertido en muerte, el destructor de mundos”, y que algunos vigilantes, listos a brincar a la primera oportunidad para hacerse notar, acusan de falta de respeto al libro sagrado, Cillian Murphy transmite la tragedia y la insolencia (“hibris”) de un ser humano que se adjudica el poder divino. No sólo se trataba de repetirla, sino de encarnarla como otrora lo hizo Brando en “Apocalypsis Now” con la cita de Conrad: el horror.

Pretexto para escandalizarse, que una de las veces que el Oppenheimer de Murphy enuncia la terrible sentencia, haya sido mientras hace el amor con su amante, la psiquiatra Tatlock (Florence Pugh); pero además de escenificar Eros y Tánatos, la escena desarticula el código del cine de explotación y morbo sexual. Lo mismo ocurre con la escena de sexo escenificada durante el humillante interrogatorio, en plena fiebre del macartismo, donde el jurado quema-brujas escudriña la vida íntima de Oppenheimer, con el pretexto de la tendencia comunista de la amante; el espectador no puede más que compartir la vergüenza y la incomodidad del Prometeo encadenado.

Nolan tuvo el buen gusto de no mostrar la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, otra excusa para atacarlo, pero además de ser ya un lugar común repetido hasta el vómito --lo cual sí que es un insulto para los japoneses--, la gran prueba de la bomba atómica del proyecto Manhattan, en Los Álamos (Nuevo México, Estados Unidos), anuncia el ya horror que sigue.

“Oppenheimer” crea una sinfonía de luz y oscuridad, de silencio y estrépito; afirma, sin exagerar, que se trata de un momento en el que el destino de la humanidad cambió para siempre, y no necesariamente para bien.

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