Teatro

"Wilma", performance y racismo

A la historia de su familia la atraviesan dos catástrofes que describe desde la historia o la experiencia; el hundimiento del Titanic, del cual su bisabuela fue una sobreviviente, y el huracán Wilma, que en el 2005 tocó tierra en la península de Yucatán.
martes, 20 de junio de 2023 · 09:16

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Los huracanes destruyen y arrasan con todo lo que tocan, al igual que las personas dejan estragos en la vida de los otros, para de ahí reconstruirse y volver a salir.

El unipersonal Wilma es creado e interpretado por Itzhel Razo, da testimonio de heridas personales y sucesos naturales y sociales que marcaron la vida de la actriz. Su realidad se amplifica al darle otros sentidos y asociarlos con acontecimientos colectivos. No es lineal la narración. Hay historias y acciones; danza y pintura. Un espectáculo colorido y variado, con imágenes sugerentes que muestran, describen o corren en paralelo a lo que la actriz quiere compartirnos.

Desde el documental y el performance, Wilma es la historia de una niña, de una mujer con una abuela racista y clasista por la que Itzhel se sintió despojada de su identidad maya. Su abuela anhelaba que su hijo se casara con una mujer blanca, pero resultó ser una mujer mexicana que ella rechazó desde el principio. Forzó a su nieta a no hablar en maya y a no relacionarse con su comunidad. Clausuró las raíces yucatecas de Itzel y eso la marcó. Wilma es un exorcismo para liberarse de aquella carga, recrearla en el teatro y recuperar ese universo.

A la historia de su familia la atraviesan dos catástrofes que describe desde la historia o la experiencia; el hundimiento del Titanic, del cual su bisabuela fue una sobreviviente, y el huracán Wilma, que en el 2005 tocó tierra en la península de Yucatán. Con fotos e imágenes, acciona y habita el espacio. Cubre su cuerpo con pintura y se transforma. Es un ser, un ente, una mujer. Con manchas rojas, azules, negras y del color del barro, que la convierten en un cuerpo inventado y vuelto estatuilla. Su cuerpo desnudo se sumerge en el agua, o en su huipil se proyectan manchas de pinturas y fotografías –sólo una se conserva de su abuela– del álbum familiar. El movimiento corporal no es el común; explora la danza contemporánea y balinesa; los temblores y acciones repetitivas, momentos estáticos y en equilibrio. Despliega sus habilidades con gran precisión y fuerza para mantenernos expectantes.

Los sonidos guturales y variaciones en la respiración sustituyen muchas veces las palabras y los silencios, a veces en exceso, pero crean otra forma de transmisión emocional. Se insiste en un lenguaje sonoro para luego pronunciar, con la voz, su historia o el contexto. Habla de los ciclones, huracanes o tifones, los define y asocia con su vivencia; cuenta de su lugar de origen y cómo se desvinculó de él. Hay dolor, resentimiento e impulso transformador.

Las imágenes se apoderan del escenario, y un cuerpo viviente nos hace vibrar. Itzhel Razo abre el espectáculo con su larga cabellera pelirroja flotando en el aire provocado por un ventilador. Tiembla la foto de su abuela proyectada en su espalda, y danza en círculos cuando salió volando por la ventana. Se vive el aire huracanado en el saltar por las cuerdas colgantes que caen como lianas, de extremo a extremo, y la arrastran sin clemencia.

La iluminación de Roberto Paredes crea atmósferas surreales y pictóricas; luces de colores reforzadas con el diseño sonoro de Rodrigo Castillo Filomarino, que nos sumergen en una realidad escénica mágica.

Wilma estuvo de gira por diferentes ciudades de la República Mexicana y fue bien recibida. Ahora da funciones en la Sala Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque. Nos transmite su nostalgia y su poder, su deseo reparador y su crítica social desde lo íntimo y personal. Una propuesta arriesgada, con un lenguaje propio y una interpretación poderosa.  

Este análisis forma parte del número 2423 de la edición impresa de Proceso, publicado el 18 de junio de 2023, cuya edición digital puede adquirir en este enlace

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