Cine

“Licorice Pizza”

Con Licorice Pizza, Paul Thomas Anderson cambia el tono, regresa a la década de los años 70, inunda la pantalla con la efervescencia de talentos actorales y musicales que revoloteaban fuera de Hollywood aunque aspirarían a trabajar ahí.
sábado, 26 de marzo de 2022 · 15:38

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Personajes dañados, familias disfuncionales, moralismo, corrupción política, son temas constantes en las películas de Paul Thomas Anderson; la región de sus relatos es el Valle de San Fernando en California: Boogie Nights, Magnolia, The Master, entre otras, ocurren en esa tierra del cine, semiárida y luminosa. Con Licorice Pizza (EU, 2021) cambia el tono, regresa a la década de los años setenta, inunda la pantalla con la efervescencia de talentos actorales y musicales que revoloteaban fuera de Hollywood aunque aspirarían a trabajar ahí.

Brillante y talentoso, a los 15 años Gary (Cooper Hoffman) ya no puede trabajar como actor infantil, tiene que buscar cómo hacerse rico y famoso. En la cola de la foto para la escuela conoce a Alana (Alana Heim), una mujer de 25 años que trabaja ahí; la diferencia de edades es incómoda, ella no lo toma en serio, de manera natural se hacen amigos y socios, viven aventuras que van desde emprender un negocio de colchones de agua hasta un local de juegos electrónicos. Cámara e historia se deslizan por el espacio y el tiempo de ese valle mítico donde deambulan figuras de la época en la que aún eran famosas, aunque ya en plena decadencia.

Comedia romántica, historia de aprendizaje, evocación de una era musical, como apunta el título de la cinta, Licorice Pizza, cadena de tiendas de discos de vinilo en Los Ángeles; el director inventa situaciones y se inspira en hechos reales, como la historia de su amigo Gary Goetzman, productor de cine y actor infantil en su momento. Paul Thomas Anderson compuso un relato familiar, en sentido extenso, en el que puso a trabajar a sus propios hijos, a la familia completa de la cantante y compositora Alana Heim, a sus actores fetiches o a los hijos de éstos, entre ellos al del difunto Philip Seymour Hoffman (Magnolia, The Master) como protagonista; las de Steven Spielberg y el de Jack Nicholson andan por ahí.

Licorice Pizza es una cinta horizontal; la acción se desliza sobre rieles, como la cámara que capta a la inusual pareja que se conoce caminando; los personajes van y vienen, escapan o corren para encontrarse, se llegan a caer en el encontronazo, o se topan con famosos como si chocaran con anuncios espectaculares. El espectador recibe el impacto de manera frontal; así, la aparición repentina del rostro de Sean Penn en el papel de Jack Holden, un William Holden surcado de arrugas que no quiere renunciar a sus proezas de cine de acción o de seductor. Asimismo, Tom Waits es un director de cine, cualquiera que sea (probablemente Mark Robson). No falta el candidato político (Benny Safdie) o un aborrecible nuevo rico, Jon Peters (Bradley Cooper), peluquero y novio de Barbra Streisand, al que le juegan una broma muy pesada.

La música se desliza en la banda sonora al igual que la cámara, Vida en Marte (David Bowie), The Doors, Paul y Linda McCartney, personajes y actores tienen que ver con la música pop; pero en ese valle de luz no faltan manchas, la policía puede aprehender a un chico de 15 años de forma brutal para después soltarlo sin pedir disculpas, y Jon Peters parece un injerto entre Charles Mason y el roquero real. 

Crítica publicada el 20 de marzo en la edición 2368 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

 

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