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“Drive my car”: sucedió en Hiroshima

"Drive my car" es una sorprendente creación cinematográfica completamente emocional, en la que se confirma que el arte imita a la vida, y viceversa.
sábado, 26 de marzo de 2022 · 10:19

MONTERREY, NL (proceso.com.mx).– El director de teatro Kafuku y su esposa escritora Oto tienen una extrañísima conexión creativa y emocional. Sus rituales eróticos son excepcionalmente perturbadores, con acuerdos que podrían sobrepasar cualquier intento de entendimiento externo. Ellos se aman de una manera única, y de sus encuentros resultan piezas literarias de elevado nivel. Ella es como Sherezada que, a través de la ficción y la fantasía, se siente conectada con una realidad que está marcada por una permanente mentira. Requiere del embuste para existir.

Hasta que la tragedia los separa.

Hay un factor perturbador que hace suponer que él mantiene asuntos irresueltos con su desaparecida pareja. Y es, precisamente, a través del arte y la creatividad que encuentra una conexión perversa y, aparentemente incomprensible, con un hombre que lo lastima y que, al mismo tiempo, le ayudará a encontrar paz.

Drive my car (Drive my car, 2021) es una exquisita obra maestra de casi tres horas de duración, del director Ryusuke Hamaguchi. Basada en un texto de Haruki Murakami, la historia se ubica en Hiroshima, en la época contemporánea, donde Kafuku (Hidetoshi Nishijima) debe presentar una complicada obra de Chejov, mediante un casting que él mismo conforma y que le representa las dificultades de cualquier producción grande. Son obvias las similitudes que hay entre el montaje de Tío Vania con los eventos que le ocurren en lo personal, pues, en los dos casos, hay una fuerte necesidad de acabar con las circunstancias que provocan desdicha.

Han pasado dos años desde la inesperada despedida. Mientras hace trabajo de mesa, con la selección de actores y lectura de guion, se esmera por lidiar con la pérdida, vivir su pesado duelo y volver a juntar las piezas de lo que era su vida.

Sumergido aún en el luto, entra en una dinámica de simulaciones con el joven estrella de TV que protagonizará su obra. Y mientras trata de encontrarse en un sentimiento de melancolía permanente, entra a su vida una chofer, Watari (Toko Miura) a través de la que, sorpresivamente, encontrará el equilibrio que anhelaba. Es a través de los diálogos e interacciones vacilantes que surgen en los trayectos cuando Kafuku comienza a encontrar la serenidad que había necesitado. Ella, una persona de apariencia insignificante, sigilosa, discreta y eficiente es quien, sin proponérselo, interviene en el enorme trastorno que hay en sus sentimientos, para ayudarlo a reencontrarse.

Con un tono dramático y muy literario, la cinta es, en el mejor sentido, lenta y contemplativa. En apariencia, no pasa nada, pero pasa todo. Elaborada completamente con diálogos y silencios, el director y coguionista se adentra en oscuras profundidades del corazón, para encontrar respuestas que se niegan a emerger. La película es todo, menos espectacular, pues se basa mucho en estados de represión emocional. La cámara está llena de closeups, en los que las miradas hacen que las almas se presenten desnudas y sin tapujos, porque hay un evidente propósito por exhibir la humanidad en su dolorosa elocuencia. Todos están en un grito silencioso, sin poder revelar los secretos que les han deteriorado el espíritu.

Este hombre se sigue atormentado por causa de su esposa ausente, pero no termina por aceptar la pérdida y se martiriza tratando de encontrar explicaciones a problemas sin solución, pues él sabía cómo era ella y los dramas que ocultaba. En el habitáculo de un cómodo y discreto coche rojo Saab, dos extraños se encuentran, como si estuvieran en un refugio, protegidos del mundo y, en trayectos largos y cortos, experimentan la catarsis que los liberará.

Drive my car es una sorprendente creación cinematográfica completamente emocional, en la que se confirma que el arte imita a la vida, y viceversa.

 

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