José Agustín

José Agustín, con su rugir literario, marcó a Juan Villoro

El Multiforo Alicia celebró la charla “Platicando con José Agustín desde el último hoyo fonqui”, dedicada al autor mágico de “best-sellers” memorables como “La tumba”, “De perfil” e “Inventando que sueño”, entre otros.
viernes, 25 de marzo de 2022 · 23:12

CIUDAD DE MÉXICO (apro).– El Multiforo Alicia celebró la charla “Platicando con José Agustín desde el último hoyo fonqui”, dedicada al autor mágico de de “best-sellers” memorables como “La tumba”, “De perfil”, “Inventando que sueño”, “Se está haciendo tarde (final en laguna” y “Abolición de la propiedad”, páginas que por miles han sido traducidos a lenguas lejanas.

Cual galope flotante en una noche primaveral cálida y fresca a la vez, José Agustín (1944), dicen que el gran ausente y motivo de la tertulia de plano se apareció recorriendo con vibrato lírico las películas de Disney proyectadas por los muros del Alicia, chelas Victoria que espumeaba evocaciones a sus títulos librescos, bajo decretos rítmico eléctricos de un demonio quasi omnisciente de de LP repitiendo el verbo chido de la calle Cuauthémoc 91-A.

“Ya sé quién eres, te he estado observando”, “No puedes obtener todo lo que quieres” y “Satisfacción” (Jagger/Ritchards), “Conejo Blanco” (Grace Lick y Jefferson Plane”, para anclar en el fandango celestial de “Una ppalida sombra” de Gary Brooker y los tronidos de la bataca de BJ Wilson (RIP).  

Ambiente de camaraderías solidarias, todo por cuáles son las ondas del “máster” José Agustín, pionerote difusor de la obra hoy mítica del rock rupestre del tamaulipeco Rockdrigo González (fallecido en los sismos de 1985), y quien le organizó con quien esto escribe el Concierto a Diez Años de su muerte en su puerto natal de Tampico, acompañados de la banda Quál, Nina Galindo, Roberto González y Rafael Catana (travesía ingrata que estuvo a punto de fracasar y que gracias a los guevos de José Agustín pudo salvarse con una gran actuación de Alejandra Montalvo del grupazo teatral  La Rendija con la que revisité “Hurbanistorias”, librando un boicot gacho de los paisanos tampiqueños y el papá de Rockdrigo; pero bueno, eso lo escribió José Agustín si a alguien le interesa escarbar en “La vieja Jornada” 1995).    

Foto: Germán Canseco

La magna mesa central gatuna con la sonrisa de Cheshire de Carroll para “Platicando con José Agustín” fue ocupada, en buena lid femenina por la moderadora Claudia Araceli González, con dos de los propios hijos del magnífico conversador, guionista, dramaturgo, cineasta y periodista José Agustín (tapatío-acapulqueño-cuautlence, sus apellidos reales Ramírez Gómez), Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011: el psiquiatra Jesús Ramírez Bermúdez y el bravo ilustrador rey-de-la-selva “Tino” Ramírez Bermúdez (uno de los organizadores con Nacho Pineda del Alicia), triada de frutos por su matrimonio con la gentil compañera amiga Margarita Bermúdez.

Asimismo, destacaron las palabras de la rocker y cronista de “La Jornada” Patricia Peñaloza, con ideas elaboradas a través de los años de amistad que lleva con José Agustín; el locutor y músico Iván Nieblas, “El patas”, y la franca versatilidad improvisadora y sapiente del novelista Juan Villoro, miembro del Colegio Nacional, quien introdujo su intervención así:

“Antes que nada yo quiero decir que está entre nosotros una leyenda viva del rock mexicano, Rafael Acosta, de Los Locos del Ritmo, quisiera un aplauso para él… ¡ven, ven, Rafael, por favor! Es un honor, de veras… ¡que vivan Los Locos del Ritmo!”

El baterista y autor de “Tus ojos” abrazó a los ponentes entre aclamaciones, para Villoro, otro adorador del rock como Agustín (por ai tiene un libro del género a dos tiempos con rolas y sendas situaciones), continuar:

“Los libros de José Agustín son objetos de poder (…) Curiosamente José Agustín, en su propio inicio, escribió un libro cuyo título es el final definitivo de todos nosotros: ‘La tumba’. Imagínense ustedes la carrera de alguien que inicia su vida por el final. El ying y el yang que siempre han estado en la mente de José Agustín (…) Es el escritor más radical que ha existido en México y eso se muestra en la mayoría de sus tramas, por una trinidad siniestra en la vida mexicana: el machismo, el clasismo y el racismo.

“Y ya lo decía muy bien Paty Peñaloza, José Agustín no perteneció a los estamentos oficiales de la cultura mexicana. ¡Ni falta que le hizo! Al margen de las mafias hizo su propia vida con enorme libertad. Incluso, cuando estuvo en la cárcel de Lecumberri fue extraordinariamente libre y negó la condena injusta que tenía con la libertad que se dio a sí mismo…”

Foto: Germán Canseco

Recordó Villoro entonces el no lejano episodio de 2009 que le provocó la imposibilidad de seguir escribiendo y no asistir a este convivio primaveral alicio.

“Me atrevo a decirlo enfrente de todos ustedes porque somos sus fans, que José Agustín fue víctima del cariño de la gente. Estando en Puebla, lo acosaron para que firmara [sus libros] más de la cuenta en un teatro donde había un foso para las orquestas y él se desplomó al hoyo arrinconado por sus fans. Es una metáfora terrible de los daños que puede causar el afecto. Hay que tener mucho cuidado con las cosas que queremos y ha sido una de las personas más queridas para mí (…) la edad de José Agustín es la de una juventud permanente, de la rebeldía que siempre comienza y se significa a sí misma. Una libertad que nada ha podido detener, que sigue en sus libros, que sigue en nosotros. ¡Gracias a su hijo Tino y Nacho [Pineda] por esta invitación!”

José Agustín medio minimiza aquella caída (¿cómo un hombre que siempre enfrenta de pie a cualquiera puede caer? ¿Lo tiraron entonces?)  siempre refiriéndose al hecho que “se pegó en el coco”. De modo sorpresivo, uno de los más aclamados al exponer su corto rollo fue el médico Jesús Ramírez. Citó relatos de su padre, calificándolo de “cuentista extraordinario” y coincidió con Villoro (“aliado incondicional de mi padre en su aventura literaria”) en torno a “Círculo vicioso”, en el sentido de que “es un relato portentoso del mundo de la cárcel”, donde cuenta cómo fue censurada su obra en 1964.

Entre los libros menos conocidos citó “El rey se acerca a su templo” (dos novelas: “Luz interna” y “Luz externa”), una edición “muy revolucionara como son todas sus formas artísticas, pero que no fue entendida en su momento y fue retirada de circulación”.

Consideró que existe una desproporción entre la expresión verbal de José Agustín y el tema del que trata, ejemplificando en “Cuál es la onda” y loando su pirotecnia verbal de “impresionante”. Qué mejor para concluir la mesa que dar vida a las letras y leer algunos párrafos deliciosos suyos…    

Discreto, pero tan feliz como la congregación del amable y hasta acogedor Alicia, el otro hijo de José Agustín, el editor Andrés Ramírez (nacido en 1972) expondría a Proceso, al sonoro tronar de las bandas Belafonte, Fausto Crossroads, Teresa Cienfuegos y Las Cibras como fondo:

“Ha sido todo un viaje acompañar a mi padre todos estos últimos años, creo que hemos aprendido un chingo todos en la familia al estar con él. Se la pasa bien, se la ha pasado bien dentro de todo. Llegando, claro, lo que quiso hacer fue sentarse a escribir, abrió una cerveza y se puso a teclear. Ya después, se dio cuenta de que ya no quería escribir más… Y ha sido difícil esa parte porque no podemos pensar en él sin que escriba. Pero se la ha pasado hablando de todo eso y ahora lo que yo hago cuando lo voy a ver es ponemos música y platicamos de los que nos venga a la cabeza, como dice el doctor Jesús Ramírez, él se la pasa fabulando con las palabras.”

Foto: Germán Canseco

–Por ellas lo recordamos además, y a Margarita, por supuesto... ¿Cómo está su mami, la esposa de José Agustín, Margarita?

–Cansada. Querían venir muchísimo mi papá y ella, pero es el Alicia un sitio tan grande, inseguro, pues se puede uno caer en la escalera no hay barandal y no resulta muy adecuado para salir de Cuautla y juntarse en estos tiempos... Pero te juro que sentó que papá sí que estuvo aquí con todos.

(A continuación ofrecemos el texto “Naufragio en un mar de música: Manuscrito hallado en el fondo de una botella”, mismo que José Agustín “Tino” Ramírez leyó justo el mismo miércoles 23 de esta crónica durante la celebración en el Multiforo Alicia de la CDMX a su padre, el escritor José Agustín durante el encuentro “Platicando con José Agustín”.)

“Naufragio en un mar de música”

(Cortesía de José Agustín Ramírez)  

¡Hola, sean todos bienvenidos al Multiforo Alicia! ¡Vaya noche, qué público, qué show y qué espectáculo el que nos reúne hoy, para celebrar la vida y obra del gran escritor José Agustín, mi padre, por cierto, la llama que nos congrega aquí esta noche!

Este entrañable recinto cultural fue escenario de grandes éxitos de mi jefazo, hace ya algunos albriles ya, como una presentación de su entonces flamante ensayo “La contracultura en México”, en la que debo mencionar que participó el muy entrañable Carlos Martínez Rentería, a quien de paso hoy le debemos mandar un brindis, aunque se adelantara a donde quiera que esté ahora, lo saludamos desde La Tierra hasta el Cielo. Y ya que estamos en esto, levanten sus vasos también, por favor, para decir salud a nuestro Charlie Watts y don Gary Brooker, geniales baterista y teclado/vocal de dos bandas inmortales, y de las más amadas por mi “Pops”: sus Satánicas majestades y el viejo Procol Harum, recientemente desencarnados, que en paz viajen por el universo…

Pero también presentó acá su novela “Vida con mi viuda”, recuerdo que se rifaron chido los compas de Austin Tv; y me puse tan hasta mi madre que desperté al día siguiente tirado en este escenario. Pero por si alguien no sabe quién carajos soy, les comento que yo tambor me llamo José Agustín Ramírez, para servirles, pues así se llamaba mi padre y un tío suyo antes que él. Fuimos nombrados así, mi jefe y yo, por el modestamente célebre compositor, emblemático del estado de Guerrero, el original José Agustín Ramírez, quien compusiera las canciones que le dan vida aún hoy a las fiestas y reuniones de los guerrerenses tradicionales y algunos turistas, pero en sus buenos tiempos, José Agustín Ramírez y compañía fueron leyendas del Acapulco perdido, nuestro “lost Acapulco”. 

Así que aquí van unas hojas en honor a mi padre, don José Agustín, laurado y otrora joven e irreverente escritor mexicano, de mala fama y peor reputación, pero amado por los buenos lectores, principalmente libre pensadores, de tendencias zurdas y contraculturales, que mantienen vivo este atribulado país. Para todos ustedes mi padre fue un símbolo libertario de los afamados “sixties”, muy al estilo de las generaciones “beat”. Era un viejo lobo, si me lo permiten, que naufragó en un mar de música y silencio, de memorias y olvido.

Foto: Germán Canseco

Él me enseñó a amar la música muy por encima del mundanal ruido, era un melómano que crió a su familia con música, historias e imágenes, nos nutría el cerebro con los Beatles, los Rolling, Elvis y las “oldies” de sus tiempos. Llenaba la a todo volumen desde antes que naciera y hasta siempre después, con videos arcanos, misteriosos, arquetípicos conciertos en casa como Woodstock, Monterrey Pop, Pink Floyd en Pompeya o “Alchemy” de Dire Straits, para darle una pista sonora a nuestras vidas eternamente ligadas a la cultura y las artes. Compartiéndonos entusiasta, como otro niño, pero sabio como un maestro, las enseñanzas de Dylan, Cohen, Donovan y Randy Newman, mientras aderezaba las noches con las más insólitas lecturas infantiles, algunas de las cuales recitaba casi de memoria, pues era una enciclopedia con patas, un hombre ilustrado y hecho de historias, de letras vivas, con una memoria asombrosa, lo cual hace todavía más extensa la ironía de que hoy no pueda estar aquí, y esté retirado en casa, con amnesia de lo reciente, desde un fatal día en un teatro poblano.

Pero volviendo al tema, aun es un privilegio conversar con él sobre el pasado, lo que sí recuerda, y sobre las artes, la poesía que declama a diario, las lecturas de antaño, la música que echó raíces muy profundas más allá de cualquier deterioro cognitivo, y mantiene nuestras vivas a salvo de la zozobra total en un mar en música, de recuerdos cinematográficos, filosóficos, políticos, pictóricos, universales, históricos, mitológicos, maletas de viajes llenas de discos y demás tesoros, que abría frente a nuestras narices tras contrabandear por las fronteras de EU y las Europas.

A pesar de nuestra megalomanía compartida, yo, personalmente nunca pude afinar una guitarra por más que amara el instrumento, aunque una vez me compré una, con el dinero que me pagaron para las ilustraciones que hice para “La Panza del Tepozteco”, que por cierto estoy volviendo a realizar para una edición de aniversario en Alfaguara. Me armé de todo el equipo eléctrico para aprender (la lira, el bafle y el “distor”); pero no pasé de dominar el círculo de Sol y componer un par de canciones.

José Agustín, “by the way”, también intentó aprender la guitarra, con la ayuda ni más ni menos que del más grande maestro del Rocanrol: Javier Bátiz, a quien recuerda con harto cariño, cuando lo escuchamos. Desde luego, “mein father” tampoco desarrolló esas facultades, si es que las teníamos, mientras que, podo después de terminar sus truncas clases con el Javier, llegaría otro alumno súper dotado, conocido simplemente como Santana, allá por los años maravillosos. Así como con Bátiz, rocanroleó con Alejandro Lora (aunque Parménides fue más su compa) y Rockdrigo, que fue a la casa y tocó las de “Hurbanistorias” en la sala, y trabajó con el jefe en un montaje de su obra “Abolición de la Propiedad”. Era igual compa de Jaime López y Cecilia Toussaint, quien lo acompañó en un evento cantando, la única vez que yo fui al LUCC; colaboró con Real de Catorce y han de saber que bandas como la Barranca le han dedicado rolas a sus libros, lo mismo que el surf de Los Cavernarios.

Foto: Germán Canseco

“Captain, my captain…”

Después del accidente, don J.A. regresó al rock psicodélico de los sesentas y sus canciones más amadas, entre boleros y sones, para darme las últimas lecciones de mi “skull of rock”. En sus antologías, siempre incluía un título y el listado de canciones, con su letra tan pequeña y manuscrita, pero tratando de que fuera legible, cosa rara en él.

En ellas había muchas rolas de Pink Floyd, de las más recónditas, intercaladas como sueños recurrentes. O un delirante de Alvin con Ten Years After, luego la Steve Miller Band, bandas más perdidas y antiguas que la Atlántida, como los Fugs, Country Joe & The Fish, los Hawklords, Vanilla Fudge, Love, The New Riders of the Purple Sage, Earth Opera, The Family, Mott The Hoople o Fever Tree, fueron otros de esos vetustos jipis favoritos de mi padre, opacados por las estrellas más brillantes como The Who, The Byrds, Led Zeppelin o los Doors, Janis y Hendrix. Pero así también José Agustín amó estos rocker@s intensos y talentosos, aunque poco apreciados. J.A, los tuvo en acetatos y después en compactos, consiguiéndolos con mucho trabajo de explorador, revisando los rincones de las mejores tiendas de discos de mundo.

Al escucharlas, su rostro se enciende y empieza a corear las canciones como si su memoria estuviera en plenas funciones, respondiendo correctamente un 80% digamos, creo; pero hay que tener en cuenta que diseñó esa cinta, en primer lugar, para acompañar sus últimos viajes de LSD en Cuautla, cuando yo y mis hermanos éramos unos escuincles.

Durante nuestras vidas, mi capitán tuvo muchos camaradas que le compartían muchas buenas bandas y grandes discos, y como sus retoños, nosotros también lo llenábamos de influencias musicales, complementando su discoteca con nuestros propios descubrimientos, en el caso de Andrés, con la electrónica, escuchábamos a Dj Shadow, Moby y Massive Attack. Mi hermano Jesús lo llevó por la vertiente del minimalismo y la clásica moderna, con Michael Nyman, Phillip Glass, y los herederos de Brian Eno.

Yo por mi parte no lo dejé escapar sin conocer las ramificaciones del punk, hasta lo dark, el industrial, especialmente NIN, y me azoté como buen noventero con todo el grunge, restos de la era del metal, pero también del reggae y el ska, el hip hop, las fusiones a lo Manu Chao. Vagábamos por Filosofía y Letras o el Chopo de la UNAM, y le traíamos nuestras ofrendas musicales a ver qué cara ponía, desde que comenzó a tragar a U2 y The Cure, hasta Jane Adicction o los Pixies. Y para mí estas facetas de su contracultura, valen tanto como las lecturas de clásicos mundiales que de chavo, le compartió su muy culto compadre Gustavo Sainz.

Foto: Germán Canseco

Mis jefes también tienen extraños vínculos musicales, aunque sean tan diferentes: él es carnívoro, alcohólico irredento y ella vegetariana y siempre ha sido abstemia. A Margarita le gusta Enya, Bach, y la religión católica, y a él Bob Dylan y los Rolling, y creo que es medio ateo, o cristiano bajo protesta, con rastros de zen budismo; pero ambos aman a Los Beatles, a Neil Young, Donovan y a Elvis.

Hace siglos, mi “Darth Father” enfrentó el canto de la sirena, Angélica María, pero superó las tentaciones de una vida televisada y gracias a Dios, porque si no yo no hubiera nacido. Mis padres sobrevivieron también al paso de mi padre por los calabozos de a dictadura perfecta, a sí mismos, a las drogas y al amor libre, a la revolución cultural de la que fueron protagonistas, a los cambios radicales en la política mexicana desde aquellos días de amor y paz, hasta nuestros tiempos oscuros. Y aún ahora, mientras hablamos, están juntos en ese viejo pacto sagrado.

Hoy en día, mi mamá y yo somos los últimos marineros, que deambulamos por la cubierta de este navío fantasma, el barco de José Agustín, nuestro capitán con amnesia, a quien no estamos dispuestos a abandonar, hasta que la nave su hunda. ¿Acaso no se lo merece? Ustedes lo saben, él no necesita presentación: el Jefe siempre fue un gran artista innato, de “La Tumba” a la cuna, fue un viajero intrépido que se atrevió a ir más allá de las puertas de la percepción, forzó la cerradura y derribó una muralla de malas lenguas, recorrió los sietes mares del alma y siempre volvió para contarlo, como un viejo lobo de mar, hasta que un día ya no regresó.

Míralo allí, hace más de treinta años, sentado como un lagarto bajo el Sol de su Jungla, junto a la gran piedra y sobre una toalla en el pasto verde, bebiendo una cerveza o un coctel, bajo las brisas que mecen las ramas de una palmera que sembramos juntos, regresando de las playas de Papanoa, Guerrero. Me recuerdo a mí mismo escuchando un mar de música que aun truena en mis oídos, desde el fondo de una concha de caracol ermitaño. Aquí permaneceremos, hasta que vuelva a salir el sol que acompañaba a mi padre a todas partes, con un calor intenso que ha sabido compartir con todos sus lectores mexicanos y extranjeros, a través de sus letras, cautivando a un selecto clan de mentes abiertas, radicales libres, a quienes ahora invito en cada puerto, como voluntarios para un Naufragio, en este Mar de Música. Los invito a mi fogata playera de historias sin tiempo.

Muchas gracias, familia.  

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