Juan Villoro: La maravilla literaria, la paradoja política
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Al mediodía del jueves 10 en Estocolmo, se anunció el Premio Nobel para Peter Handke; por la noche en Madrid, los editores de España otorgaban al escritor mexicano Juan Villoro el Premio Líber “en abono de la calidad impermeable, la prosa constante y el ánimo Atlántico” de su obra, según apuntó su colega, el narador Jorge F. Hernández, en un artículo publicado en el diario El País. A contratiempo, Villoro pudo redactar tres respuestas para los lectores de Proceso mediante un correo electrónico, sobre la obra del escritor austriaco.
–¿Cuál es su mensaje, su aportación, su lugar literario?
–Handke ha demostrado que la prosa puede ser una de las formas más elevadas de la poesía. Su lenguaje es de una belleza única y combina un insólito poderío visual con una gran profundidad reflexiva. Su vasta obra es una exploración sobre la forma en que surgen las ideas, la vida privada del conocimiento. Las tramas son para él un pretexto para indagar el misterio de la existencia y la sacralidad del mundo. De manera original, ha combinado la indagación filosófica con asuntos muy cotidianos. Baste pensar en algunos de sus títulos: El miedo del portero al pénalty o Ensayo sobre la rocola.
–Y cuál su relación con la obra de Handke, sus lecturas… Porqué lo enganchó.
–A principios de los años setenta, Handke apareció en el horizonte de la literatura de lengua alemana como una especie de Bob Dylan. Su obra de teatro Insultos al público fue una provocación transgresora, y su novela Carta breve para un largo adiós le dio dimensión existencial al road novel. No es extraño que un autor que se presentaba como outsider escribiera un drama sobre Kaspar Hauser, el célebre hombre sin identidad. Handke combinaba la pasión por el rock, el cine, el futbol y la contracultura con el interés por la filosofía, la poesía e incluso la teología. Lo empecé a leer en los setenta, traduje fragmentos de Ensayo sobre la rocola y le dediqué un largo ensayo, La vida de la mente, título que trata de resumir la manera íntima en que se aproxima a los enigmas del conocimiento.
–¿Podría desenmarañar el asunto serbio?
–Handke siempre ha tenido algo de agente provocador. Ha lanzado arengas al recibir premios, se ha apartado del mundanal ruido, convirtiéndose en un eremita que recorre países enteros a pie, y ha asumido posturas a contrapelo de la opinión mayoritaria. El caso de Serbia es peculiar. Su madre venía de ese país y él defendió el derecho de esa parte del mundo a convertirse en una nación. Durante la guerra de los Balcanes recorrió la antigua Yugoslavia y, como suele ocurrir incluso en las zonas más devastadas, encontró escenas humanas y conmovedoras. Quiso mostrar que los serbios no eran la horda bárbara estigmatizada por Europa Occidental y, por desgracia, apoyó a un genocida como Milosevic, a cuyo entierro asistió. Su defensa de los derechos serbios pasó por alto que la “limpieza étnica” propuesta por Milosevic aniquilaba los derechos de otros pueblos. En mi opinión, cometió un grave error político. Pero la obra de un artista no puede ser evaluada por su conducta familiar o social. Un pintor del Renacimiento decía que los artistas son como las luciérnagas: de lejos vemos la luz que nos brindan, de cerca podemos descubrir que ese resplandor viene de un gusano. Handke es un autor maravilloso; su inmensa obra indaga los enigmas de tener conciencia. La paradoja del arte es que esos libros ayudan a tener ideas políticas distintas a las suyas.
Este texto se publicó el 13 de octubre de 2019 en la edición 2241 de la revista Proceso