Cine

“Belfast”

La historia de Belfast nunca sale del marco de la mirada del niño protagonista, ataques terroristas, imposición de cuotas de los nuevos vigilantes, lecciones e intento de interpretación de padres y abuelos, cohesión familiar, todo queda sujeto a un punto de vista, entre ingenuo y confundido.
sábado, 12 de marzo de 2022 · 15:49

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– ¿De qué manera experimenta un niño de nueve años el horror y el absurdo de un conflicto armado que destruye su universo de aventuras, amigos, escuela y familia? El dilema del padre de Buddy (Judy Hill) no es decidirse a abandonar la ciudad desgarrada por el conflicto entre protestantes y católicos en Irlanda del Norte, sino hacia dónde emigrar ¿Lo más lejos posible, Australia, o hacia el país de enfrente, Gran Bretaña, asociado al colonialismo? Da lo mismo frente al dolor del desarraigo y el exilio.

Kenneth Branagh hace una auténtica elegía en blanco y negro a su ciudad natal, a su infancia fracturada por la emigración, al álbum familiar, la ternura de padres y abuelos, el camino a la escuela, el primer amor. La historia de Belfast (Gran Bretaña, 2021) nunca sale del marco de la mirada del niño protagonista, ataques terroristas, imposición de cuotas de los nuevos vigilantes, lecciones e intento de interpretación de padres y abuelos, cohesión familiar, todo queda sujeto a un punto de vista, entre ingenuo y confundido, postura que le ha costado a Branagh duras críticas de quienes esperaban un ataque político visceral.

El director tiene en cuenta que el mundo de un chico de nueve años se expande mágicamente a cada momento, y que el adulto que narra los hechos, más de medio siglo después, sólo puede abordarlos desde el mito de la infancia, so pena de caer en un documental. Fuentes obvias de inspiración son Alfonso Cuarón, y, sobre todo, la cinta homenaje a Liverpool, ciudad natal del maestro Terence Davis Distant Voices, Still Lives (1988); pero ahí donde Roma transita de lo privado a lo universal, pasando por la turbulencia política del abuso de poder, el racismo y la explotación, Belfast es una mera incursión al lugar que el director dejó atrás, como lo ilustra el arranque a todo color desde las tomas aéreas de la ciudad hasta el salto de ese muro que cerca el pasado, que la cámara salta y todo se torna blanco y negro.

La paradoja es que pese al desgarre y a la destrucción fratricida, la Belfast de ­Branagh no es “La ciudad del dolor” como lo es Taipei para Hou Hsiao Hsien, o Roma para Cuarón; Belfast es ciudad del juego, del descubrimiento del cine, Raquel Welch en bikini rodeada de dinosaurios (1 millón de años antes de Cristo), o el carro volador de Chitty Chitty, Bang Bang; el espectador infiere que el padre (Jamie Dornan) es un obrero calificado que trabaja en Inglaterra y que se halla desesperado por el riesgo que corre su familia, pero para el Buddy el papá es el héroe que se enfrenta al vigilante que no es más que un mero gánster.

En Belfast, Kenneth ­Branagh rinde homenaje a las figuras femeninas de su infancia, quizá espíritu de la tierra irlandesa, como la abuela (Judi Dench) que sostiene y resiste, o la madre (Caitríona Balfe) que lucha por educar y cobijar a los hijos mientras el marido se halla ausente, mujer que encarna el dolor del desgarre de abandonar a su gente, su barrio, su acento. Belfast es un flujo de ondas de nostalgia, momentos de amenaza e incendios, picardía de los abuelos, sensualidad, baile y canto de los padres, saqueos, apuro económico de una familia de clase trabajadora; todo sorprendente para el niño. 

Crítica publicada el 6 de febrero en la edición 2366 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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