rockdrigo gonzález
Brindis virtual por "El sacerdote del rock rupestre"
Las añoranzas tomaron vuelo por parte de quienes conocieron de cerca al cantautor tamaulipeco, nacido el 25 de diciembre de 1950, con la participación especial de Gerardo Enciso, Fausto Arellín del grupo Quál, Roberto “Beto” Ponce, Benjamín Anaya y Genoveva González, hermana del músico.CUIDAD DE MÉXICO (APRO).- A través de la charla virtual intitulada “Rockdrigo González, el profeta del nopal”, la Coordinación Nacional de Literatura del INBA homenajeó al rockero Rodrigo Eduardo González Guzmán, como parte de su 36 aniversario luctuoso el pasado domingo 19 de septiembre.
En punto de las 17:00 horas las añoranzas tomaron vuelo por parte de quienes conocieron de cerca al cantautor tamaulipeco, nacido el 25 de diciembre de 1950, con la participación especial de Gerardo Enciso, Fausto Arellín del grupo Quál, Roberto “Beto” Ponce, Benjamín Anaya y Genoveva González, hermana del también llamado “Sacerdote del rock rupestre”.
La conducción de la transmisión gratuita vía Facebook al mando de Itzia Pintado (encargada del Centro de Creación Literaria “Xavier Villaurrutia”), emprendió apertura con el músico poblano-tapatío Gerardo Enciso, quien rememoró que conoció al Rockdrigo en el café-galería y librería “La Puerta” de Guadalajara, durante la celebración de un festival de rock en español por el año 1983, y en donde participaron en distintas fechas Cecilia Toussaint y su grupo Arpía, Las Insólitas Imágenes de Aurora y Botellita de Jerez.
“Me sorprendió mucho la manera en que manejaba el escenario”, explicó Enciso sobre el recital, donde además entre rola y rola “El profeta del nopal” hacía gala de su personalidad histriónica.
“Eran geniales sus choros, llevaban jiribilla”, mencionó el creador de “Yo amo a mi país (pero él no me ama a mí”. Reconoció que parte de su identidad era aceptada por su cercanía hacia la gente, aconsejándole Rockdrigo:
“Yo le canto a la banda. Hay que bajar el balón, al lenguaje para el pueblo”.
Enciso añadió que entabló una sólida amistad, aunque de corto tiempo, pues seis meses después sucumbió en el sismo del 19 de septiembre de 1985. Sin embargo, entre los recuerdos permanece que “era un tipo muy culto, muy leído, con una facilidad de palabra impresionante y de conocimiento”.
Por su parte, Fausto Arrellín, líder de Quál, narró que el acercamiento ocurrió en la Ciudad de México (entonces Distrito Federal) durante una reunión en la casa del trovador veracruzano Rafael Catana, donde el maestro González agarró la guitarra para rasgar Metro Balderas; sus cantos “llenaron el espacio y algo verdaderamente cambió”.
Luego de interpretar la rola “No tengo tiempo (de cambiar mi vida)” que abrió el único cassette grabado por Rockdrigo en vida, “Hurbanistorias” (sic), Arrellín apuntó que el acervo sonoro quedará perpetuamente en la historia musical, dentro de la memoria de infinidad de fans de antaño y nuevas generaciones, al igual de quienes lo honran tocando en el transporte público y de los músicos orgullosos del legado (como El Tri, Botellita de Jerez, Heavy Nopal, Nina Galindo, Amparo Ochoa, Iraida Noriega, Iris Bringas, Rita Guerrero (1964-2011) y Raquel Sirena Blues, por ejemplo).
“La leyenda se incrementa de tal manera, que lo más seguro es que lo que nos sobreviva a sus cercanos contemporáneos será un mito que nos incluye”, definió Fausto.
En su oportunidad, el músico rupestre y periodista de Proceso Roberto “Beto” Ponce, comentó que solamente pudieron convivir un año ya que lo conoció en el verano de 1984. Destacó que participaron en el Segundo Festival de la Canción Rupestre del Museo Universitario del Chopo de la UNAM, espacio donde compartieron escenario Jaime López, Guillermo Briseño, Roberto González, Eblén Macari, Nina Galindo, Rafael Catana, Álex Lora, Rockdrigo y las composiciones de “Beto” Ponce con su grupo eléctrico Zen (“Coatzacoalcos”, “Al mar”).
“Lo que me gustaba mucho de él era su presencia, su capacidad de hacer rolas de lo más diversas que podían haber, con un gran sentido del humor y una gran profundidad social”, dijo Ponce. Sobre las canciones composiciones asentó “hay pocas que no me gusten de ‘Rockdrigo’, la mayoría son muy buenas, puesto que son abordadas desde un carácter urbano, hacia distintos ritmos como el blues, sones mezclados y sensibilidad por lo híbrido”. Agregó que resulta interesante que existan estudios especializados en la materia como es una tesis doctoral sobre “El sacerdote del rock”, además de una tesis de licenciatura próxima a publicarse del “Movimiento Rupestre”.
A su vez, el promotor cultural, músico y periodista colaborador de Proceso Benjamín Anaya reflexionó sobre la lírica de Rodrigo González, en cuyo arte las fronteras de la poesía y la música se difuminan con creaciones para confrontar las “otredades”, por lo que “siento un acercamiento con el estridentismo y con la poética beat, con la poética también de la literatura de la Onda”.
Sin embargo, resaltó que “él tenía su propio lenguaje, un lenguaje de un tamaulipeco venido a la ciudad” (como su paisano Jaime López, si bien éste es de Matamoros y Rockdrigo era de Tampico). “Venían a la ciudad y en este páramo, en estos hierros retorcidos encontraron algo de espacio donde volverse referente”.
El fundador de Restos Humanos sintetizó:
“Yo creo que el gran legado de Rockdrigo es dejarnos claridad sobre los tiempos híbridos, los ranchos electrónicos, los nopales automáticos, todas estas metáforas de lo irreverente”.
Anaya cerró participación recomendado los libros “Rodrigo González, sus letras y otros rollos” (El Angelito Editor), “Rockdrigo González” (Pentagrama), así como “Rupestre, el libro” del promotor Jorge Pantoja (Ediciones Imposible).
Finalmente, Genoveva “La Veva” González (hermana menor del autor de joyas tipo “Tiempo de híbridos”, “Distante Instante”, “Rock del ETE”, “Los intelectuales” y “Ama de casa un poco triste”), suscribió que el rockero jamás abandonó su hogar tampiqueño, ya que que recibió el permiso de su padre, quien solamente le dijo “toma estos 500 pesos, vete a la ciudad y hazte hombre”.
Anotó que su educación fue valores familiares, explicando:
“En mi casa se leía mucho, Rockdrigo era uno de los más ávidos lectores que yo he conocido... En mi casa no había televisión para que no nos distrajéramos, pero sí había una enorme biblioteca de tres mil volúmenes, entonces tuvimos una formación muy sana”.
Genoveva concluyó que Rodrigo Eduardo González Guzmán desde los 13 años definió lo que quería ser en la vida; por lo tanto, su pasión quedó reflejada en su obra para la eternidad, ya que “su música, su letra no tienen ni tiempo ni espacio”.