rockdrigo gonzález

Un huracán musical llamado Rockdrigo (1950-1985)

Con el terremoto del 19 de septiembre de 1985 se acabaron en la Ciudad de México los temblores. Cuando el bailoteo comenzaba, los mayores mandaban a los niños a colocarse bajo el vano de alguna puerta esperando a que amainara.
domingo, 19 de septiembre de 2021 · 18:11

Con el terremoto del 19 de septiembre de 1985 se acabaron en la Ciudad de México los temblores. Cuando el bailoteo comenzaba, los mayores mandaban a los niños a colocarse bajo el vano de alguna puerta esperando a que amainara. Ese fatídico día, en el edificio de la calle de Bruselas 8, en la Zona Rosa, el cantautor tamaulipeco Rockdrigo González, creador de los “rupestres”, y su compañera Françoise Bardinet perecieron. En este texto de su colega del movimiento rockero –adelanto de un libro en preparación– se repasa su figura, su obra, su vigencia y su posible aporte para la nueva generación.

I.- Rupestreando en la Gran Tenochtitlán

Únicamente lo conocí más de un año, del verano del 84 hasta poco antes del sismo de 1985, tiempos felices cuando gozó una proyección ciclotrónica con sus canciones como solista de guitarra de palo, armoniquero de banqueta y la “electrificación” vía Quál de Fausto Arrellín; pero también el peor tiempo pues murió casi a los 35 años ese nefando 19 de septiembre hace 36 –abrazado, eso sí que lo vi en la morgue pública, a su amada bretona Françoise Bardinet o La Pancha, como la llamaba Roberto González.

Roberto fue el segundo de los rupestres en pirarse, hace apenas cuatro meses, y recuerdo cuando me dijo que tanto Rock­drigo como Guillermo Briseño poseían un discurso claro del oficio musical y más preciso que el de todos nosotros “los rupestres”, pues ambos sabían por qué hacían rock, eran los más juiciosos. Rockdrigo no pudo crear más de 100 rolas, pero las que dejó dan fe de esa madurez. Parafraseando a Roberto González y Gardel, incluso diría que entre más septiembres pasan, Rockdrigo canta menos pior.

Nadie tenía derecho a decirle qué hacer o pensar, no era “políticamente correcto” pues conocía su valor trovadoresco que prueban las 11 canciones sólidas en su cassette de 1984 Hurbanistorias. De tímido, se convertía en un bufón malévolo y provocador burlón; de chico temido y alburero a sarcástico hiriente, lépero. De tipo amante de la libertad y muchacho alegre, a valemadrista y pasado de lanza, para tornar solo a su ostracismo creativo en su alta cueva de la calle Bruselas. No mendigaba cariño ni desprendía amor; respetaba a quienes vibraban y se apantallaban con su rollo, esos que él admiraba por su saber y cultura, a la vez que se pitorreaba de los intelectuales y políticos ego.

Conversador cotorrísimo, sacudido por el encantador estudio La rama dorada (Frazer, 1890) o los arquetipos junguianos que devoró en la Universidad Autónoma de Xalapa, era versado en el gran rock anglosajón de los sesenta y setenta e igual alternó con Javier El brujo Bátiz en el Wendy’s Pub por 1983; entonces el tijuanense lo apodó Rockdrigo. Hosco, podía aislarse días enteros como terco lobito solitario en el gran silencio de sus viajes oníricos y motorolos, pero necesitaba atención y su alma suplicaba lo que su lengua callaba: afecto. Contaríamos con los dedos a sus amigos reales entre 1984 y 1985, a quienes les abría su escudo de intimidad y carta blanca: La Pancha, los teatreros Paul Demeyere y Frederik van Melle (fallecidos en el mismo edificio donde él vivía), Roberto González, Fausto Arrellín...

El Rockdrigo que conocí fue reservado en un comienzo y me lo tuve que ganar a fuerza de mostrarle con mi lira que podía seguirlo en rolas suyas intuitivamente, improvisaba con él, le hacía coros y hasta tocó armónica en una mía, “Ropa vieja”, junto a Zamira Bringas. Yo también leía ciencia ficción, habíamos viajado y él adoraba la voz de mi pareja musical en Callo y Colmillo, Nina Galindo, quien supera a cualquier cantante del rock.

Impredecible, despotricaba contra la sociedad de consumo, vilipendiaba la burocracia, los entes cuadrados del capitalismo, el sistema corrupto priista, a los transas defeños; para no frustrarse, sacaba choros de humor ácido a granel. Anarquista, agitaba a la manera de Georges Brassens las “buenas conciencias” y, cínico, prendía sus toques en sitios públicos delante de los fresas, como cuando nos subimos con Fausto al carro de Pepe Návar, quien no fumaba nada de nada. Pero una mala tarde veraniega del 85 chocamos.

Padecí sus desplantes y prepotencia; en apariencia amigable con el personal, si le caías mal te agarraba de bajada, te ponía en evidencia y ridiculizaba para que la corte de sus seguidores le aclamara esos malabares de jerga chacotera que tan hábilmente manejaba el Sacerdote Rupestre, juegos perversos en indirectas locas regurgitando hacia sus blancos despreciativos (aquella vez fui solo yo, cuando nos liamos a golpes en las escaleras del Auditorio Nacional). Al final de la noche, Rockdrigo podía ser rudo, soez. Sin embargo, se hallaba en su elemento soplando su armónica y dándole a la guitarra en sitios calentados por sandwichitos y gente y chelas y mota y chavas y al centro del convivio él, un huracán musical llamado Rockdrigo González. Nadie le ganaba en simpatía.

II.- Autodidacta de la cantada

Sus 11 temas del cassette Hurbanistorias (1984) son enooormes, cambiaron el curso del rock nacional desde Avándaro 1971.

Rockdrigo era un inventor de mundos, le dio nuevos visos de profundidad, rebeldía y versatilidad a la música popular girando los caminos de Alex Lora y tratando de superar las fallas prosódicas de éste. Sus letras abordaban temas urbanos y de aire campirano otras veces, ora con hechizos a la Jorge Luis Borges y cuchilladas de Poe, ora chorreando pincelazos de ciencia ficción y magia psicodélica… Son crónicas breves, hipnóticas, de una riqueza sabrosísima. Alternaba su mirada de águila por personajes, situaciones callejeras y de la psicología ontológica del ser nacional, machismos, feminismos, albures, epistemologías e infiernos; sus metáforas poéticas checaban al tiro con el caleidoscopio de géneros que prendían: folk, huapango, blues, balada, rock, nueva canción, reggae; sus arpegios en la lira española no tuvieron parangón y su “cogote sonoro” añadía un crudo bono a una presencia imponente, oráculo de improvisaciones formidables, frescas.

Pero allende el lugar común, su alcance no obstante fue limitado. Los medios masivos y comerciales ignoraron al Movimiento del Rock Rupestre; cosa que a él, como redactor del Manifiesto Rupestre, no le afectó pues intuía que tarde o temprano sus piezas iban a trascender fronteras. Justo cuando Televisa comenzó a cooptar “nuevos valores” de la música popular y roquera, Rockdrigo muere sin haber grabado “profesionalmente”. Su final fue su principio; fiel a su independencia, el rey murió pero su legado continúa en el imaginario colectivo y en…

III.- El mito vigente

Contrario a lo que podría pensarse de que en esta última década para les milleniels Rockdrigo es un absoluto desconocido, últimamente me he topado con chavos muy chavos y chavas muy chavitas que en determinado punto se han clavado en la historia del rock mexicano y lo mencionan. Fácil era entender su vigencia en los ochenta, tras él introducir terminologías pacheconas con fantasías roqueras y alucines (“recetar por las trompas de Eustaquio”, “ya lo dijo Freud”, “leyendo La Familia Burrón”, “rumbo a Andrómeda”, “sarapes de neón”), jugosos frutos de un léxico letrístico prolijo, innovador.

Rockdrigo, el arcano, con su fama ya medio heroica, dio un estirón extra al irse descubriendo nuevas grabaciones despuesito del sismo de 1985; las monedas desconocidas del Profeta del Nopal salieron a flote, y los más cercanos supimos que tenía una hija, Amanda Lalena (Amandititita), a quien nunca reconoció. En lugar de deconstruirse, como yerba reverdeció desde la tumba. Surgieron homenajes que continúan cada 19 de septiembre

Pentagrama sacó discos suyos con trozos dispersos de una memoria musical fragmentada, y baladistas rupestres que nunca lo vieron o grupos de rock metalero grabaron sus rolas en CDs. Se le compusieron canciones y poemas a su muerte (Jorge De Haro en Proceso 1970). Cobró interés de culto por los video-clips Hurbanistorias del también difunto Paul Leduc (Canal Once) y su cinta ¿Cómo ves? (1986); un programa enlatado de Canal 22 con Quál y las cintas: Un tokke de rock (1988) y ¿Por qué no me las prestas? (1995) del superochero Sergio García Michel, fallecido un 19 de septiembre de 2010; Rockdrigo. La ciudad del recuerdo (2000) de Alejandro Ramírez y No tuvo tiempo. La hurbanistoria de Rockdrigo, de Rafael Montero (2005).

Cuando en el documental de Netflix Rompan todo algún notable pachucorrocker­ nacional cometió la pifia asegurando que Rockdrigo murió en Tlatelolco, la experta maquinaria de rockdrigófilos tronó de volada y le enmendaron la plana. Eso sin mencionar las reputadas “cintas de Pepe Návar”, que el Rupestre Mayor le dio de buena fe con sus rolas para llevarlas a una disquera comercial, como muestra auditiva de su talento antes del sismo, y que desde ya siempre Návar promete y promete darlas a conocer (Proceso 985).

Rasquemos y rescataremos mil y un artículos periodísticos, una estatua suya de Kazanovita en el Metro Balderas, emisiones por internet, volúmenes con análisis de sus rolas realizados por antropólogos, profesores universitarios (Botello, Vergara Figueroa y Pérez Rovira, en Proceso 1794). Circula por red una tesis doctoral acerca de su vida, obra y milagros, por Jesús Nieto Rueda, para la Universidad de Cataluña, España, fechada en 2016 (Proceso 2303). Mi sobrino Roberto Francisco muy pronto acabará su tesis de licenciatura sobre Rockdrigo y el movimiento de rock rupestre, y su hermano compositor (Leonardo Kin) Pønce confirma que sus cuates millenials, interesados en el rock mexicano, han oído al menos su rola “Metro Balderas” con Alex Lora.

Si eso no es pequeña prueba de su vigencia, en la nueva generación quien escuche por primera vez hablar de Rock­drigo pensará que vive.

La neta: es difícil silenciar la grandeza de Rockdrigo, no necesitó más tiempo para plasmar la obra que sentía y hoy circula. En ella lo hallamos, no en cartas astrales o psicoanálisis post mortem ni espiritismos de Allan Kardec.

De ahí su vigencia, su fuerza, su misterio. Su destino. 

Reportaje publicado el 12 de septiembre en la edición 2341 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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