Opinión

Batres, la incomodidad de la congruencia

En la SCJN de inmediato renunció a los seguros privados pagados con fondos públicos, ajustó su salario al mandato del artículo 127 constitucional y publicó oficios que desvelaban ventajas económicas, hasta entonces guardadas con recelo.
lunes, 6 de octubre de 2025 · 09:04

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La incorporación de Lenia Batres a la Suprema Corte no se redujo a un trámite más dentro del engranaje institucional del país. En lugar de encajar en el molde tradicional —discursos solemnes, aceptación discreta de privilegios y un silencio reverente ante la estructura de beneficios que la rodea— su ingreso se presentó como un gesto disruptivo. De inmediato renunció a los seguros privados pagados con fondos públicos, ajustó su salario al mandato del artículo 127 constitucional y publicó oficios que desvelaban ventajas económicas, hasta entonces guardadas con recelo. No se limitó a pronunciar palabras sobre austeridad; la vivió en carne propia. Esa diferencia resulta crucial. En un contexto donde la retórica suele encubrir verdades incómodas, ella optó por el camino más arduo: transformar su biografía en una prueba palpable. ¿El resultado? Un espejo erigido en el centro de la Corte, que devolvía la imagen de las contradicciones de un poder habituado a exigir sacrificios al exterior mientras se aferraba a privilegios internos. Fue entonces cuando el sistema respondió con el despliegue inmediato de técnicas de comunicación política concebidas para estigmatizarla y aislarla.Véase si no. 

Primero. El gesto de Batres abrió un debate inevitable: si ella puede vivir con menos, ¿qué justificación tienen los demás para aferrarse a más? Esa pregunta, simple pero devastadora, colocó a la Corte en un terreno incómodo. Por primera vez, una de sus integrantes se presentaba no solo como juzgadora, sino como ejemplo que desmantela la supuesta normalidad de los beneficios. En lugar de discursos grandilocuentes, se sirvió de papeles sellados, de recortes como evidencia y de actos que cualquier observador podía constatar. En una época en la que la posverdad transforma opiniones en dogmas, Batres optó por la verificación como método. Esa elección, lejos de ser un asunto meramente personal, redefinió el sentido de legitimidad dentro de la Corte: la investidura ya no bastaba, ahora era necesario demostrar coherencia. No es un cambio menor, pues trastorna la narrativa de un poder acostumbrado a ampararse en la solemnidad y en la opacidad. 

Segundo. Frente a esa incomodidad, la reacción surgió al instante: se pusieron en marcha los recursos clásicos de la comunicación política con el fin de estigmarla. Primero, el character assassination (asesinato del carácter) : repetir sin cesar epítetos negativos como “populista”, “radical” o “inexperta”, hasta que los adjetivos acaparan más territorio que los hechos. Después, la  espiral del silencio: crear la ilusión de que estaba sola, amplificando las burlas y minimizando cualquier respaldo. Finalmente, el labeling: buscar encasillarla en categorías de fácil consumo mediático, como si una etiqueta simplista pudiera agotar toda su complejidad. La congruencia material posee una extraña capacidad: incomodar, porque obliga a comparar lo dicho con lo hecho. Batres percibió que no bastaba con proclamar principios desde el podio; había que encarnarlos. Cada decisión que tomó —desde recortar su propio salario y rechazar los seguros hasta exponer los beneficios— se convirtió en un argumento palpable que trasladó la discusión de la mera retórica a los hechos concretos. Lo que durante años había sido rumor terminó convirtiéndose en evidencia: la élite judicial disfrutaba de privilegios que contravenían el texto constitucional. Y so lo reveló Lenia. El recurso al chivo expiatorio surgió de inmediato: se le culpó de problemas que, en realidad, son estructurales de la propia Corte, desviando así la atención de los privilegios que exhibió. Además, la perspectiva de género cargó la balanza: lo que en los hombres se celebra como firmeza, en ella se pintó como agresividad o como una supuesta falta de “temple”. El frente digital reforzó su guión con una serie de artimañas: noticias falsas cargadas de frases inventadas, astroturfing mediante cuentas coordinadas que simulaban el descontento ciudadano, una saturación mediática de notas triviales repetidas hasta la saciedad, la descontextualización de sus intervenciones para ridiculizarlas y, como siempre, el whataboutism, ese desvío que suelta un “¿y los demás?” para evitar el tema central. Todas esas maniobras convergían en un mismo objetivo: erosionar su imagen, desviar el foco del debate y trasladar las pruebas a percepciones manipuladas. Resultó evidente la respuesta cada vez que el intento de estigmatizar se topó con pruebas verificables.Cada intento de ataque se topó con un muro inesperado: una respuesta sustentada en pruebas. Ante un calificativo, desplegó el recibo del recorte salarial. Frente a las burlas, presentó oficios sellados. Cuando la tergiversación se hizo presente, difundió la versión completa de sus discursos. En lugar de entrar al juego de la narrativa, Batres se aferró al terreno de los hechos. Esa resultó ser su táctica y, al mismo tiempo, su blindaje. ¿Qué resulta más contundente, un titular cargado de insultos o un documento que avala la congruencia?  

Tercero. Lo que se había trazado como una campaña de desgaste acabó, en última instancia, generando el efecto inverso: consolidó la legitimidad de Batres entre los sectores que priorizan la coherencia por encima de la mera retórica. Las estrategias de manipulación, concebidas para mermar su autoridad, quedaron atrapadas en cámaras de eco; persuadieron a quienes ya estaban convencidos, pero no lograron trascender más allá. En el plano externo, lo que circulaba eran sus actos, ya debidamente documentados. Ese episodio obligó a la Corte a aceptar una exigencia inédita: la legitimidad ya no se juzga solo por la toga y el estrado, sino por la vida cotidiana del que dicta sentencia. Con ello el parámetro se eleva. No basta proclamarse independiente; es preciso demostrar que se está libre de los privilegios que lo encadenan. No basta decir que se practica la austeridad; hay que vivirla en cada gesto. Lo que resulta incómodo del caso de Batres es que ese criterio es reproducible. Si ella lo logró, ¿qué excusa queda para que los demás no lo hagan? Esa pregunta se tornó la amenaza más temible para la lógica de beneficios, que había permanecido intacta durante décadas. En ese contexto, la congruencia de Batres no solo la blindó de la estigmatización, también puso en jaque al sistema entero. Porque en tiempos de desconfianza la legitimidad no se compra ni se decreta: se erige mediante actos verificables. Y cuando alguien logra probar que es factible, la vara se eleva para todos. Ese es el verdadero impacto de su llegada: redefinir el marco de legitimidad de la Suprema Corte y demostrar que la manipulación alcanza su límite al chocar con la verdad, viva en la cotidianidad del que juzga. 

En conclusiónLa coherencia, bien articulada, desarma.La estigmatización se está desgastando. La verdad, encarnada, persiste sin vacilar. Los hechos se niegan a ceder. 

@evillanuevamx 

ernestovillanueva@hushmail.com 

 

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