El patrimonio cultural de Irán, amenazado por Estados Unidos
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Este artículo del historiador, crítico de arte, subdirector de Patrimonio Mundial del INAH y Miembro de ICOMOS Internacional (“El patrimonio es de la humanidad”), fue escrito a raíz de las declaraciones hechas por el presidente Donald Trump de que si Irán ataca alguna instalación militar o afecta los intereses de Estados Unidos, podría ordenar bombardeos en contra de 52 sitios identificados como patrimonio cultural en el país persa.
El escrito de Francisco Vidargas, que sitúa la importancia de los bienes culturales aludidos y consigna los tratados internacionales que los protegen, se publica en esta agencia con su autorización.
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Tristemente, ante el desenfrenado crecimiento de acciones bélicas en las guerras regionales a partir del octavo decenio del siglo XX, los monumentos arqueológicos, históricos y los museos, principalmente, se han convertido en objetivos específicos de destrucción. El periodista inglés Robert Bevan lo ha señalado claramente: “La destrucción de la cultura es un arma de guerra, utilizada para matar la identidad de los otros: la memoria, lo que han hecho y edificado, todo lo que han anhelado, trabajado y conseguido” (The Destruction of Memory: Architecture at War; Reaktion Books, 2006).
Los conflictos bélicos en diversas épocas, países y regiones, van dejando como saldo grandes daños directos y colaterales a sitios y monumentos históricos, muchos de ellos inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. En Europa, el atroz genocidio de la guerra de los Balcanes destruyó la ciudad vieja de Dubrovnik y la otomana Sarajevo; la desaparición de mezquitas e iglesias católicas, además del patrimonio ortodoxo, en los ataques serbios a la comunidad de Visegrad y Vlasenica; y la explosión del puente otomano de Móstar sobre el río Neretva, destruido en 1993 por el Consejo Croata de Defensa, durante el conflicto étnico en la República de Bosnia y Herzegovina.
En Asia no se debe olvidar al gobierno islamista talibán que dinamitó en 2001 las colosales estatuas de Buda, talladas en roca y estuco del valle de Bamiyán, Afganistán, “por ser contrarias al Corán”. Y la demolición en Tombuctú, Malí, de mezquitas, mausoleos y bibliotecas históricas durante la Rebelión Tuareg de 2012.
2014 es el año que marca, para Oriente Medio, el inicio de premeditados actos destructivos por parte del autodenominado Estado islámico de Iraq y el Levante (EIIl/Daesh) en esos países y la República Árabe Siria, que han destruido mezquitas chiitas como la de Al-Qubba Husseiniya, en Mosul, además de la ciudad asiria de Nimrud, Hatra y Palmira (Siria).
Ahora en 2020, el presidente de Estados Unidos ha advertido que tienen localizados 52 objetivos para ser atacados en Irán, algunos “de muy alto nivel e importancia para la cultura iraní […] y esos objetivos, serán golpeados muy rápido y muy fuerte”. La respuesta inmediata del ministro de Exteriores del país árabe enfatiza que “atacar lugares culturales constituye un crimen de guerra” (Convenciones de Ginebra (artículos 50, 51 y 147 y Estatuto de Roma, artículo 8.2.a.IV).
La República islámica de Irán ratificó la Convención sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural (1972) en 1975 y actualmente cuenta con 22 sitios culturales y 2 naturales inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, destacando la ciudad desértica de Bam con su paisaje cultural; el Palacio de Golestán de la era Qayar en Teherán; el Histórico sistema hidráulico de Shushtar; el Conjunto del bazar histórico de Trabir, centro comercial para la Ruta de la Seda; Sltaniyeh, notable mausoleo persa de Ölyeytü; los Bosques hircanos que se extienden a lo largo de 850 km. del litoral meridional del Mar Caspio; Tchogha Zanbil, que alberga la ciudad sagrada del reino de Elam; los Conjuntos monásticos armenios (cristianos) de Irán que abarcaron Azerbaiyán y Persia; Meidan Nqsh-e Yahán (Isfahán), monumentos persas de los sefévidas; la Ciudad histórica de Yazd con sus barrios tradicionales; y desde luego Persépolis, la antigua capital del imperio aqueménida.
También Irán cuenta con 56 bienes en su Lista Indicativa, susceptibles de ser nominados para el reconocimiento internacional, entre ellos: el Eje histórico-natural de la ciudad de Isfahán; el Casco antiguo de Damgán; la Mezquita Azul de Tabriz; la Reserva de la Biosfera de Touran; y el Conjunto de Zandiyeh de la provincia de Fars.
Por su parte, Estados Unidos de América también ratificó la Convención del patrimonio mundial en 1973 y cuenta con 24 bienes inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial: 11 culturales, 12 naturales y 1 mixto.
Asimismo, los dos países ratificaron la Convención para la protección de los Bienes Culturales en caso de conflicto armado (1954) y su Reglamento: Irán en 1959 y los Estados Unidos apenas en 2009. En cuanto a sus dos Protocolos de 1956 y 1999, la República islamista ratificó el primero en 1959 y se adhirió al segundo en 2005, mientras que el país norteamericano no los ha firmado. Ninguno de los dos ha inscrito bienes del patrimonio mundial en la Lista Internacional de Bienes Culturales bajo Protección Reforzada, con lo cual ambos países estarían obligados a “garantizar la inmunidad de los bienes culturales, absteniéndose de hacerlos objeto de ataques y de utilizarlos o sus alrededores inmediatos en apoyo de acciones militares.” Tampoco en el Registro Internacional de Bienes Culturales bajo Protección Especial, que representa el más alto nivel de protección y que es otorgado solamente por el Director General de la UNESCO.
Sin embargo, conforme al artículo 4 de la Convención de La Haya, Irán y EU están comprometidos a “respetar los bienes culturales situados tanto en su propio territorio como en el de otros, absteniéndose de utilizar esos bienes, sus sistemas de protección y sus proximidades inmediatas para fines que pudieran exponer dichos bienes a destrucción o deterioro en caso de conflicto armado, y absteniéndose de todo acto de hostilidad respecto a tales bienes”, además de que aceptaron “el compromiso de no tomar medidas de represalia contra los bienes culturales.”
En diversos momentos, el sistema de la Organización de las Naciones Unidas se ha manifestado ante los conflictos armados: en 2003 la Conferencia General de la UNESCO manifestó su “profunda preocupación por el aumento del número de actos de destrucción intencional del patrimonio cultural”, instando a los Estados Miembros implicados en un conflicto armado, a “tomar todas las medidas oportunas para llevar a cabo sus actividades de manera que quede protegido el patrimonio cultural, de forma acorde con el derecho internacional consuetudinario y los principios y objetivos enunciados en los acuerdos internacionales” (Declaración relativa a la destrucción intencional del patrimonio cultural, V).
Y en 2015 aprobó una nueva estrategia para reforzar la labor de la UNESCO en materia de protección de la cultura y promoción del pluralismo cultural en caso de conflicto armado, fincada en dos objetivos: el fortalecimiento de la capacidad de los países para prevenir y mitigar las pérdidas del patrimonio y la diversidad culturales derivadas de conflictos y para recuperarse de ellas; y la incorporación de la protección de la cultura a la acción humanitaria, las estrategias de seguridad y los procesos de consolidación de la paz (artículo 16).
Como respuesta a los esfuerzos de la UNESCO, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó de manera inédita las resoluciones 2199 y 2347, enviando un mensaje contundente para el orbe, respecto a la indisociable vinculación entre la protección de la vida humana y el resguardo y conservación del patrimonio cultural. La primera fue adoptada en 2015, a fin de impedir el comercio de bienes culturales y la segunda, sobre la protección del patrimonio cultural en peligro, fue adoptada en 2017. Ésta última puso en relieve que “la destrucción ilícita del patrimonio cultural, así como el saqueo y el contrabando de bienes culturales en caso de conflicto armado […] puede alimentar y exacerbar los conflictos y obstaculizar la reconciliación nacional.”
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Por su parte, la Relatora Especial de las Naciones Unidas sobre los derechos culturales subrayó entre las recomendaciones de su Informe de 2016 a la Asamblea General, en cuanto a la destrucción intencional del patrimonio cultural, que los Estados deben reconocer “la protección del patrimonio cultural y de los derechos culturales como componentes fundamentales de la asistencia humanitaria en los conflictos (92.a)
Si bien el mandato de las Naciones Unidas y de la UNESCO son considerados en muchos países como idealistas, lo cierto es que el idealismo y el pragmatismo no son conceptos opuestos, como tampoco lo son los principios morales y éticos. Cualquier ataque a la cultura es un ataque a la cultura de todos, como quedó plasmado en los cimientos de la Convención del patrimonio mundial.
Aunque desde el año pasado Estados Unidos ya no es miembro de la UNESCO, sí lo es de las dos convenciones culturales antes mencionadas, puesto que no ha retirado su ratificación de las mismas. Por ello es necesario convencernos de que la UNESCO, a través de sus convenciones culturales y su espíritu de paz, es el marco adecuado para la acción y la cooperación internacional frente a los fraticidas conflictos armados. A través del organismo cultural de las Naciones Unidas, a la par de los instrumentos jurídicos y los acuerdos internacionales, es que podremos proteger a la cultura y al patrimonio cultural ante los desafíos y las amenazas de un mundo efervescente, convulso, en muchos casos irracional y sobre todo urgido de tolerancia, puesto que como advirtió la escritora india Gita Sahgal, “el patrimonio es la humanidad”.