Literatura
Cómo escribir o no escribir una novela policiaca
El narrador, dramaturgo y periodista leyó este texto durante el II Encuentro Internacional de Novela Policiaca en 1987. El cronista Felipe Cabello reunió recientemente a algunos participantes (Malú Huacuja, Paco Ignacio Taibo II, Víctor Ronquillo y Juan Miranda) para rememorar el evento.Con el largo título “Algunas dificultades para escribir novela policiaca en México y algunas recetas para conseguirlo”, el narrador, dramaturgo y periodista fundador de Proceso leyó este texto durante el II Encuentro Internacional de Novela Policiaca efectuado del 24 al 26 de febrero de 1987 en San Juan de Río, Querétaro. Este fin de semana, el cronista nacido en esa ciudad, Felipe Cabello, reunió a algunos participantes (Malú Huacuja, Paco Ignacio Taibo II, Víctor Ronquillo y el fotógrafo Juan Miranda), para rememorar el evento al que asistieron narradores prestigiados de México y varios países.
Se dice pronto, pero nada tan difícil como escribir novela policiaca en México si el escritor se preocupa por cumplir con las reglas ortodoxas del género. Revisemos dificultades.
Primera dificultad:
Cómo clasificar un texto dentro de los apartados tradicionales sin que los críticos expertos o los cada día más vehementes investigadores de universidades norteamericanas impugnen a su autor o –en el más dramático de los casos– lo descalifiquen. ¿Cómo debe decirse: novela policiaca, novela policíaca o novela policial? ¿Cómo saber si a un texto se le debe llamar, mejor: novela negra, o novela de detectives, o novela de intriga o thriller, novela de misterio, o novela de enigma, o novela de espionaje, o novela criminal? ¿Es todo lo mismo? ¿Son notables, importantes, signifivativas, trascendentales las diferencias?
Segunda dificultad:
En México no existen detectives ni investigadores privados que se aproximan a la imagen del detective o del investigador privado de las novelas del género. Los pocos detectives privados que existen –en lo personal yo no conozco ninguno, ni siquiera puedo imaginármelo– se dedican a investigar en forma rutinaria y casi siempre desabrida, al decir de sus clientes: infidelidades amorosas, irregularidades para dirimir divorcios, problemas de compañías de seguros, trampas administrativas y párele usted de contar. Con esos temas no es fácil escribir novelas de veras emocionantes. Desde luego, estos investigadores no fuman pipa, ni usan lupa, ni tiene un inteligente doctor Watson para dialogar deducciones o presumir ingenios. Tampoco padecen las depresiones, amarguras y las soledades características de los detectives antihéroes que hoy se estilan.
Tercera dificultad:
En México, los inspectores de policía (agentes policiacos en cualesquiera de sus niveles) son literariamente inverosímiles, y muy poco tienen que ver con los personajes clásicos del género. A los inspectores de policía mexicanos –desde el más talachero agente investigador hasta los mismísimos procuradores de justicia– les interesa encontrar un culpable, no descubrir al culpable, quiere que confiese no lo que estrictamente corresponde a la verdad. Aquí nadie va tras el asesino pacientemente, paso a paso, pista a pista; la autoridad espera que el maldito caiga “cualquier día de éstos”, como de milagro.
Cuarta dificultad:
En México, tanto los detectives privados, como los investigadores de policía o como los periodistas metidos a sabuesos son, normalmente, casi por definición, sobornables y corruptos. La imagen del detective o del inspector honrado, que se atormenta por la vida pero se apasiona por la verdad, que sufre desamores porque busca incansablemente al asesino, que padece terribles estrecheces económicas pero que de ninguna forma y por ningún motivo se deja sobornar, es tan irreal como un marciano. Construir un personaje investigador con estas virtudes –y tratar de imponerlo como individuo real– sólo sirve para matar de risa al posible lector.
Quinta dificultad:
En México, los crímenes no se resuelven; son excepcionales, insólitos –absoluta minoría– los casos en verdad aclarados. Lo común, lo cotidiano, lo constatable es el crimen impune, el expediente eternamente abierto, el asunto que no se aclaró, ni se investigó, ni se resolvió jamás. Escribir novelas policiacas en las que un detective bueno e insobornable, o un inspector inteligente y honrado, desenrede la madeja de un hecho criminal, equivale a escribir una novela de ciencia ficción más que una novela policiaca apoyada en la realidad mexicana.
Ante dificultades como las enunciadas aquí a vuelapluma –y muchas más que pudieran analizarse– no queda más camino, para los escritores abocados al género, que olvidarse del modelo tradicional e inventar una nueva o al menos reformada o revolucionada novela policiaca que tome en cuenta algunas de las siguientes:
Recetas para el escritor de novelas policiacas mexicanas
Primera receta:
No intente clasificar su texto ni dirimir si la novela que se sienta a escribir es una novela policial o una novela negra o un thriller. No piense en Conan Doyle ni en Agatha Christie ni en Poe ni en Chesterton, ni en Ambler, ni en Simenon, ni en Le Carré, ni en Cain, ni en Quentin, ni en Chandler, ni en Hammet, ni en Highsmith, ni en Taibo II, ni en Ramírez Heredia, ni en Bermúdez, ni en Vázquez Montalbón, ni en Martín, ni en Greene, ni en Campbell, ni en Sciascia, ni en Fleming, ni en Robbe-Grillet, ni en Malú Huacuja... Pongáse a escribir. Simplemente póngase a escribir y ríase con el gastado chiste: si la novela resulta mala, ése será el verdadero crimen a castigar.
Segunda receta:
No se afane en inventar un investigador-protagonista –detective o policía– con la secreta idea de convertirlo en personaje de una serie infinita. Además de que el universo literario está sobrepoblado de investigadores famosos (Holmes, Dupin, Brown, PoIrot, Maigret, Ripley, Marlowe, Belascoarán, If, Zozaya, Carvalho, Carter, Pérez, Bond...) en México ya resulta cada vez más difícil creer en la existencia de individuos de esta especie.
Ya basta.
Tercera receta:
Si desecha la receta anterior e insiste en la creación de su investigador-protagonista, al menos atienda a estos consejos:
- no lo haga honrado e insobornable, por favor;
- no lo haga inteligente;
- hagálo maldito, tonto, tramposo y, sobretodo, errático.
Será entonces, quizá, sólo así: un personaje verosímil.
Cuarta receta:
No termine forzosamente su novela resolviendo el crimen. Recuerde que en la realidad mexicana es más frecuente –y por lo tanto más verosímil: y por lo tanto más literario, digan lo que digan los preceptores del género o los moralistas oficiales– el expediente abierto, inconcluso. No crea en la vieja receta de que toda novela policiaca debe terminar con la solución del caso planteado. Ese es un precepto moral, no un precepto literario.
Quinta receta:
Por favor, no se empeñe en hacer triunfar el bien sobre el mal. En la vida –la que todo escritor conoce, la que todo mexicano sufre– es el mal el que triunfa casi siempre. No se esfuerce en castigar a los culpables, en agarrar al asesino, en condenar a los malvados, en repetir la aventura de Raskolnikov. Deje que la propia historia suya encuentre su final, aunque ese final haga quedar mal al protagonista, mal a los buenos, mal al propio escritor.
No se escribe para hacer feliz a la gente sino para confiarle y compartirle –en la novela policiaca, lo mismo que en la de cualquier otro género– un pedazo así de pequeño de lo que pensamos que es la vida.