Adelanto de Libros
"Las historias de Vicente Leñero", por Gerardo de la Torre
Los recuerdos del escritor oaxaqueño, quien falleció a los 83 años en enero del año pasado, están disponibles en su libro Instantes, editado por el Fondo de Cultura Económica. Ofrecemos a continuación para nuestros lectores, un pasaje sobre el subdirector de Proceso.CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Hace poco más de un año, en la madrugada del viernes 7 de enero de 2022 falleció en la en la Ciudad de México el escritor oaxaqueño Gerardo de la Torre, a los 83 años.
Crítico literario, periodista, argumentista de cine, guionista de televisión, militante del Partido Comunista y personaje muy estimado en el mundo literario, De la Torre había sido alumno de Juan José Arreola y fue autor de obras como “Ensayo general”, “Muertes de Aurora”, “Hijos del Águila” y “Los muchachos locos de aquel verano”.
Asimismo, fue director de la Casa del Lago de la UNAM; profesor de la escuela de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) y del Centro de Capacitación Cinematográfica; guionista de historietas como “Fantomas, la amenaza elegante”, de la serie infantil “Plaza Sésamo”, más “Historia de Maestros, “Historia de la Educación, “Aprendamos Juntos”, “El que sabe, sabe”, “Hora Marcada”, “Tony Tijuana”, “Águila o Sol” y “Haciendas Mexicanas”.
En “Instantes” (Fondo de Cultura Económica, colección popular #881, 151 páginas) convergen los recuerdos de Gerardo de la Torre en torno a sucesos y amistades suyas en la vida cultural mexicana. Se trata de 25 crónicas vibrantes que lo marcaron, por ejemplo: el funeral de José Revueltas, los cómics de “Fantomas”; anécdotas de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Rafael Ramírez Heredia, Parménides García Saldaña, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, José de la Colina, Juan José Arreola, Pedro Armendáriz hijo, Felipe Cazals y las conversaciones con Vicente Leñero.
Precisamente acerca de éste último, el dramaturgo y exsubdirector de Proceso, Vicente Leñero, ofrecemos el texto de De la Torre a continuación para nuestros lectores, “Las historias de Leñero”.
Instantes con Vicente Leñero
En la década de 1990 y hasta el primer lustro del siglo XXI, Vicente Leñero, Pedro Armendáriz, Felipe Cazals y yo nos reuníamos con frecuencia, casi siempre en la casa de Pedro, a comer, beber güisqui y conversar.
Leñero y Armendáriz sin parar desengranaban historias al calor de los güisquis. Pedro se sabía los enredos, chismes, incidentes y accidentes del medio cinematográfico; y cuando no, los inventaba.
Vicente, subdirector por entonces de Proceso, era de muy amplio registro y lo mismo abordaba temas políticos que cuestiones de teatro, literatura, cine. Cómo se inició en el teatro gracias a unos títeres de barro y trapo que él y sus hermanos compraban en el mercado Miraflores de San Pedro de los Pinos. Cómo preparaban escenografías de cartoncillo. Cómo compraban muebles y utilería en miniatura. Cómo representaban cada sábado un par de obras. Cómo cosecharon éxitos domésticos con la puesta en escena del Tenorio y de “Las calaveras del terror”, obra adaptada por su hermano Armando a partir de los episodios fílmicos. Cómo redactaban a máquina el periódico “Mariposa”, que daba cuenta de la suerte de las obras y de la vida y milagros de los títeres actores. Cómo ingresó en el cine. Cómo obtuvo en 1963 el premio Seix-Barral. Cómo… Cómo… Cómo…
--La entrada de mi hermano Armando en la juventud –refirió alguna vez—dio al traste con el juego teatral. Como él era el alma del periódico, su renuncia puso fin a nuestra actividad de titiriteros. Cambiamos el teatro por el beisbol, regresamos a la lectura obsesiva de Julio Verne y Salgari y un día metimos en un cajón los títeres, las escenografías y el mobiliario y enviamos nuestros juguetes a los niños pobres.
De una cosa estaba seguro Vicente: quería escribir, ansiaba ser escritor, ver sus poemas reverenciados, publicados sus cuentos y novelas, sus obras de teatro representadas. Y si Vicente Leñero quería escribir, si desde niño lo dominaba la pasión de la lectura, si adaptaba historias propias y ajenas para los títeres, si redactaba artículos y editaba periódicos domésticos, si lo entusiasmaba escribir cuentos y poemas que seguían sin encontrar destinatario, si tenía clarísima la vocación, uno se preguntaba por qué decidió estudiar ingeniería.
De lo expresado en una entrevista parece desprenderse que eligió los estudios de ingeniería como complemento o como apéndice de la aspiración de convertirse en escritor.
“Al escribir –dijo al reportero--, el autor se asoma a muchas historias y muchas vidas. Eso me gustó desde joven, y la ingeniería me enseñó a ordenar y a estructurar mis ideas.”
En otra ocasión, contó que eligió la carrera porque era muy bueno para las matemáticas, tenía facilidad.
Pedro interpretó diversos papeles escritos por Leñero, como el impresionante Tarzán Lira, del filme “Cadena perpetua”, dirigido por Arturo Ripstein, que en 1978 obtuvo un Ariel a la mejor película. “Es uno de los mejores libretos que he escrito para el cine”, acotó Leñero.
Con Felipe Cazals, Leñero tuvo mala suerte. Allá por el año 2000 le encargaron a Vicente un guión basado en la novela “El crimen del padre Amaro”, de Jose María Eça de Queiroz. El filme lo iba a dirigir Cazals, y cuando el guión estuvo listo se lo entregaron al productor Alfredo Ripstein, quien se lo llevó a su casa, lo leyó con calma, lo reflexionó. Al otro día los citó en su oficina.
--Yo no puedo hacer esa película –dijo--. Soy judío, los católicos me van a matar. Perdón, pero no lo voy a hacer.
Felipe Cazals –contó Leñero—se levantó profiriendo palabrotas y se fue, furioso con Ripstein. Y pasado el tiempo un día Alfredo Ripstein dijo: “Ahora sí quiero hacer el ‘El crimen del padre Amaro’”. Ya se le había pasado el susto. Pero no llamó a Cazals sino a Carlos Carrera. El guión se fue casi intacto en su segunda versión.
Años después Vicente hizo para Cazals el guión titulado “Tierra Blanca”, sobre un narco muy parecido al “Güero” Palma. El filme no se realizó. Mala suerte.
Con Vicente Leñero sostuve una relación larga, productiva, enriquecedora. Nos conocimos a finales de la década de 1960 mediante José Agustín (los dos trabajaban en la revista “Claudia”) y desde el principio sostuvimos jugosas conversaciones sobre el arte de narrar y los hechos políticos y el beisbol. Las últimas fotografías en que aparecemos Vicente y yo fueron en el parque del Seguro Social el 1° de junio de 2000, día en que se jugó el último partido de beisbol en ese estadio, luego destruido para levantar en ese lugar el centro comercial Plaza Delta.
Mucho antes, en los años 1980, un grupo de escritores nos reunimos con la idea de escribir una novela colectiva. Tocó a Vicente escribir el primer capítulo y los demás lo seguimos por veredas tortuosas. El resultado fue “El hombre equivocado”, editorial Mortiz, 1988. Nada del otro mundo, un jueguito inocuo y simpaticón; una mala novela que quizás entretenía. Dos años después Leñero y yo emprendimos la factura de guiones para la serie “Tony Tijuana”, protagonizada por, ¿quién más?, Pedro Armendáriz. Y en el año 2005 perpetramos una antología de cuentos, poemas, obras de teatro y crónicas de beisbol, en la que incluimos nuestros textos (él, tres pequeñas obras de teatro; yo, un par de cuentos y una crónica de la huelga de peloteros en el año de 1980). Leñero la bautizó “Pisa y corre” y fue publicada por Alfaguara.
Habíamos leído, cada uno por su lado, “La hora del lector” (1957), un ensayo de José María Castellet que defendía un realismo crítico que se apoyaba en técnicas narrativas como los relatos en primera persona, el monólogo interior y las narraciones objetivas. A los dos, cada uno por su lado, nos fascinó el libro y en nuestras obras nos preocupamos por aplicar tales o cuales fórmulas. Esos caminos recorrimos largo rato.
Cuarenta y tantos años después de la publicación de “La hora del lector”, Leñero y yo recordamos esos textos que, confesamos, tanto había influido en nuestro quehacer literario y nos preguntamos qué tanto habrían envejecido las ideas del autor. Ni él ni yo conservábamos el librito publicado por Seix Barral, pero pronto Vicente se enteró de que en España había una nueva edición y pidió al corresponsal de Proceso que le consiguiera dos ejemplares. Llegaron y cada quien se quedó con uno. Días más tarde nos vimos y comentamos el texto. A mí me había parecido dogmático.
--Me decepcionó –dijo simplemente Leñero. Y en silencio terminamos de beber nuestros güisquis en las rocas.
Cómo extraño las conservaciones con Leñero.