Guerrero

Guerrero: Las maestras del mezcal claman por ayuda

Poco a poco estas mujeres se abren paso en Guerrero: de ser proveedoras de alimentos, se han convertido en las maestras mezcaleras del estado. Pero sus esfuerzos se ven limitados por la falta de recursos. Requieren el apoyo de las autoridades estatal y federal para crecer.
sábado, 8 de abril de 2023 · 08:44

Poco a poco estas mujeres se abren paso en Guerrero: de ser proveedoras de alimentos, se han convertido en las maestras mezcaleras del estado, haciéndose cargo de viveros de maguey, parcelas y de las fábricas de este elixir cuyo consumo va en auge en México y en el extranjero. Sin embargo, sus esfuerzos se ven limitados por la falta de recursos. Requieren el apoyo de las autoridades estatal y federal para crecer.

CHILAPA DE ÁLVAREZ, Gro. (Proceso).– Tuvieron que pasar 36 años de trabajo para que a Floriberta Barranca se le haya reconocido como la primera maestra mezcalera en la Montaña baja de Guerrero. De ayudar a su padre en el corte de maguey, ha llegado a dirigir la producción de mezcal y a etiquetar con su propio nombre.

En esta región, de manera paulatina, las mujeres han pasado de ser proveedoras de alimentos a estar al frente de parcelas y viveros de maguey, así como de las fábricas de mezcal, una bebida artesanal en auge.

La bióloga Juana Flores, del área de reforestación del maguey en la organización Sanzekan Tinemi, dice que con el paso de los años la participación de la mujer ha cobrado importancia. Incluso, la mujer participa más que el hombre en los eslabones de la producción, excepto en el de labrar. La participación de las mujeres en la cadena maguey-mezcal se da a la par del boom de esta bebida en el país y el extranjero, que inició hace unos cuatro años, indica la especialista. Y pone como ejemplo a mujeres que laboran en los municipios de Chilapa, Zitlala y Ahuacuotzingo, en la región Centro y Montaña de Guerrero.

Floriberta Barranca es la primera maestra mezcalera reconocida por la Asociación de Magueyeros y Mezcaleros de Chilapa y su marca colectiva Sanzekan. Ella está al frente de su producción en la comunidad de Ahuacuotzintla, en el municipio de Chilapa.

Su producto, en la categoría Espadín 100% y destilado de Cupreatra o Espadín con Borrego, empezó a etiquetarse con su nombre en mayo de 2022. Sus botellas han llegado a mesas de distintas ciudades de Guerrero, Puebla, Michoacán, Ciudad de México y el extranjero.

Empezó a trabajar en la siembra y corte de maguey desde los 12 años junto a su padre, Juan Elodio Barranca. Después ayudó a su esposo, Faustino Castro, en la destilación. Ahora aplica sus saberes para estar al frente de la producción de su propio mezcal. “Antes decían que las mujeres no valían más que los hombres, pero ahora estamos iguales, tenemos que trabajar igual. Y si mi mezcal les gustó, lo seguiré trabajando”, dice la maestra Floriberta.

Otro ejemplo es Fulgencia Nava, de la comunidad de Los Amates, municipio de Chilapa, quien además de llevar alimentación a los trabajadores de la destiladora ha entrado a la mitad de la fabricación de mezcal. Los conocimientos los adquirió al trabajar con su extinto esposo, Fernando Navarrete, maestro mezcalero.

En Topiltepec, municipio de Zitlala, se encuentra Estefanía Carreto Miranda, esposa del experimentado maestro Silvestre González García. Estefanía sabe todo el proceso artesanal para producir mezcal. Ayuda en la cocción y fermentación.

Lucina Esteban Miranda, de Ahuihuiyuco, otra comunidad de Chilapa, ha continuado al frente de la producción que dejó su esposo Eloy Hernández. Su producto lo comercializa de manera independiente.

También está el caso de Catalina Bello, dedicada a moler el bagazo de maguey que se utiliza para fermentar. Catalina le ayudaba a su padre, Pedro Bello.

Y Rafaela Bastián, de Tecoanapa, municipio de Ahuacuotzingo, se dedica a la reforestación y tareas de la fábrica.

Para la bióloga por la Universidad Autónoma de Guerrero Juana Flores, hace falta concientización de la sociedad para permitir la participación de la mujer y que el gobierno abra una carpeta de proyectos específicamente para mujeres. “Se da mucho el machismo, no les queda claro, no tienen la idea de que la mujer esté al frente”.

La cultura machista, dice, impone que la mujer se case y sea mantenida económicamente por un hombre, por lo que no tiene a su nombre terrenos o propiedades. Eso, agrega, limita que las mujeres accedan a proyectos o programas que apoyen la producción.

Juana Flores fue la primera mujer en presidir la organización Sanzekan Tinemi de 2008 a 2011.

Para el investigador del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) Eduardo Sánchez Jiménez, la mujer empieza a tener un rol en partes de la producción de mezcal en los sesenta y setenta.

La primera razón, dice, fue en la clandestinidad de su fabricación y venta que se dio en la etapa de la Guerra Sucia de Guerrero, cuando el Ejército y la Policía Judicial perseguían a los mezcaleros que andaban a salto de mata.

En esa persecución la mujer es quien ayudaba a comercializar el mezcal. En la actualidad, dice, las mujeres desempeñan un papel de soporte y en menor medida en la producción.

“Siguen siendo proveedoras de alimentos y en la manutención de la fábrica porque administran el pago a jornaleros. Tienen una pequeña participación de productoras y de comercializadoras.”

El académico, originario de Mochitlán, Guerrero, calcula que de todas las personas que participan en la cadena del maguey y el mezcal 60% son hombres, 30% mujeres que se dedican a asistir en el proceso y sólo 10% son las mujeres que estarían al frente de la producción de mezcal.

El historiador considera que para que haya mayor participación de las mujeres en esta naciente industria se necesitan tres condiciones: la capacidad política para negociar con los peones, proveedores y clientes, así como la capacidad cultural que se refiere a los saberes y conocimientos acerca del proceso para elaborar el mezcal.

“Tenemos que entrarle”

Todos los días a las cinco de la mañana Rafaela Bastián, de 59 años, se levanta a regar sus plantaciones de maguey. Camina por media hora hasta sus parcelas.

Hace más de 10 años, en los campos de caña de Nayarit, a más de mil kilómetros de distancia de su hogar, Rafaela le planteó a su esposo Cesáreo: “¿¡Qué! siempre vamos a andar trabajando para otros?, ¿Siempre vamos a andar pa’ ca?”.

Los años de pesadas jornadas en el corte de la caña de azúcar, el salario y el mal trato de los capataces y patrones los empujaron a que regresaran a Guerrero. Rafaela hizo escala en Chilapa para preguntar acerca de un programa de reforestación. Vino el respaldo y el trabajo en la siembra de plantas de maguey y apenas hace cuatro años la instalación de una fábrica de mezcal en su natal Tecoanapa, municipio de Ahuacuotzingo en la Montaña de la entidad, a dos horas y media de la capital.

Ahora, con su esposo sostienen una fábrica de mezcal que cada año aumenta su producción. Se han especializado en el destilado a base del maguey conocido como Zacatoro. Al año, doña Rafaela cultiva unas 50 mil plantas de esta variedad del Espadín.

Es casi mediodía en los campos de Tecoanapa, a principios de marzo. A más de 20 grados centígrados doña Rafaela, con pantalón y camisa de manga larga de mezclilla, huaraches de plástico y un sombrero para cubrir el sol, toma unos minutos para platicar de su trabajo.

“Me levanto a las 5 de la mañana para regar un poco de maguey, hago el almuerzo para darle de comer a mi esposo y venir a este otro cultivo a regar las plantas, el maguey para que no se seque. Mi esposo se queda a moler el maguey. Vengo a regar las plantas, de aquí regreso a la casa para seguir ayudando allá con la comida y en la fábrica.”

En la parcela de Rafaela el maguey convive con plantaciones de mandarina, limón, papaya, aguacate y plátano.

“Lo sembramos, lo cultivamos para labrarlo y llevarlo donde se va a cocer el maguey, a molerlo, a fermentar en las tinas. Cuando se va limpiar pues ayudo a llenar las ollas. Así es el trabajo de nosotras las mujeres campesinas. Le tenemos que entrar”, dice.

“Ahora que está chiquito el maguey lo tenemos que cultivar, pero no sale para la manutención de uno, ahora nosotros, aunque sea poco con la cosecha de maguey y el mezcal, ya vamos sacando.”

La primera producción de mezcal de Rafaela y Cesáreo fue de 80 litros. En el último año llegaron a producir 400 litros. El pronóstico es que esta temporada se mantenga o aumente.

En la conversación, Rafaela le recuerda a la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado Pineda, y al presidente, Andrés Manuel López Obrador:

“Ojalá no se olviden de nosotros, porque tantas promesas que hacen cuando buscan la candidatura y al último se olvidan. Necesitamos algún recurso para continuar nuestro trabajo, para ayudarnos.”

Para varias de estas mujeres, las tareas del campo también se suman a otras jornadas y responsabilidades.

Tirsa Paulino es responsable de un vivero que produce 60 mil plantas de maguey al año. La exposición a las altas temperaturas en el vivero y a herbicidas aplicados en la siembra de maíz, otra de sus labores, le ha provocado una enfermedad en la tiroides, pero se resiste a dejar el cuidado de las plantas y el campo. “Cuando ya no se pueda, ni modo”.

Para evitar los rayos del sol, Tirsa se levanta de lunes a sábado a las 5 de la mañana a regar las plantas del vivero. La primera parte de la jornada termina a las 9 o 10 de la mañana. Se trata del vivero de la organización Sanzekan Tinemi, ubicado en el ejido Tlacomulco, en el municipio de Ahuacuotzingo.

También se encarga de coordinar a los cinco peones y a tres jóvenes del programa Jóvenes Construyendo el Futuro. Por la tarde de nuevo riega. “No hay horario cuando se trata de riego, tengo que estar”, señala.

Su tarea es no dejar caer el cercado, cuidar el pachole (germinación de la semilla), preparar la tierra, sembrar y cuidar el maguey por alrededor de tres años cuando ya está listo para irse al campo. Desde hace seis años, agrega, el vivero dejó de recibir recursos de un programa de reforestación. Por eso la producción de 120 mil plantas al año pasó a 60 mil. De 30 peones que empleaban a la semana, ahora sólo llaman a cinco. “No quisimos que se secara la planta, decidimos seguir luchando para no dejarla”, indica.

El día de la entrevista, doña Tirsa, de 55 años, regresaba de la capital del estado, Chilpancingo. Fue a una consulta con un médico particular. Por la revisión médica pagó mil pesos, más 5 mil pesos de estudios clínicos, además de costear la gasolina a la camioneta particular que la transportó. De pronto a doña Tirsa se le empezaron a entumir y a acalambrar las manos. La operaron de la tiroides, pero continúa en tratamiento.

“Me operaron y ahora me cayeron las reumas y otra enfermedad porque siempre ando en el sol y de que cuando fumigaban le echaban líquido al pajón. Se me acalambran mucho los dedos. A veces está pesado el trabajo… lo que gano no me alcanza, es muy poco, ni alcanza con los doctores. A veces quiero dejar el trabajo, pero ¿cómo dejarlo ahí?”

La señora Tirsa recibe un sueldo de 100 pesos por una jornada de casi 10 horas. Otra razón para no dejar de trabajar es que su esposo quedó desde hace ocho años discapacitado a causa de la diabetes.

“Mi familia me dice que mejor deje el trabajo, pero no puedo dejar las plantas, el riego.”

En la entrevista la señora Tirsa pregunta a este reportero:

“¿Cómo le hago para llegar y pedirle apoyo a la gobernadora?, tengo otra cita en Chilpancingo y otra en Acapulco el 22 de abril donde atienden lo del cáncer.”

Doña Tirsa toma su suéter azul y un bote de agua para dirigirse a su domicilio. Al siguiente día tiene que levantarse temprano para cuidar el vivero.

 

Reportaje publicado el 2 de abril en la edición 2422 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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