Golpe a Excélsior

El golpe patrocinado por el gobierno

Rafael Rodríguez Castañeda, director de Proceso entre 1999 y 2020, publicó en 1993 Prensa vendida, un libro imprescindible en la historia de la relación prensa-poder durante el régimen del PRI.
domingo, 11 de julio de 2021 · 12:38

Rafael Rodríguez Castañeda, director de Proceso entre 1999 y 2020, publicó en 1993 Prensa vendida, un libro imprescindible en la historia de la relación prensa-poder durante el régimen del PRI. Con el permiso del autor, reproducimos parte de su relato sobre las interpretaciones y consecuencias del golpe a Excélsior, hace 45 años. La principal, el impulso colectivo encabezado por Julio Scherer García para fundar esta casa editorial.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Menos de un mes después del Día de la Libertad de Prensa, el 8 de julio, se produjo el golpe patrocinado por el gobierno de Echeverría contra la dirección de Scherer en Excélsior. Acompañado de alrededor de 200 de sus compañeros, el director tuvo que abandonar las instalaciones de Reforma 18. En forma espuria, un grupo encabezado por Regino Díaz Redondo, hasta entonces encargado de la segunda edición de Últimas Noticias, se apoderó de la conducción del diario.

Bajo el antiguo logotipo de su revista Política, Manuel Marcué Pardiñas publicó una “Carta abierta al presidente Luis Echeverría Álvarez”:

“Si en nuestro país existiera la libertad de expresión que consagra la Constitución de la República, esta carta habría sido publicada en forma de diario de la prensa nacional y no en la forma en que ahora me veo obligado a darla a conocer. Pero en el México de estos días no existe la libertad de expresión. Usted la ha abolido de manera inconsulta, violenta e ilegal. Yo lo acuso a usted, señor presidente Luis Echeverría Álvarez, ante la opinión pública nacional e internacional, de esa grave responsabilidad. Eso y no otra cosa significa el atentado cometido, con lujo de fuerza y evidente complicidad de políticos, funcionarios y altas autoridades contra el periódico Excélsior, el diario más importante de la nación. Eso y no otra cosa significa el silencio impuesto al resto de la prensa del país en lo tocante a ese atentado...”

Marcué ilustraba su hoja volante con una fotografía: Luis Echeverría y Julio Scherer intercambian una mirada de reto, el presidente con la banda tricolor al pecho. Al fondo, a la altura del mentón de Scherer, el rostro sonriente de Fausto Zapata.

Editorial Posada publicó un número especial de Los Agachados: “Pinochetazo a Excélsior”, realizado colectivamente por Heberto Castillo, Naranjo y Magú. La historia ilustrada concluía: “El presidente negó tener vela en el entierro. Seguramente nos juzgó ingenuos. Pero ahora nos preguntamos: ¿qué pasó en Chapingo?, ¿por qué entró el Ejército?, ¿qué le tienen preparado a la Tendencia Democrática? Una cosa es segura: el actual Excélsior no nos lo dirá.”

El 13 de julio, Excélsior cabeceó a ocho columnas: “El gobierno, ajeno a lo ocurrido en EXCÉLSIOR: Echeverría”. La nota del matutino informaba: “En relación con lo ocurrido en Excélsior, el presidente Echeverría afirmó ayer ante periodistas mexicanos y corresponsales extranjeros: ‘Fue una determinación de los cooperativistas y no ha intervenido el gobierno de México y nunca lo hizo, y menos al final, absolutamente. Parece ser que allí una mayoría determinó lo que se hizo después.’

“Se le preguntó acerca del grave cargo que le imputa la prensa extranjera, que lo hace responsable de aquellos sucesos. El primer mandatario respondió: ‘Nada más que se molesten los representantes de esos periódicos de Nueva York en ir a Reforma 18 a preguntar cómo estuvo...’”

Añadió: “Nunca el presente gobierno, y menos ahora que se ha hablado a propósito de una crisis interna en una cooperativa periodística, se ha molestado por ninguna postura o ningún rasgo que en ejercicio de nuestras libertades haya querido no ser afín con la trayectoria oficial...”

El golpe contra Excélsior ha producido una enorme bibliografía y hemerografía. Probablemente es el hecho periodístico del que más se ha escrito en México.

En mayo de 1978, Vicente Leñero publicó Los periodistas, editado por Joaquín Mortiz. La contraportada del libro lo promovía así: “Las páginas de esta novela-testimonio buscan reflejar muchas de las contradicciones del sistema político mexicano. La narración escueta de los hechos deja en descubierto un tema que a todos nos atañe porque de él todos somos responsables: la libertad de expresión en un país que de alguna manera se las arregla para limitarla según su propia conveniencia.

“Los poderosos utilizan a lo largo de estas páginas miles de artimañas –veladas y descubiertas– para amedrentar primero, y acabar después, con los problemas que Los periodistas plantean en torno a un derecho que la Constitución avala. Frente a la corrupción y a los vicios de la estructura, un grupo de los protagonistas de la novela –identificados todos con su nombre real– pretende y logra en gran medida superar una crisis y ganar una batalla en la que se dirimen dos grandes temas de la historia universal: la justicia y la libertad.”

Leñero dedicó su libro “a Julio Scherer, protagonista, corazón de esta historia”. En páginas interiores, el escritor presenta su obra de esta forma: “El ocho de julio de 1976 el diario Excélsior de la ciudad de México sufrió lo que merece calificarse como el más duro golpe de su historia y tal vez de la historia del periodismo nacional. El episodio, aislado pero elocuente ejemplo de los enfrentamientos entre el gobierno y la prensa en un régimen político como el mexicano, es el tema de esta novela.

“Subrayo desde un principio el término: novela. Amparado bajo tal género literario y ejercitando los recursos que le son o le pueden ser característicos he escrito este libro sin apartarme, pienso, de los imperativos de una narración novelística. Sin embargo no he querido recurrir a lo que algunas corrientes tradicionales se empeñan en dictaminar cuando se trata de trasladar a la ‘ficción’ un episodio de lo que llamamos la vida real: disfrazar con nombres ficticios y con escenarios deformados los personajes y escenarios del incidente. Por el contrario, consideré forzoso sujetarme con rigor textual a los acontecimientos y apoyar con documentos las peripecias del asunto porque toda la argumentación testimonial y novelística depende en grado sumo de los hechos verdaderos, de los comportamientos individuales y grupales, de los documentos mismos…”

(En 1991, Héctor Aguilar Camín recogió los incidentes fundamentales del caso Excélsior para recrearlos en su novela La guerra de Galio. Aguilar Camín recurrió al método al que aludió Leñero: disfrazó con nombres ficticios a protagonistas reales –distorsionados por la entremezcla de hechos inventados con hechos que sí ocurrieron– y a escenarios igualmente deformados.)

En 1980, Miguel Ángel Granados Chapa publicó, en Ediciones El Caballito, el volumen Excélsior y otros temas de comunicación.

La parte principal de esta recopilación –dice en su presentación Granados Chapa– está constituida por textos referentes a Excélsior, y en particular al golpe que lo dañó mortalmente.

En 1984, la editorial Grijalbo publicó Dos poderes, cuyo autor, Manuel Becerra Acosta, fue subdirector general de Excélsior durante la gestión de Scherer.

En la contraportada, Huberto Batis presenta el volumen: “Puesto a escribir literatura memoriosa (Las primeras aventuras, 1983), Manuel Becerra Acosta ha querido anticiparse en este libro a ‘alijar la carga de Excélsior’, del que era subdirector el 8 de julio de 1976 –recién elegido López Portillo–, cuando el presidente Luis Echeverría patrocinó el derrocamiento de Julio Scherer García, elegido en asamblea de cooperativistas desde 1968. Una asamblea golpista organizada por Regino Díaz Redondo usó matones para expulsar a la ‘legalidad desarmada’: al grupo de periodistas y escritores de opinión que –al no querer renunciar a ser críticos– exasperaron al poderoso que sólo quería ‘acatamiento de títeres’.

“En Dos poderes se ensaya el acto político de escribir sobre el poder de un presidente que no aceptó ser moderado por el poder de un diario: sus lectores; se traza el contorno político de los personajes del drama sin disfraces historiográficos o novelescos; se ve vivir a Excélsior en el nivel más alto de su aparición septuagenaria (atestigua el 2 de octubre de 68 y el 10 de junio de 71, Jueves de Corpus); se acompaña a Julio Scherer en su ascenso al caudillaje (‘fascinado por la polaca’) y en su caída del pontificado moral al que lo trepó cierta calificación hiperbólica (‘el Zarco de esta época’, lo llamaba Carlos Fuentes; ‘el Excélsior es el auténtico Poder Legislativo’, dictaminaba Gastón García Cantú).

“En un momento dado –cuando la publicidad que hacía subsistir independiente al diario fue retirada a instigación presidencial en jugada maestra, por los empresarios, muy torpemente según lo hizo ver Daniel Cosío Villegas– quiso abrir Scherer la puerta de emergencia hacia el patrocinio oficial, lo cual condujo a la catástrofe: el poder estatal pasó la cuenta, autorizándose a sí mismo el exceso para romper el equilibrio de los dos poderes. Scherer subestimó a su enemigo Echeverría, que se adueñó (efímeramente) no sólo de Excélsior, sino de otros periódicos, para mantener el poder más allá de su mandato.”

(En los primeros meses del año una operación sospechosa dejó a la Organización Editorial Mexicana en manos del empresario Mario Vázquez Raña. La antigua Cadena García Valseca fue vendida por Somex al industrial mueblero, a quien se consideró un prestanombres del presidente Echeverría y su grupo político. La especie adquirió fuerza cuando Vázquez Raña nombró a Fausto Zapata como asesor editorial, aunque formalmente Benjamín Wong era el director. La operación se desarrolló en el mayor secreto, sin concurso alguno, pese a que se trataba de una empresa de propiedad estatal.)

El 6 de noviembre de 1976 nació la revista semanaria Proceso… Según el relato publicado en la propia revista, la tarea que culminó ese 6 de noviembre se inició diez días después del golpe, el 19 de julio: más de 2000  personas acudieron a una reunión en el hotel María Isabel –en el mismo salón en el cual se realizaron varios banquetes del Día de la Libertad de Prensa– donde se convocó a la creación de una sociedad anónima con un capital formado a partir de la suscripción popular. Sus primeros objetivos: poner en servicio una agencia de noticias nacional y publicar un semanario de información y análisis.

Con fecha de diciembre de 1976 salió el primer número de Vuelta, la revista  con la cual Octavio Paz realizó “no un comienzo, sino un retorno”. Con el equipo básico que hacía Plural –“la publicación que circula por ahí ni siquiera  es una caricatura; es una falsificación”–, el poeta se lanzaba a una aventura:

“Hemos decidido salir solos, confiados en la ayuda del público y en la amistad. Una amistad que se ha manifestado desde un principio: los primeros números de la revista saldrán gracias a los amigos que hicieron donativos...”

En la presentación, Paz agregaba: “En 1971 el director de Excélsior, Julio Scherer García, nos propuso la publicación de una revista literaria, en el sentido amplio de la palabra literatura: invención verbal y reflexión sobre esa invención, creación de otros mundos y crítica de este mundo. Aceptamos con una condición: libertad. Scherer cumplió como los buenos y jamás nos pidió suprimir una línea o agregar una coma... Se ha discutido mucho sobre la responsabilidad del Gobierno en el caso Excélsior. No es fácil medir esa responsabilidad pero me parece indudable que el golpe no se habría dado si sus autores no hubieran contado por lo menos con el consentimiento tácito del Poder...” 

Reportaje publicado en la edición 2332 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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