Estro Armónico

Arar y andar el son…

"En mis años de estudiante disfrutaba mucho tocando a Bach o a Vivaldi, pero quería construirme partiendo de mi propia historia, ellos son parte de mi nutrición, pero yo tengo otras raíces…" ,dice en entrevista la compositora, guitarrista y cantora Anastasia Sonaranda.
domingo, 19 de diciembre de 2021 · 14:05

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– En el texto antepasado esta columna anunció la entrevista a la compositora, guitarrista y cantora Anastasia Sonaranda, quien se ha ganado a pulso un lugar preeminente en el panorama musical mexicano. Baste decir que, cual destacada discípula del doctor Alfredo López Austin (1936-2021), ha sabido extraer de su caudal de sabiduría valiosa inspiración sonora que se enraíza en la cosmovisión del México antiguo. Sin ulterior retraso, procedamos conforme a programa:

–Te defines como hija de Violeta Parra y Silvestre Revueltas, y confiesas que padeces ensoñaciones quijotescas y gandhianas con serias crisis bolivarianas y zapatistas. ¿Quieres abundar en esta insólita declaración de principios?

–Así lo siente mi corazón. Me mueven e inspiran personajes que han soñado y hecho de éste un mundo mejor. Violeta recorrió los caminos de su Chile aprendiendo el folclor de los pueblos, sabía que son una enciclopedia viva, así lo definía, y yo he seguido sus pasos como guitarrista, compositora, cantora y artista plástica; además ¡nací de su guitarra! Silvestre hizo lo mismo con lenguajes académicos aunque, en su origen, era un músico tradicional. Él es mi compositor mexicano favorito. Soy música por ellos, con su paternidad espiritual. En mi caso, he recorrido tanto las academias como los pueblos, ando por los caminos “quijoteando”, defendiendo causas que a veces parecen imposibles; pero, al igual que ellos, me muero en la raya por un sueño, siempre en la no violencia activa, como enseñara Gandhi, por eso mis armas son guitarras y cantos. Bolívar soñó una Patria Grande y yo así lo siento también, y Zapata un mundo más justo, dando su lugar a la Madre Tierra, a los pueblos originarios y sus cosmovisiones. En mis años de estudiante disfrutaba mucho tocando a Bach o a Vivaldi, pero quería construirme partiendo de mi propia historia, ellos son parte de mi nutrición, pero yo tengo otras raíces…

–Has logrado consolidar un lenguaje netamente mexicano que abreva de las enseñanzas del doctor López Austin. Expláyate, por favor, en describirnos el inicio de este luminoso camino.

–Desde niña he recorrido zonas arqueológicas, museos, pueblos, he estudiado en escuelas que me han enseñado a amar la identidad. La Escuela Activa en primaria y el Cedart Diego Rivera en secundaria y preparatoria, que me sensibilizaron mucho. He aprendido del folclor latinoamericano y mexicano desde siempre, y ya en la Facultad de Música de la UNAM cimenté mis saberes de manera oficial. En 1996, después de leer el libro Tamoanchan y Tlalocan del doctor López Austin, caí en la cuenta de que, para construir la música que latía en mis venas, tenía que ir a fondo en todo. Ahondar en la tradición oral de los pueblos y con los músicos portadores de sus géneros; lenguajes académicos en las escuelas y años de estudio al lado de Alfredo López Austin, quien se convirtió en mi más grande maestro.

“Estuve 13 años de mi vida como alumna permanente suya, entendiendo y sintiendo muy de dentro la cosmovisión indígena, no sólo mesoamericana, sino también de etnias latinoamericanas, como el Abya Yala, pues fui recorriendo varias inquietudes junto con él. He tenido grandes maestros en la música y las artes, pero Alfredo me dio no sólo inspiración, sino que gracias a su sabiduría estructuré y acabé de darle un rostro a mi creatividad. Aprendí muchísimo de cómo conducirme en un mundo a veces hostil y mentiroso, manteniendo siempre la nobleza de espíritu y la alegría de vivir. Un ser humano honorable e íntegro como él deja hondas huellas.”

–Entre tus logros más resonantes es de citar la estructuración de obras basadas en la mitología indígena, refutando valientemente los moldes europeos que han constreñido a la creación sonora de nuestro continente. Ilústranos sobre este tópico cardinal de tu trabajo.

–Hace tiempo caí en la cuenta de mis deso­bediencias: me dijeron que si tocaba música académica no tocara popular, que si tocaba no cantara, que si esto y lo otro… y he hecho justo lo contrario. Finalmente, gracias al respaldo de la academia de la FAM, fui la primera titulada en guitarra con un programa folclórico académico, casi todo con obra propia.

“Mientras más me metía en la cosmovisión indígena, más me brotaban ideas. Además, fui encontrando cómplices, comenzando por el mismo Alfredo, que siempre me asesoraba y respondía cualquier inquietud. ¿Cómo se dice corazón de maíz?, ¿cuál es el recorrido del sol en el Tamoanchan?, ¿cómo te imaginarías que suenan los puntos del cosmos? Alfredo era sencillo y lúdico en su modo de inspirar. Una vez me dijo que el sol dormía –se moría– en el sur (aquí en el altiplano, porque en la zona maya es distinto), y que cuando bajaba al Mic­tlán, estaba de fiesta, pues el lugar de los muertos es alegre.

“La estructura que más he utilizado es la que llamo ‘Tamoanchan’, pues justo recorre los rumbos del cosmos como el sol, guiado por el viento. Así lo resumió Alfredo para mí: ‘El sol recorre un camino oriente-cenit-poniente sobre la superficie de la tierra, y poniente-nadir-oriente en el inframundo. Sus puntos orientales y occidentales no son fijos, sino que se recorren en el horizonte algunos grados de norte a sur y de sur a norte, con una vuelta total en un año. El sol porta el tiempo, que sale por los árboles cósmicos, en un orden oriente-norte-poniente-sur... El planeta Venus es propiamente el precursor del sol, como luz anterior. El carácter del sur no es igual en toda Mesoamérica. Para los mexicas, por ejemplo, es equivalente al arriba, mientras que para los mayas equivale al abajo’.

“He compuesto obras para guitarra cortas, donde cada ‘punto del cosmos’ dura un minuto o unos compases, u obras para orquesta en las que cada ‘punto del cosmos’ dura todo un movimiento. Mis herramientas son los géneros del folclor latinoamericano e ideas mías de aquí y de allá. Creo mucho en la nutrición: leer sobre varios temas, ver cine, admirar la pintura (mi amor secreto), las artes plásticas, las artes en general y, por supuesto, entender la historia. Más, sobre todo, la experiencia. Creo que uno suena a lo que vive… a lo que ara y anda. Juego con muchos elementos: los números, el decir de los abuelos que todo lo concebían a través de símbolos y números, eso me da para crear estructuras, los compases en los que realizo una obra y muchas ideas más.”

–Volviendo a la raíz, sería interesante que nos hablaras de los incentivos que te impulsaron a convertirte en lo que eres.

–Me han dicho que me dieron mucha cuerda desde chiquita. He contado muchas veces que en mis años de kínder, en la Escuela Activa, daban clases Adrián Nieto, René Villanueva y Gerardo Tamez, miembros del entonces grupo Los Folkloristas, de manera que lo primero que aprendí fueron sones jarochos y folclor latinoamericano, muy en boga en aquellos años. Llegaron luego los exilios y mi escuela les abrió las puertas a grandes artistas. Yo salía al recreo y Alfredo Zitarrosa daba conciertos en el patio, pues era padre de familia, y mi primera maestra de guitarra fue una chilena, así que a los cinco años lo primero que aprendí fue Violeta Parra y Víctor Jara, marcando mi destino para siempre.

–Tu catálogo musical refulge por sus títulos en náhuatl, en los cuales está siempre presente el compromiso por el rescate de las tradiciones en franca armonía con la Madre Tierra. ¿Cuál de tus obras es la que deseas compartirle a los lectores de Proceso?

–Pensaría en Aaztli, obra de cámara que dediqué a Alfredo López Austin. Es un juego de palabras con sus iniciales y el sustantivo nahua aaztli que significa ala. La comparto desde la plataforma de YouTube.1

–¿Tienes alguna visión de lo que acontecerá, en lo cultural, con nuestra patria al cabo de la pretendida Cuarta Transformación?

–México rebosa de grandes compositores, instrumentistas, orquestas, grupos de diversos géneros y estilos, pero se carece de una estructura que valore tanta grandeza artística. La cultura es lo que se cuida, lo que cultiva a la semilla para que florezca. Esta idea puede ayudarnos a saber cuándo hablamos de cultura y cuándo de entretenimiento. Hay que poner el reflector en ello. El arte es lo más luminoso que tenemos como humanidad y, como dicen fuera, México se vende solo, pero nuestros adeptos a la cultura andan en la luna. Con la música y las artes, regalos supremos de Quetzalcóatl, tenemos la posibilidad de acceder a la divinidad que llevamos dentro. Sigamos arando y andando este ancestral camino, esperando que los funcionarios de la 4T asuman que ellos tienen que cooperar pavimentándolo con hechos…

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1      https://youtu.be/LprD8PdZisE

Reportaje publicado el 12 de diciembre en la edición 2354 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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