Luis Jaime Cortez

El sonido de las letras

Luis Jaime Cortez, compositor, director, ejecutante, investigador, escritor, educador, y a la par de su formación artística ostenta una formación humanística que comprende la historia y la filosofía.
domingo, 7 de noviembre de 2021 · 12:11

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– En fecha reciente ha hecho su fulgurante aparición un sitio web donde la música, la filosofía y los andamiajes de la musicología se dan cita y entrecruzan. Para hablar de este magno proyecto nuestra columna le solicitó una entrevista a uno de sus creadores, el distinguido doctor Luis Jaime Cortez (Ziracuarétiro, Michoacán, 1962). Mas previo a dispararle las preguntas de rigor, es importante que proporcionemos sus datos biográficos y curriculares más sobresalientes.

Para empezar, digamos que se desenvuelve en prácticamente todos los ámbitos del quehacer musical. Es compositor, director, ejecutante, investigador, escritor, educador, y a la par de su formación artística ostenta una formación humanística que comprende la historia y la filosofía. Asimismo, no ha rehuido la brega con las instituciones, pues ha sido director del Cenidim, rector del Conservatorio de las Rosas y secretario de Cultura de su estado natal.

En cuanto a sus publicaciones, hemos de citar su libro Tabiques rotos, su novela Favor de no disparar sobre el pianista, una sabrosa biografía de Silvestre Revueltas y una extensa lista de artículos divulgativos y de análisis ­musicológico.

Con respecto a su labor compositiva, apuntemos algunas de sus cimas: las óperas Luna y La tentación de San Antonio, la sinfonía Lluvias, la Intervención sinfónica de 15 canciones de Chucho Monge para orquesta, Object lesson para guitarra y sonidos electroacústicos, y su Orpheu para guitarra sola.

–Egregio Luis Jaime, cuéntanos sobre tus inicios en la música y sobre las influencias que más te han marcado en la vida.

–Es una respuesta larga. Podría empezar por decir que mi amor por la música se inició en mi familia: ¡todos eran músicos! Músicos, como se dice en la academia, populares. Y además crecí en Pátzcuaro escuchando música purépecha.

“Para responder con la brevedad que se requiere te diría que me inicié en el Conservatorio de las Rosas y que me tocaron los últimos años del maestro Muench como maestro: el beneficio de sus clases y de sus conciertos (tocaba las sonatas de Scriabin de un jalón) fue realmente fantástico. Tuve la suerte de asistir al concierto en que estrenaron Correspondencias, partitura para piano escrita por correspondencia entre Gerhart Muench y Mario Lavista. Luego estudié en el taller de este último, en el Conservatorio Nacional, y en el taller de Federico Ibarra, en el Cenidim. La tutoría y amistad de Manuel Enríquez fue también algo de la mayor importancia (el Foro Internacional de Música Nueva trajo a muchos de los más importantes compositores contemporáneos, y pudimos no sólo escuchar su música en vivo –entonces no había Spotify–, sino aprovechar los cursos asociados al foro).

“En el Cenidim de los ochenta conocí a personajes de leyenda como el maestro Rodolfo Halffter, Argeliers León, Leo Brower, Wlodzimierz Kotonski, Vinko Globokar y muchos otros. Incluso algunos entonces jóvenes maestros como Daniel Catán. Tuve la fortuna de ser amigo de uno de los pioneros de la electroacústica en México y de trabajar largamente en su laboratorio, con su asesoría: Raúl Pavón.”

–A sabiendas de tu compromiso con la educación artística de las nuevas generaciones, ¿cuáles son tus vislumbres para revertir los estragos que día a día constatamos con respecto al acercamiento y el aprendizaje de la música de concierto, tanto en las aulas como en el resto de los ámbitos sociales?

–La educación está en crisis en su totalidad, no sólo es un tema de la música de concierto. Creo que vivimos un momento en que están reformulándose las cosas con una profundidad dramática, que a la vez tendrá pérdidas y aportará novedades inimaginables. Lo cierto es que no podemos seguir enseñando la música con los procedimientos (o peor, ¡con las ideas!) del siglo XIX. El siglo XIX inventó la educación musical que seguimos ejecutando en las aulas. La educación anterior pasaba por otros procedimientos y fantasías.

“Debemos ir a momentos anteriores al XIX para entender, para experimentar la música con una vivacidad de plenitud distinta (pienso por ejemplo en Saint Colombe). La idea misma de música de concierto versus música popular es un invento del XIX. Y luego está la tecnología, que brinda herramientas sin precedentes para el aprendizaje. Creo que si repensamos lo que necesitan los estudiantes para ser exitosos en su vida profesional, encontraremos muchas claves de lo que deberíamos hacer. De nada sirve, por otro lado, lamentarse: es necesario inventar lo que sigue. Tenemos el privilegio y el peso de un momento que no tiene asegurado el futuro en ningún sentido. Hay momentos así en la historia.”

–Háblanos de tu labor como artífice sonoro. ¿Tienes algún credo artístico? ¿En qué sustentas tus elecciones para abordar determinado género o combinación instrumental?

–Desde el fin de las vanguardias vivimos un momento peculiar: no hay ideas ­centrales. Hay tendencias que se observan en retrospectiva, pero en principio cada compositor debe decidir qué quiere hacer sin ningún tipo de imposición. En todo caso, las imposiciones son autoimposiciones. Pero es mucho lo que se requiere decidir al imaginar una obra nueva, y eso es fascinante. ¿Con tecnología o sin tecnología? ¿Con técnicas extendidas o con técnicas derivadas de las músicas tradicionales? ¿Con un planteamiento armónico o sin él? Más aún: con instrumentos o con objetos, o incluso sin ninguno de los dos. ¿Música escrita, o música con códigos binarios, o con gráficas que nada tienen que ver con pentagramas y claves? La idea misma del oficio de componer, de los recursos técnicos de composición que posee un autor, puede ser un lastre.

“Parecería que los estudios académicos dañan en lugar de garantizar cierto profesionalismo mínimo. El profesionalismo está contraindicado, la invención plena, espontánea, es una especie de credo. En esa discusión se creó por ejemplo el arte sonoro, y por eso tenemos muchos compositores, algunos de ellos excelentes, que nunca estudiaron música: vienen del mundo de la tecnología (y de otros ámbitos: la arquitectura por ejemplo).

“En mi caso, he debido aceptar que vengo de la formación de conservatorio, y con toda la apertura de que soy capaz sigo creyendo en ciertos procedimientos básicos que han funcionado por siglos. Me gusta que los intérpretes puedan disfrutar su instrumento a través de lo que escribo. Si compongo para cuerdas, me gusta que las cajas de resonancia se ocupen a profundidad y que se aflojen los barnices por las vibraciones plenas. Creo en cierta forma de lirismo, y me gusta relacionarme con las tecnologías pensando no sólo en la música del pasado más remoto, sino en la música de las más diversas culturas del orbe. La posibilidad de oír hoy la música de todas las geografías y de toda la historia nos otorga un privilegio que habría resultado impensable hace pocos años.”

–Es fácil intuir tu orgullo por el logro tan resonante que te has echado a cuestas con el sitio web que anunciamos. Expláyate, por favor, sobre su génesis, misión, alcance y, desde luego, sobre su sugestivo y apropiado nombre.

–La creación de revistas musicales es parte de nuestra tradición. Ahí están los grandes ejemplos, las revistas de Ponce, la de Chávez, Pauta de Lavista, de la que he tenido el honor de ser miembro desde sus inicios, Pilacremus de Julio Estrada, y tantas otras. Hoy, lo que nos hemos propuesto la compositora Ana Lara y yo es llevar esa tradición a los medios digitales. Hoy tenemos recursos fantásticos que nos permiten pensar en revolucionar el modo en que organizamos y accedemos a nuestros recursos musicales.

“Solemos decir en broma que todo está en la red, pero si indagamos en los temas de la música mexicana el asunto no es tan eficiente y claro. Queremos contribuir a mejorar eso, y a contribuir a dar nuevas bases a una comunidad musical que dialogue y se relacione de formas nuevas y solidarias. Queremos generar también un espacio fluido entre el mundo académico y el mundo de la divulgación, generar un diálogo entre la musicología y la filosofía de la música, entre las ciencias y las artes que se tejen con la música. Queremos aportar a la investigación y a la educación desde Sonus ­Litterarum: el sonido de las letras y su quiasmo, las letras del sonido.”

–Con vítores escritos os damos a Ana Lara y a ti el reconocimiento por la relevancia del enorme y necesario proyecto digital que han concebido.1 ¡Que se escriba más sobre nuestra música y que ya no haya escollos, ni excusas, para que la lectura –y sus consecuentes escuchas– estén al alcance de un impensable click electrónico…!   l

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1      Se sugiere la visita al sitio sonuslitterarum.mx (un artefacto digital migratorio, metamorfoseante y desterritorializado que cohabita con diversas formas canónicas del mundo analógico. Se manifiesta, por lo general, en las fronteras entre la música y el lenguaje).

Reportaje publicado el 31 de octubre en la edición 2348 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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