Carlos Martínez Assad

Los judíos de Líbano

A diferencia de los judíos de los países árabo-musulmanes, en Líbano con su milenaria cultura cristiana, pudieron vivir como ciudadanos aun cuando no contaron formalmente con pasaporte, pero gozaron de los derechos civiles y políticos.
domingo, 21 de enero de 2024 · 05:00

Un proceso que ha alterado los equilibrios existentes en los países de Medio Oriente ha sido la escalada del islam que viene ocurriendo desde hace siglos y, recientemente, ha retomado nuevos bríos, al incluirse en la agenda política de algunos gobiernos y grupos. Los judíos libaneses formaban parte de una de las comunidades más antiguas del país; su presencia en Sidon, la actual Saida, data de varios siglos Antes de la Era Común. Y la expulsión de España en 1492 trajo a muchos de ellos a la región, creciendo aún más a comienzos del siglo XX en lo que ahora son Siria, Irak y Turquía, así como en el actual Líbano. Se trataba principalmente de los judíos sefarditas, por proceder de Sefarad (España), y aumentó con los ashkenazitas que huían de las persecuciones en Europa.

Fueron difíciles los años de la Segunda Guerra Mundial porque Líbano permanecía bajo el Mandato de Francia, por lo que resultaba enemigo de Alemania, lo que no le quitaba su sitio estratégico para el traslado de judíos que se dirigían a Jerusalem y en su escala en Líbano encontraban refugio. La embarcación Frossoula fue obligada a detenerse en Beirut, donde desembarcaron los judíos que transportaba y varios permanecieron allí. El 19 de diciembre de 1939, el correo de Palestina contó 120 refugiados que partieron del puerto de Beirut rumbo a Jaffa, y el 6 de marzo de 1940, 84 personas se trasladaron desde del mismo lugar, pero por tierra a Haiffa. Y luego de la invasión alemana a Dinamarca, huérfanos judíos fueron llevados clandestinamente de Marsella a Beirut, para de ahí ser trasladados a Palestina. (Mohamad El Chamaa, “Cuando los judíos huían del nazismo encontraron refugio en Beirut”, L´Orient Today, 15 de junio de 2022).

A diferencia de los judíos de los países árabo-musulmanes, en Líbano con su milenaria cultura cristiana, pudieron vivir como ciudadanos aun cuando no contaron formalmente con pasaporte, pero gozaron de los derechos civiles y políticos. Y, siguiendo la tradición de los millets durante el Imperio Otomano, mantuvieron su propio tribunal rabínico para matrimonios y divorcios, y para arbitrar en sus propias querellas civiles. Cuando Líbano se independizó de Francia en 1943, los judíos se concentraron en Beirut, dejando familiares en Trípoli o en Saida. Albert Dichy cuenta que en las escuelas de padres franceses a las que asistían, cuando le decían si no le resultaba arcaico ser judío en el siglo XX, respondía que no le parecía más simple que ser maronita y terminaban riéndose.

Maghen Abraham es la más antigua sinagoga instalada en el corazón del barrio judío de Beirut, en la calle Wadi Abou Jmil, restaurada en 2010 y en 2020, luego de las explosiones en ese año, pero como otras no está en funciones. Es conocida también la sinagoga de Bhamdoum, en el distrito de Aley. La situada en Deir El Qamar fue construida en tiempos del emir Fakhreddine II. Son conocidas las sinagogas del barrio judío de Saida y la de Trípoli; la comunidad contó con dos cementerios.

Como lo que suma también resta, el porcentaje de cristianos y judíos ha decrecido y en algunos sitios unos, y en otros hasta han desaparecido. La confusión de judaísmo con sionismo ha provocado que quienes critican las políticas del Estado de Israel caen en el antisemitismo que se originó en Europa. En el mundo hay millones de judíos que no son israelíes y muchos israelíes no son judíos, son árabes, beduinos, drusos y más. Esto resulta natural desde que en 1948 muchos árabes judíos de los países que los agrupan, se trasladaron para, con o sin el ideario sionista, contribuir en el desarrollo del nuevo Estado de Israel que se construía.

Judíos hasídicos. Diversidad religiosa / Foto: Bruce Schaff vía AP

Los que permanecieron fueron abandonando sus países de residencia en un proceso que se aceleró después de junio de 1967, luego de que los tanques egipcios quedaron enterrados en la arena del desierto del Sinaí, la bandera de Israel se erigió en Charm el-Cheik y las tropas conducidas por Moshé Dayan llegaron al muro de los lamentos en Jerusalem. La llamada guerra de los seis días trastocó definitivamente los equilibrios confesionales y se agudizó la polarización entre judíos y musulmanes por ser ésta la religión dominante entre los palestinos, aunque muchos se conservan cristianos. Líbano, caracterizado por una amplia diversidad religiosa y una convivencia ejemplar de cristianismos con diferentes ramas del islam y de otras religiosidades, suma 18, entre las cuales se incluye el judaísmo.

 Aunque Líbano no participó en la contienda de forma decidida como otros países árabes, las tensiones internas afloraron y los nacionalistas árabes criticaron la cercanía de los falangistas cristianos con los israelíes. Uno de sus efectos fue la disminución de los judíos, una comunidad de aproximadamente 14 mil personas que, luego de la guerra libanesa a partir de 1975, disminuyó drásticamente con el emplazamiento de la problemática árabe-israelí. Algunos regresaron, pero les resultó difícil después de todo lo acontecido; cuando alguno de ellos revelaba que era judío, los libaneses abrían los ojos incrédulos, cuenta Albert Dichy. (Stéphanie Khouri, “Cuando digo que soy judío, los libaneses abren sus grandes ojos”, L´Orient-Le Jour, 14 de junio de 2022).

Una serie de conflictos, en los que los judíos fueron motivo de ataques y secuestros, aceleró su salida definitiva en la década de 1980. La invasión de Israel en 1982 en Líbano, cuando su ejército rodeó los campos palestinos de Sabra y Chaatila sin impedir el intenso tiroteo de los falangistas que provocó miles de víctimas, cerró el proceso. La invasión no logró poner fin al liderazgo de Yasser Arafat como dirigente de la Organización para la Liberación de Palestina, más bien reforzó su liderazgo para unir a comunidades que dispersó la diáspora, que ellos llaman nakba

En Líbano la identidad se relaciona con los orígenes comunitarios, por ello los pocos judíos que viven en el país prefieren decir que son de alguna de sus ciudades antes que contar su intrincada y larga historia de pertenencia a familias originarias de Argelia, de Siria, de Marruecos. Sin embargo, en el registro público todos aparecen definidos por su religión, y ellos son “israelitas”. De Saida, donde su presencia fue floreciente por siglos, en 1980 la familia Levy fue la última en salir. Como otras del país, su sinagoga también fue abandonada y, como signo de los tiempos, sus ruinas son ahora hogar de refugiados sirios.

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