Guerra en Ucrania

La guerra como consecuencia de la crisis financiera*

Siempre resultan extraños los paralelismos históricos. Una década y media después de una de las dos crisis financieras más devastadoras del capitalismo mundial, un terrible conflicto empieza en Europa y amenaza con llevar al mundo entero al caos.
sábado, 9 de abril de 2022 · 13:04

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Siempre resultan extraños los paralelismos históricos. Una década y media después de una de las dos crisis financieras más devastadoras del capitalismo mundial, un terrible conflicto empieza en Europa y amenaza con llevar al mundo entero al caos. Es obvio que hasta la fecha la guerra de Ucrania y la Segunda Guerra Mundial son de orden totalmente distinto, pero en ambos casos se trata de un choque fundamental de ideologías.

Si el paralelismo entre las crisis de 1929 y de 2008 no llamó particularmente la atención es, a nuestro juicio, porque a primera vista esa comparación no tiene demasiado sentido. Es esencial entender que tanto las grandes crisis financieras como las guerras son sintomáticas de problemas que actúan como movimientos tectónicos y acaban creando fracturas en la superficie.

A finales del siglo XIX el capitalismo sufrió un trastorno fundamental. Hasta entonces la humanidad llevaba una vida precaria. La oferta de bienes estaba sometida a los avatares del clima, pero por lo general la demanda no solía plantear problemas. Eso cambió con la aparición del método científico de producción aplicado a la agricultura y a la industria manufacturera, que introdujo nuevos elementos tales como el uso de abonos y la multiplicación de máquinas poderosas. 

Surgió entonces un fenómeno inédito, primero en Estados Unidos, que era pionero en el campo tecnológico, y luego en otras partes: hubo demasiados bienes para un número restringido de personas en capacidad de comprarlos.

Eso desestabilizó fundamentalmente al capitalismo, generando situaciones en las que los prestamistas estaban sobreendeudados al tiempo que los productores, que no encontraban suficientes clientes, no reembolsaban sus deudas.

Estados Unidos vivió entonces numerosos ataques de pánico financiero al final del siglo XIX y al principio del XX, hasta la crisis de 1929 que fue la más espectacular. Y según lo que se conoce como “teoría francesa de regulación”, resultó que el meollo del problema fue la oferta excedentaria de bienes.

Es por lo tanto factible deducir que la Segunda Guerra Mundial fue una batalla colosal entre cuatro modelos industriales que proponían cada uno su propia solución para hacer frente a esa oferta excedentaria.

La solución británica consistía en buscar la manera de recrear la economía imperial de antes de la Primera Guerra Mundial, centrada en Gran Bretaña y en el seno de la cual Ucrania y Rusia asumían el papel de productores de cereales.

Al principio de los años veinte, poco tiempo después de la Revolución Rusa, los británicos ofrecieron a los soviéticos la posibilidad de ajustarse a su visión de un sistema comercial mercantil. 

Después de un denso debate interno Moscú rechazó finalmente esa opción. Pero en cierta medida ese debate llevó al líder soviético, Josef Stalin, a adoptar el modelo de “socialismo en un solo país”, opuesto al concepto de Carlos Marx, que planteaba la necesidad de una revolución mundial como condición previa a la instauración del comunismo. En el sistema de economía planificada implementado por Stalin, la oferta y la demanda de bienes industriales estaban organizadas por el Estado.

Después del colapso de 1929 los británicos cambiaron radicalmente su política comercial y buscaron protegerse imponiendo altos derechos aduaneros a los países que no pertenecían a su Imperio, mientras que la Alemania nazi desarrolló su propio modelo basado en una economía semiplanificada, esencialmente capitalista, en la que, sin embargo, las industrias de primera importancia habían sido nacionalizadas y los sindicados puestos bajo control del Estado.

Una cuarta variante vino de Estados Unidos con el New Deal. Ese modelo combinaba servicios públicos, sistemas de defensa, educación y pensión nacionalizados con una economía empresarial planificada a manos de grandes grupos, aferrados todos a los derechos de la propiedad privada. Existían muchas similitudes entre el modelo alemán y el estadunidense, salvo que el fundamento del segundo era la democracia.

En 1939 estos cuatro sistemas entraron en guerra. Ganó la cuarta versión. Pasó por procesos de adaptación al cabo de los años, pero básicamente se puede decir que su victoria desembocó en la globalización. Y esa globalización –que hoy se cuestiona– es el epicentro de una lucha ideológica equivalente a la que precedió la Segunda Guerra Mundial.

La crisis de 2008 no fue tan devastadora como la de 1929 pero causó graves daños al modelo capitalista dominante de economía de mercado. Durante décadas se vendió ese modelo a los electores presentándolo como sinónimo de “libertad”, es decir asociando la primacía de la propiedad privada con la “libertad” de elección de los consumidores. Todo esto resulta hoy en un “mercado libre” totalmente dominado por grandes grupos multinacionales que se desplazan libremente por todo el planeta, dándose el lujo de no pagar impuestos y eludir sus obligaciones empresariales y las legislaciones laborales.

Al final del siglo XX emergió una nueva forma de capitalismo que sólo compartía unos cuantos preceptos del capitalismo dominante. Rusia volvió a un capitalismo dominado por el Estado después de un flirteo ruinoso con la economía neoliberal en los años noventa. Es en ese cambio que se consolidaron la popularidad y el poder de Vladimir Putin.

China, por su lado, abrió su economía con suma prudencia a partir de los años setenta para evitar el colapso. Luego, sacando probablemente lecciones de la experiencia rusa de la época de Boris Yeltsin, Beijing avanzó paso a paso, procurando que su versión del capitalismo se mantuviera siempre bajo tutela del Partido Comunista.

Finalmente apareció una tercera variante, la de los Estados del Golfo, que alentaron la empresa privada e inversiones colosales en sus respectivos países, pero siempre bajo control de unos cuantos jeques y de sus familias, que ejercen el poder. Para estos últimos ese enfoque autoritario del capitalismo refleja en el fondo lo que siempre fueron y que seguramente seguirán siendo en el futuro.

Estas versiones del capitalismo parecieron estar en ascenso en los años 2010, en gran parte debido a la crisis financiera global. Esa crisis quebrantó la creencia de que los mercados tenían la capacidad de resolver los problemas y socavó la confianza en las clases políticas e inclusive en la democracia misma. El hecho de que se rescató a los bancos mientras que los pueblos tuvieron que cargar con el peso de la austeridad llevó a pensar que China, Rusia u otras formas occidentales de populismo podrían imponerse como alternativas en el futuro.

Hasta hace poco cada una de estas tres corrientes del capitalismo autoritario estaban muy aisladas y sólo tejían lazos esporádicos con las otras dos. Pero la guerra actual podría cambiar todas las reglas del juego si el conflicto se convierte rápidamente en guerra por terceros (proxy war) entre democracias autocráticas y liberales. China, los Estados del Golfo, India y los republicanos partidarios de Donald Trump en Estados Unidos, se muestran al menos bastante ambivalentes respecto a la guerra de Ucrania

¿Quién va a ganar?

Si bien hoy Rusia combate militarmente en Ucrania, es obvio que esa guerra por terceros para el futuro del capitalismo no triunfará con misiles Stinger.

Por paradójico que eso parezca, el problema actual tiene sus raíces en los esfuerzos que occidente, encabezado por Estados Unidos y la Unión Europea, desplegó para evitar que la crisis de 2008 fuera tan devastadora como hubiera podido ser. Para lograr su cometido, los gobiernos combinaron austeridad, reducción de las tasas de intereses a cero y aumento enorme de la masa monetaria, gracias a políticas de flexibilización cuantitativa (quantitative easing).

Semejantes medidas resultan hoy sumamente costosas. Empeoran las desigualdades que el reciente auge de la inflación aumenta aun más. Y otra vez enfrentamos un problema de demanda: si la gente no tiene suficientes medios para comprar los bienes y los servicios que venden los productores, inevitablemente va a seguir creciendo la inestabilidad económica.

Quizás el capitalismo autoritario parezca menos atractivo ahora que Vladimir Putin está destrozando a Ucrania; eso no impide, sin embargo, que las condiciones que fomentan otras formas de populismo se vayan consolidando.

Salvo que occidente decida realmente repensar a fondo el capitalismo –quizá con una versión del New Deal adaptada a la época actual–, es probable que la guerra por terceros de 2022 se extienda a nuevos frentes. (Traducción: Anne Marie Mergier) 

* Texto tomado con permiso del sitio theconversation.com

** Ronen Palan es un economista israelí radicado en Londres, catedrático de economía política internacional en la City University of London, es uno de los fundadores de The Review of International Political Economy y autor de numerosos libros sobre políticas económicas estatales, globalización, paraísos fiscales y finanzas off-shore.

Análisis publicado el 3 de marzo en la edición 2370 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.
 

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