Jesús Suaste Cherizola

Instantáneas de la Transformación: catálogo de imágenes de recordación ingrata (primera parte)

Subregistro de algunos usos y costumbres del nuevo bloque gobernante, esta compilación da cuenta de horas políticas acaloradas y que, según sus protagonistas, han de encontrar sitio de privilegio en los aposentos de la posteridad.
viernes, 4 de octubre de 2024 · 05:00

Sólo el resentimiento de quienes decidieron no entregarle sus afanes a la Causa, se dirá, sólo la tristeza de quienes prefirieron quedarse a las puertas de la Historia aferrados a su rosario de objeciones puristas, se sabe, pudieron motivar la alevosa antología que el lector tiene ante sus ojos, tramposamente olvidadiza de los momentos luminosos de la Causa y las virtudes muchas de su Conductor. 

El compilador se limitará a responder que Causa y Conductor cuentan ya con los recursos suficientes para erigirse las más objetivas y veraces antologías que deseen. 

Subregistro de algunos usos y costumbres del nuevo bloque gobernante, esta compilación da cuenta de horas políticas acaloradas y que, según sus protagonistas, han de encontrar sitio de privilegio en los aposentos de la posteridad. 

Sean estas imágenes testimonio de su envés no (muy) ilustre ni (excesivamente) honroso, de los reproches y temores con que las vimos pasar los irredimibles cultores de los márgenes; y del extático estado del que gozaron allá en su lozanía, antes de convertirse en apenas nombre de calle, busto incógnito, fuente de unánime bostezo entre escolares y archivistas.

 

La exquisita partitura del íntimo decoro 

La baritonal Layda Sansores alza su voz en la mitad del foro: “Hermano Andrés, has venido a levantarnos del polvo. (...) Ese caballo de fuego, veloz, extraordinario, a quien trasplantaste tu alma, con su coraza metálica traspasará brechas del progreso sin fronteras para que al fin llegue la justicia”. Escribe Tatiana Clouthier sobre la inauguración del Tren Maya: “(Alguien dijo) que se detuviera el tiempo, pues este evento quedará para la historia como lo marcó la llegada a la luna”. Declara el secretario de gobernación Adán Augusto: “Pretender que cualquiera de nosotros va a estar a la altura del liderazgo, del compromiso, de la imaginación hecha política pública del presidente, es equivocarnos. Solitos no somos nadie... Él es el origen y el destino”.

Junto con la revitalización de la simbólica nacionalista el obradorato reintroduce, revalorizadas, ciertas formas retóricas y emocionales en la vida pública: autoriza o recompensa los desbordamientos sentimentales, aprecia el habla ceremoniosa, irrumpe en la Historia a punta de inserciones pagadas con adjetivos. Lo significativo no es la presencia de ciertas emociones, sino las cualidades de una organización política donde el externarlas devocionalmente cumple una función.

El presidente establece la premisa inamovible: he aquí un momento estelar. Y desde allí se contagia a todos los cuadros la urgencia de adoptar el código sentimental a la altura de lo histórico, pues ante un proyecto tan ilegible en materia de principios rectores, la consistencia de las formas es una guía más segura para quien desea llenar su formulario de inscripción al grupo. El llamado “culto a la personalidad” y la propensión a la sensiblería son apenas una consecuencia lateral de esta necesidad de adscripciones ostensibles. 

Los lances sentimentales son mensajes a los correligionarios: instrumentos para la calibración de la lealtad, expresiones de un idioma compartido, rituales de pertenencia a una tribu en vías de resolver sus interrogantes históricas: ¿cuál es la semántica corporal de lo glorioso, qué sonsonetes oratorios me ponen en sintonía con lo estelar? Y la respuesta es el proliferar de gestos que son material en espera de la resurrección de Jorge Ibargüengoitia: solemnes en su curul, extáticos en su tribuna, histriónicos en su minuto ante una cámara, los convidados a buscarse un lugar en la nueva Nomenclatura ensayan los arrebatos espontáneos y buscan las palabras que han de eternizarlos. 

Sansores. Lances sentimentales. Foto: Montserrat López

Como el aviso del simpatizante Antonio Attolini: “Lo que el Presidente López Obrador hizo hoy en Naciones Unidas resonará con un eco de época en los pasillos del Templo de la Historia”. Y es triste que por hacerse el lacónico no describa el evento en toda su grandeza: ¿resonará en límpidas vibraciones seráficas o con los metálicos timbres de una eternidad sin fin? ¿Y de qué está hecho el Templo de la Historia? ¿De áureos oros, de barro fraguado en los hornos del fondo de los tiempos de la entraña de la tierra?

El obradorato es un estado de ánimo y es la invitación a adoptar los modos retóricos pertinentes. Y el patetismo y la cursilería ?no obligatorias, sí rentables? son el mínimo costo que asume quien le pierde el miedo al desbarrancamiento expresivo para así ganarse un lugar en el presidium patrio. 

Aventure su metáfora refulgente. Declame su aforismo enternecido. La reconstitución de la clase dirigente tiene vacantes, y abierta la convocatoria a la conquista de lo sublime cada quién le corta a la epopeya un gajo con los recursos idiomáticos a su alcance.

 

Obrar 

El 2 de agosto de 2023 el presidente comunica a la nación el resultado de sus cavilaciones de la tarde anterior: “Ayer estaba yo pensando. Les voy a proponer a los del sector Salud que se tenga una especie de farmacia con todas, todas, todas las medicinas, todas, todas las medicinas del mundo”. Menos de cinco meses más tarde, el presidente inaugura la Mega Farmacia del Bienestar, entre dudas sobre la idoneidad del proyecto y críticas de quienes juran haber visto más planeación en el último convivio familiar.

Es extraordinaria la tenacidad de AMLO para materializar sus ideas. Esto no necesariamente constituye un elogio si consideramos la calidad de algunas de ellas (dos malas ideas relativamente inofensivas: la impresión masiva de la Cartilla Moral de Alfonso Reyes y la rifa del Avión Presidencial. Una mala idea apenas un poco menos faraónica que construir tres pirámides: el segundo piso del Periférico. Una idea ya ni siquiera parodiable: destinar millones de pesos y movilizar recursos de la vulnerada Comisión Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas para encontrar, en Panamá, los restos del general antiporfirista Catarino Garza). Más allá de los resultados de cada caso, el que AMLO libre con tal éxito los peligros de ponderar algo en exceso le permite dar rienda suelta a sus multifacéticas aficiones, incluida, ay, la de diseñar instituciones y políticas públicas.

El proceso de concepción y creación de la Megafarmacia expresa la estricta división de poderes del régimen obradorista, el cual distribuye las funciones entre un líder encargado de legislar y el cuerpo de funcionarios llamado a materializar las instrucciones. En el singular método de toma de decisiones conviven intenciones maximalistas, fe en el tanteo, autoconfianza envidiable, escepticismo ante la ni siquiera hipotética planeación, desconfianza de los protocolos ambientales, devoción ante los números redondos (¡dos millones de árboles! ¡cien universidades!) y avidez de momentos fotogénicos. Los tecnócratas se han limitado a diseñar proyectos, de lo que se trata es de inaugurarlos.

Los resultados de esta división de poderes fueron dispares. Por ejemplo, la centralización en la Presidencia de las funciones legislativas minó la calidad y capacidad de las bancadas oficialistas, conveniente y complacientemente maniatadas por la doble pregunta retórica: ¿para qué leer una iniciativa si no voy a cambiarla? ¿cómo voy a cambiarla si no la leí?

En otro registro, la centralización del poder permitió la rápida aprobación de reformas exitosas como la constitucionalización de los programas sociales. 

Mala fue la cosecha en temas de mayor complejidad, como las políticas de salud o educación. Todo indica que las principales apuestas del sexenio (los megaproyectos estructurales) demostrarán si son o no viables hasta entradas en su quinta inauguración.

 

Izquierdometría. Imagen de las fronteras móviles 

Hasta 2018 la izquierda es fuente de una crítica uniforme y sin concesiones a los sucesivos gobiernos que enfrenta. Desde la victoria electoral de Morena, un sector de la crítica de izquierda asume la tarea de defender las decisiones del gobierno y, ante los tropiezos y reveses, moviliza el catálogo de atenuantes que piden comprensión o tiempo. 

Otro sector de la izquierda se mantiene en la crítica frontal. Y los debates se prolongan al infinito porque la demarcación de lo aceptable cambia con celeridad: ¿dónde fijar la línea entre el apoyo crítico y una forma de condescendencia indistinguible de la irresponsabilidad? ¿Ante qué embates estamos llamados a cerrar filas y a partir de qué umbral a declararnos en desacato? ¿Cuántas veces es lícito renegociar los tratados fronterizos de lo que estamos dispuestos a llamar izquierda? Denuncian los radicales: el gobierno se está corriendo a la derecha. Reviran los esperanzados: es que está tomando vuelo.

La defensa del régimen obradorista se facilita ante políticas exitosas o que la izquierda puede reconocer como propias (logros incuestionables: la ampliación de ciertos programas sociales, la defensa del salario mínimo, el aumento de la recaudación fiscal, la reducción de la pobreza). 

López Obrador. Culto a la personalidad. Foto: Miguel Dimayuga

Mucho más arduo resulta aportar pruebas de la coherencia o razón de ser no sólo de políticas que fallan en su cometido, sino de decisiones de filiación conservadora (e.g.: la reducción de capacidades estatales y su sustitución por una política de transferencias económicas, las incoherencias espetadas por AMLO contra líderes territoriales ecologistas y defensores de derechos humanos, la alianza con el Partido Verde, la alianza con grupos evangélicos ultraconservadores, la adicción a reservar información pública, la sumisión de la política migratoria a las órdenes de Estados Unidos, la neoliberal política económica durante la pandemia, el empoderamiento sin precedentes del ejército, la traición en el caso Ayotzinapa, el desmantelamiento de la Comisión Nacional de Búsqueda, el abandono del sistema de atención a víctimas, la ampliación de la prisión preventiva oficiosa y, destacadamente, la consumación del proceso de militarización de la seguridad pública, una de las mayores victorias del conservadurismo social en las últimas dos décadas).

La ambigüedad del régimen en materia de principios rectores, y la libertad que se concede el presidente para fijar los posicionamientos oficiales del gobierno, han dado origen al previsible y obstinado oficio (¿o preferirán hacerle el juego a la derecha? ¿y qué saben los puristas del verdadero ejercicio del poder? ¿y qué sabe la Izquierda Verdadera de la estrategia política? ¿y se percatan los buenaondita de que sus demandas ni siquiera son populares?) de encontrar ex post los argumentos que celebran cada decisión. 

En ausencia de mecanismos robustos de deliberación, se vuelve vital para el gobierno la disposición, al menos en una parte de los simpatizantes, a adoptar como propia la decisión que el líder considere correcta. Se defenderá, con igual convicción y firmeza, la militarización o la desmilitarización, la construcción o la cancelación de un proyecto, la firma o el rechazo de una alianza, el no endeudamiento o el endeudamiento, esto o lo opuesto. Y se desenvaina la espada de doble filo: se proclama la prioridad de los principios sobre las consideraciones pragmáticas y, enseguida, la prioridad de la eficacia sobre los principios.

A estos grupos se les reprocha no el apoyar un proyecto, sino ser indulgentes o timoratos cuando ese proyecto da la espalda a aliados históricos y se convierte en un vehículo para la imposición de políticas abiertamente reaccionarias. Forjada en la resistencia, la izquierda mexicana ha sabido reponerse a numerosas derrotas. Hoy la pregunta relevante es si sabrá sobrevivir a su victoria.

Megafarmacia. Elefante blanco. Foto: Eduardo Miranda

Hitos de la izquierda bidireccional 

El 6 de diciembre de 2023 AMLO comenta el asesinato de seis jóvenes en la ciudad de Celaya: “Estos muchachos que asesinaron hace dos días en Guanajuato, fue por el consumo, porque le fueron a comprar a alguien que estaba vendiendo droga en un territorio que pertenecía a otra banda. Entonces, evitar eso, evitar eso, y eso sólo con amor, con atención a los jóvenes, con apapacho”. 

A la larga historia de la criminalización de las víctimas por parte del Estado mexicano, el presidente añade su contribución idiosincrática: hay que exhibir la corresponsabilidad familiar y denunciar públicamente cuando la causa de la muerte de los hijos es la falta de atención de los padres.

Hay una conocida fotografía en la que Carlos Monsiváis muestra la primera plana de La Jornada del 27 de junio de 2009: “Jóvenes se drogan porque no creen en Dios: Calderón”. Unos años más tarde, López Obrador reemplaza a Dios por las invocaciones a La Familia Mexicana y los Valores Ancestrales, y extiende la vigencia de esa visión santurrona y escandalizada que desde épocas inmemoriales determina la relación del Estado mexicano con las drogas. Y adereza la mala idea colectiva con sus maquinaciones personales: hay violencia porque hay consumo; hay drogas porque no hay amor. Al discurso conservador y moralino de la derecha católica lo sucede el discurso conservador y moralino del nacionalismo de izquierdas.

Más allá del recambio de nombres y partidos, las últimas tres administraciones fortifican los pilares ideológicos transexenales: 1) El consumo de sustancias psicoactivas es el signo de una tragedia biográfica, un fracaso de la personalidad, y hemos de buscar sus causas en lamentos sobre la pérdida de los valores, la ausencia de Dios, el retraimiento de la entidad idealizada (La Familia), la falta de amor, el subejercicio de la paternidad, la serie de explicaciones que son elegías de la Liga de la Decencia convertidos en política de Estado y sentido común de la élite gobernante. 2) El prohibicionismo es el horizonte irrenunciable, y nada puede hacerse contra la división internacional del trabajo que convierte el consumo de narcóticos en los países ricos en una masacre a perpetuidad en los países pobres. 

3) Tres presidentes al hilo no pueden estar equivocados: la militarización de la seguridad pública es la única salida al problema de la violencia. Y tres administraciones redoblan la apuesta: al crimen se le inhibe con el aumento de la prisión preventiva oficiosa (la paz llegará cuando por fin se promulgue la cadena perpetua preventiva). 4) El Ejército está al margen de los entramados del crimen organizado (de manera emblemática, Obrador se encarga de resignificar el postulado de la izquierda ante el caso Ayotzinapa: no fue el Estado, sino individuos actuando aisladamente, y quien opina lo contrario participa de un complot para desprestigiar a las Fuerzas Armadas). 

Los jóvenes de Celaya. Revictimizados por AMLO. Foto: X / @diegosinhue

5) La criminalización automática de las víctimas atenúa la gravedad de las omisiones estatales. Dice el presidente (no importa cuál): “Las agresiones que se dan en el país por lo general se dan entre los grupos (del crimen organizado). Afortunadamente no hay daños colaterales”.

Durante las administraciones de Calderón y Peña Nieto, la izquierda fue firme en su rechazo a la militarización (término que, con toda razón, utilizó profusamente sin exigirse redefiniciones ni visitas al diccionario). Después comenzaron a admitirse las reconsideraciones, las apelaciones a lo de la-compleja-realidad-social y los intentos por deslizar la tímida fe de erratas: el problema no es la militarización per se, sino la militarización mal llevada. No es grato el resultado: un gobierno emanado de la izquierda pretende enfrentarse a la máquina asesina del narcotráfico armada de una serie de intuiciones robadas a los melodramas y políticas que consuman la fantasía punitivista y la reducción del poder civil.

El presidente estuvo en su derecho de hacer avanzar la agenda conservadora. La izquierda no tenía por qué hacerla suya.

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