Conservadores
Conservadores
La manera en la que la confusión mental y gravemente pervertida de López Obrador se expresa, y de la que la palabra “conservador” es un ejemplo, muestra de qué manera la riqueza y profundidad de nuestra lengua está siendo retorcida en una neolengua...CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La palabra “conservar” es hermosa. Tiene que ver con el cuidado y la preservación. Quien cuida algo es un “conservador”, alguien con una fina conciencia de la responsabilidad. El término, sin embargo, se pervirtió a partir de la Ilustración, que comenzó a cargarlo de contenidos negativos. El primero en hacerlo fue René de Chateaubriand, que en 1819 lo usó para definir a quienes se oponían a las ideas ilustradas y a los cambios políticos traídos por la Revolución Francesa e introdujo el término “conservadurismo”. Desde entonces la palabra perdió sus contornos hasta convertirse en una forma de insulto.
El término, que para Chateaubriand explicaba algo concreto y en los ámbitos de la filosofía política posteriores, algo cada vez más difícil de enmarcar por la complejidad de las ideologías surgidas de esos cambios históricos, se volvió un calificativo impreciso en el lenguaje de la politiquería partidista. Ser “conservador” se volvió sinónimo de “retrógrado”, “reaccionario”, “explotador” o, en términos del español de México, “ojete”: “Persona cobarde y de malas intenciones, que actúa con mala fe y con el propósito de dañar a los demás aprovechándose de ellos”.
Andrés Manuel López Obrador, un hombre intoxicado de profundas confusiones históricas y lingüísticas, no sólo utiliza así esa palabra. Su insensatez, que por desgracia es la de muchos en un siglo donde todo se ha desfigurado, suele también confundir a los “conservadores” con seres que se mueven en la lógica del “progreso” y a los que hoy se les llama “neoliberales”. Suele también confundir el “conservadurismo” que lo habita y está en el corazón de esa cosa ambigua e imprecisa que llama la Cuarta Transformación –centralización de toda decisión en su persona, exaltación de los valores nacionales, desprecio por el feminismo, por la ecología, por los derechos humanos– con “progresismo”. Sus confusiones conceptuales y temporales –que desde que era candidato exalta como un dechado de sabiduría y repite día con día como una especie de Evangelio político que cambiará la historia para siempre–, tuvieron uno de sus tantos momentos de plenitud el pasado 24 de abril, cuando acusó de “conservadores”, en el sentido de “ojetes” y “egoístas”, a un grupo de actores que en un video alertan de la grave destrucción ecológica que está generando la construcción del tramo 5 del Tren Maya.
Lo que expresan los artistas en ese video es evidentemente “conservador”, en el sentido original y más bello de la palabra: con el Tren Maya, dicen, “nos estamos quitando nuestra propia casa”; “no necesitamos un tren, necesitamos cuidar nuestros territorios”.
La respuesta de López Obrador es, en cambio, profundamente “neoliberal”; es decir, “conservadora”, en el sentido negativo que él le da a esa palabra. Su depredación ecológica en la Península de Yucatán es tan nociva como la depredación de los gobiernos que llama “conservadores”.
Oscuramente “progresista”, el Tren Maya y los megaproyectos de su gobierno son tan asquerosamente “neoliberales” como los de los “conservadores” que tanto desprecia.
En López Obrador, el lenguaje, ya de por sí degradado por los nuevos medios de comunicación, ha llegado a un grado preocupante de confusión y oscuridad equivalente a la descripción que el filólogo Victor Klemperer lleva a cabo en su obra La lengua del Tercer Reich. En ella, Klemperer hace un profundo análisis de la forma en que la propaganda nazi alteró el idioma alemán para inculcar en la gente ideas nacionalsocialistas.
La manera en la que la confusión mental y gravemente pervertida de López Obrador se expresa, y de la que la palabra “conservador” es un ejemplo, muestra de qué manera la riqueza y profundidad de nuestra lengua está siendo retorcida en una neolengua semejante a la que describe Georges Orwell en 1984. Su constante presencia y difusión corre el riesgo de ser hablada por una buena parte de la población, como sucedió en la Alemania nazi.
Una manera de escapar de eso, alerta Klemperer, es cuestionar constantemente el uso que el poder hace de ciertas palabras que pone de moda.
En el caso de la palabra “conservador”, hay que devolverla a su significado original, el que expresaron los actores en ese video que tanto molestó a López Obrador. Contra lo que su neolengua trasnochada y confusa entiende, la humanidad de hoy no está destinada a cambiar el mundo, sino “a impedir –decía Albert Camus– que se deshaga”. Heredera de una historia corrompida, de la que nuestros políticos son representantes, en la que “se mezclan (profundas malversaciones lingüísticas), revoluciones fracasadas, técnicas enloquecidas, dioses muertos e ideologías extenuadas; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y el desprecio”, la humanidad está obligada a “conservar” el mundo.
Ante una existencia amenazada por la destrucción, en la que todos los días corremos el riesgo de que los señores de la muerte y los inquisidores establezcan para siempre un imperio de muerte, estamos llamados a conservar la vida y el mundo donde florece. Lo que significa restaurar entre nosotros una justicia y una paz que no sea la de la servidumbre, sino la de la verdad, la justicia y el diálogo entre nosotros y con lo que nos rodea.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México. l