AMLO

El desastre y el "chivo expiatorio"

López Obrador construyó un “chivo expiatorio”: “los neoliberales”. Impreciso como todo chivo expiatorio, en esa categoría metió tanto a los regímenes del pasado como a quienes de una u otra forma criticamos no los principios de su pretendida transformación, sino sus métodos.
martes, 22 de febrero de 2022 · 11:37

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– En su profunda y compleja obra sobre el deseo mimético, René Girard habla de la figura del “chivo expiatorio”. Cuando en una sociedad, resumo, la violencia se generaliza, la misma sociedad, para evitar sucumbir a ella, busca un responsable de esos males, alguien sobre el cual concentrar la violencia. En el momento en que lo encuentra, lo persigue hasta confinarlo, asesinarlo y con su desaparición recuperar cierto orden. A veces, incluso, el “chivo expiatorio” se siente responsable, como Edipo, a quien se culpa de la peste de Tebas por haber cometido asesinato e incesto. Así, dice Girard, las sociedades, desde tiempo inmemorial, han resuelto su caos de manera sacrificial: sobre el asesinato de Remo se fundó el orden de la civilización romana, sobre el de Abel el del cainismo, sobre el de Luis XVI el de la democracia, sobre la persecución judía el de la Alemania nazi... Donde quiera que aparece el caos, un nuevo orden social surge de la construcción y el sacrificio de un chivo expiatorio.

La 4T no ha sido la excepción. Desde su ascenso al poder y su deseo de detener la violencia que se apoderó del país a causa de la corrupción, el crimen organizado y la miseria moral, López Obrador construyó un “chivo expiatorio”: “los neoliberales”. Impreciso como todo chivo expiatorio, en esa categoría metió tanto a los regímenes del pasado como a quienes de una u otra forma criticamos no los principios de su pretendida transformación –México necesita una y profunda–, sino sus métodos.

Este mecanismo bárbaro y sacrificial, no ha funcionado, sin embargo, con la lógica que le atribuye Girard. Lejos de concentrar la violencia del país sobre ese grupo de personas, la ha ahondado, multiplicando los “chivos expiatorios” y dividiendo al país en una confrontación mimética que escala día con día. Si para López Obrador la culpa del desastre del país se debe a Calderón, a Peña Nieto, a sus colaboradores –sobre los que selectivamente se ha volcado con saña– y a quienes lo criticamos, para la oposición el responsable es el propio López Obrador, las corrupciones de su gabinete y su parentela, la inacción del Ejército ante el crimen organizado y, con el surgimiento de esa otra violencia, la pandemia de covid, López-Gatell, ese Edipo mexica carente de conciencia pero responsable de tener un comercio innatural con López Obrador y de la muerte, por negligencia, de miles de personas.

Esa lógica, que concentra los males sobre personas o grupos, sean culpables o no, a la vez que no resuelve nada, oculta las profundas causas de la descomposición del país y convierte todo en una sumatoria de acusaciones, exculpaciones y venganzas que alimentan la violencia y el caos. Cuando en medio de una violencia sin freno y en constante acenso todos son a la vez culpables e inocentes, la sociedad se convierte en un mundo de perseguidores y perseguidos, de víctimas que se vuelven victimarias y victimarios transformados en víctimas. Atrapados en esa zona gris, lo que queda es una cacería de brujas en la que las más débiles serán las próximas en arder en la pira de las redes sociales, en la venganza que se ampara en la justicia, en la siguiente balacera o en el escarmiento y la intimidación del crimen organizado. Lo que importa en un mundo así es tener razón contra el otro y permanecer impune. “Mandar es respirar (…) lo esencial es enojarse sin que el otro tenga derecho a responder”, decía el juez-penitente de La caída. Frente a uno siempre habrá alguien a quien perseguir y culpar de nuestras desgracias. Con ello, el odio y la frustración se satisfacen, pero la justicia se humilla y el caos reina.

Si el chivo expiatorio, como lo mostró Girard, es sólo el mecanismo perverso de una humanidad que no es capaz de asumir la responsabilidad de cada uno en la producción de la violencia y ha extraviado su entendimiento para la verdad y la justicia, su multiplicación la perpetúa y la disemina.

Girard no encontró una salida clara para romper ese mecanismo. Varios de nosotros la buscamos en la Justicia Transicional. Reconocíamos con ella que en un país donde la violencia es descomunal, en el que los índices de corrupción e impunidad van de la mano de los centenares de miles de asesinados y desaparecidos, era imposible resolver caso por caso. Proponíamos entonces –eso acordamos con López Obrador como presidente electo– que, sin dejar de investigar los casos, se construyera un mecanismo extraordinario de verdad para todo el país y todas las víctimas, y otro de justicia que juzgara a los máximos responsables del desastre, semejante a como se hizo en Sudáfrica o en Nuremberg. Lo que se resume en esta frase difícil de entender para quienes buscan una justicia absoluta en circunstancias imposibles: “El mínimo de justicia para la mayor cantidad de víctimas y toda la verdad para ellas y la sociedad”. López Obrador aceptó. Después, traicionó los acuerdos y decidió –quizá porque él también tendría que comparecer ante esos mecanismos– transitar, en un primitivismo sacrificial, hacia el chivo expiatorio y la venganza. La consecuencia, de la que él sí es responsable directo, es esta zona gris en donde en nombre de una justicia humillada continuaremos arrancándonos los ojos unos a otros.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.

Este análisis forma parte del número 2364 de la edición impresa de Proceso, publicado el 20 de febrero de 2022, cuya edición digital puede adquirir en este enlace

Comentarios