Opinión
El iceberg
Calderón, Peña Nieto y López Obrador se parecen al capitán del Titanic, Edward John Smith --que no dio importancia a los iceberg en su viaje inaugural-- pero en peor. Uno y otros no han dejado de estrellar a México contra el iceberg del crimen organizado y lo han llevado a su hundimiento.Un sistema político consagrado al naufragio se empeña instintivamente en acelerar su hundimiento.
Sartre
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El 15 de abril de 1912 el Titanic, el barco de pasajeros británico más grande y poderoso construido hasta entonces, se estrelló en su viaje inaugural contra un iceberg en el océano Atlántico. La tragedia, que aún en nuestros días suscita asombro, se debió al desprecio por los icebergs, esos inmensos bloques de hielo que se desprenden de los glaciares y se desplazan hacia las latitudes medias de los mares.
El capitán del Titanic, Edward John Smith, sabía que transitaba una zona plagada de ellos, pero no les dio importancia. Mantuvo la velocidad de crucero, que entonces era de 22 nudos (un poco más de 40 km por hora) en ese tipo de zonas, y confió en que los vigías del puente permitirían sortearlos. Para el capitán, como para la tripulación y la mentalidad de la época, los icebergs eran meros escollos, cuya peligrosidad no afectaba a esos barcos monstruosos. La historia, como la de la embarcación alemana Kronprinz Wilhelm, que en 1907 chocó contra uno, logrando mantenerse a flote y concluir su viaje, parecía no sólo confirmarlo sino convertir la premisa en un acto de fe. Lo dijo poco antes de la trágica travesía el capitán del Titanic: “No puedo imaginarme ninguna condición que cause el naufragio de un barco. La construcción moderna de buques ha ido más allá de ello”.
Calderón, Peña Nieto y López Obrador se parecen a Smith, pero en peor. Uno y otros no han dejado de estrellar a México contra el iceberg del crimen organizado y lo han llevado a su hundimiento. Calderón fue directamente a chocar contra él, no con una tripulación de expertos distraídos en su soberbia, como la que tenía el Titanic, sino de corruptos y criminales. Peña Nieto hizo lo mismo, pero sin hablar del iceberg que ya estaba incrustado dentro de la armazón del barco. López Obrador, teniendo esos antecedentes, tampoco limpió su tripulación de corruptos y criminales, pero decretó la inexistencia del iceberg y duplicó, con su supuesta Cuarta Transformación, la velocidad de crucero. La consecuencia es que esta vez el iceberg alcanzó el nivel de flotación del país. Al igual que Smith, Calderón y Peña Nieto imaginaron, desde su soberbia, que nada podía causar el naufragio del Estado. La de López Obrador, que frisa la perversidad, cree que “la construcción de la 4T ha ido más allá de ello”.
La densidad del iceberg es, sin embargo, más profunda de lo que obstinadamente se ha empeñado en negar. El iceberg contra el que chocó el Titanic tenía 30 metros de altura, 13 menos que la del barco. Pero su peso era de casi 148 mil toneladas más. El iceberg contra el que México chocó desde 2006 no es menos terrible. Desde entonces, organizaciones de víctimas y de derechos humanos han encendido las alarmas tanto aquí como en Estados Unidos. Pero sólo hasta ahora en que el naufragio no puede ya soslayarse, los Estados Unidos han comenzado a hablar abiertamente de su densidad. El reciente reporte anual de la Comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos sobre la evaluación de amenazas para su país, del que Raymundo Riva Palacio hizo un certero análisis en su columna (El Financiero, 10/03/2022), compara su densidad con el terrorismo de Al Qaeda y de los Estados islámicos, y lo ejemplifica con la participación del crimen organizado en los procesos electorales, que cobró la vida de más de 60 políticos en los comicios de 2021.
Para completar el tamaño del iceberg agreguemos los territorios tomados por el crimen organizado (entre 30 y 35%, como lo evidencia el estado de desamparo en que se encuentran cientos de poblaciones en el norte, el centro y el sur del país), el alto porcentaje de gobernadores y presidentes municipales coludidos o sometidos por las organizaciones criminales, las masacres (más de 30 en el gobierno de AMLO), los más de 300 mil asesinados desde Calderón a la fecha (105 mil 804 de ellos sucedidos desde diciembre de 2018 a diciembre de 2021), la descomposición moral del país (los ejemplos más visibles: lo sucedido en el estadio de la Corregidora en Querétaro y las decenas de crímenes no imputados a los cárteles que suceden a diario); los miles de feminicidios denunciados en la reciente marcha del 8M; las más de 4 mil fosas clandestinas identificadas, los más de 100 mil desaparecidos, los 150 periodistas y activistas asesinados sólo en los últimos tres años…
En el caso de México no se trataba de eludir el iceberg, como correspondía al capitán y a la tripulación del Titanic, sino de evitar que el iceberg adquiriera la densidad que describo. No lo hicieron. Tanto Calderón como Peña Nieto nunca limpiaron su gabinete y sus partidos de criminales. AMLO tampoco lo hizo y, como sus antecesores, ha mantenido una casi total impunidad en la persecución del crimen. A semejanza suya, tampoco creó una política de seguridad, verdad, justicia y paz. Lejos de ello, dejaron crecer el iceberg y después de chocar contra él no sólo continúan despreciando sus estragos, sino colaborando, en sus disputas, con el total hundimiento del país.
De seguir así, el desastre será absoluto y lo único que quedará es un mundo de náufragos a la deriva, junto a un montón de cadáveres en un mar helado y vacío.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.