Coronavirus

Un mal año para los palestinos

Los factores de morbilidad son más altos en los campos palestinos debido al agravante de la carencia de higiene por la simple razón de la falta de agua.
sábado, 30 de enero de 2021 · 11:24

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– El panorama en Medio Oriente está cambiando, favoreciendo intereses que no son precisamente los sociales. Allí está el caso de Yemen para corroborar hasta dónde llegan las intenciones de los países hegemónicos en la región, tal como lo resienten los hutíes con la muerte, el hambre y enfermedades que parecen volver a los horrores de tiempos pasados, como la lepra. De nuevo son las grandes alianzas porque, se dice, si son apoyados por Irán, por qué no va a intervenir Estados Unidos al lado de sus socios de Arabia Saudita. Y, como suele suceder, ni la ONU ha podido constatar los supuestos apoyos armamentísticos de los iraníes a ese grupo tribal que ha hecho la guerra a los sauditas.

Y sin embargo otro pueblo, el de los palestinos caracterizados por su bravura y por haber puesto en jaque a la región en varios momentos, miran adormilados su devenir, confinados en campos desde 1948 debido a la creación del Estado de Israel y aumentados con los siguientes episodios bélicos. Como una decisión solidaria, los países árabes aceptaron la consigna de no alcanzar acuerdo alguno con Israel mientras no se reconociera el Estado Palestino en las condiciones estipuladas por la ONU. Sabido es que el primer paso diferente lo dio Egipto en 1979, sometiéndose a la suspensión momentánea de su membresía a la Liga Árabe, pero la relación ha padecido altas y bajas, como cuando Israel ocupó Líbano en 1982 y luego las intifadas.

Muchos conflictos sucedieron desde entonces y ya sólo forman parte de la historia épica de los mismos palestinos de tiempos de la Organización para la Liberación de Palestina y de su líder (al final tan cuestionado) Yasser Arafat. Cuarenta años después, pese a todo, los ánimos se han calmado y queda la perenne promesa de paz y de creación de un Estado Palestino en el que pudieran reunirse los millones de palestinos que viven en campos, principalmente en Líbano y Jordania. Aunque el campo más grande es el de Gaza, con 365 kilómetros cuadrados, cuya vida es absolutamente controlada por Israel.

Con el llamado acuerdo del siglo, el plan impulsado por Trump y dado a conocer hace ya un año, se decidía el futuro inmediato de Palestina; pero su peor mal paso fue no considerar a los palestinos, los principales involucrados. Las elecciones recientes que dieron el triunfo a los demócratas en Estados Unidos quizá cambien las disposiciones que les arrebataban más territorio y los dispersaban aún más; eso sin considerar la cuestión crucial de Jerusalén este, y de la Ciudad Santa reclamada por israelíes y palestinos como capital. Mahmoud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina, apuesta a un cambio en las relaciones con Estados Unidos con el nuevo presidente Joe Biden, con quien ha tenido constante contacto desde su periodo como vicepresidente estadunidense.

El problema candente es el de los asentamientos que han llevado a miles de israelíes a establecer colonias en los territorios reconocidos como ocupados por las instituciones internacionales. Mermado el territorio palestino con todos los asentamientos y colonos que los habitan, la solución del problema a través de la creación del Estado se vuelve prácticamente imposible. Aún así, el gobierno de Benjamín Netanyahu, tan cuestionado internamente, continúo auspiciando esa política, envalentonado por el apoyo irrestricto de Trump, resultando favorecido por la simpatía de los ciudadanos israelíes, entre quienes, según las encuestas recientes, dos de cada tres lo consideraron el mejor candidato. Todo ello pese a que desde hace tiempo el Consejo de Seguridad de la ONU ha calificado los asentamientos de ilegales.

Aun así Donald Trump se atribuyó el reconocimiento de ser parte de Israel involucrándose en un asunto de soberanía nacional que evidentemente no era de su competencia.

El plan de Trump no se aplicó, pero el contexto del Medio Oriente continúo cambiando con el establecimiento de relaciones diplomáticas con Abu Dabi, Emiratos Árabes y Arabia Saudita que, según sus dirigentes, debe estar atento a sus propios problemas y no a los de los palestinos. De esa forma se ha resquebrajado el acuerdo de los países árabes de actuar siempre en apoyo a los palestinos, cuando menos en política, porque en esos países tampoco les ha ido nada bien, confinándolos a ser ciudadanos de segunda sin acceder a los derechos de los nacionales.

En el comienzo se decía que de esa forma se defendía la causa palestina. Quizás en un primer momento fue la estrategia adecuada, cuando aún el regreso a sus antiguos hogares era una demanda posible; y lo que se ha hecho con los años es mantenerlos en una situación de marginación y sin beneficiarse ni de los sistemas de salud ni de educación.

El llamado acuerdo del siglo, como era obvio, provocó el enojo de Mahmoud Abbas, y no encontró otra forma de demostrarlo que cancelando con Israel los convenios para la recaudación de impuestos, lo que habría significado en 2020 una transferencia por 630 millones de euros. Esos recursos se restan a los de por sí magros ingresos de Gaza y Cisjordania.

A los problemas de siempre se ha unido la pandemia que sufre el mundo; y cuando se habla de compra y distribución de vacunas nadie hace referencia a Palestina que, al igual que otras entidades pobres, no cuenta con los ingresos para adquirirlas en el mercado internacional, donde los más ricos se las arrebatan.

Los factores de morbilidad son más altos en los campos palestinos debido al agravante de la carencia de higiene por la simple razón de la falta de agua. Aun recuerdo cuando en el campo de Chatila me invitaron a visitar su jardín y mi sorpresa no tuvo límite cuando fui conducido a un sitio donde había tres macetas con unas plantas que apenas mostraban algo de vida; pese a todo, niños divertidos correteaban alrededor. Junto, sobre una estructura maltrecha, un insuficiente tanque de agua exhibía el letrero de la UNRWA.

Y a esos problemas endémicos se suman los contagios por covid en los mercados callejeros, donde se congrega un sinnúmero de personas sin protección; cuando tienen cubrebocas lo llevan en el mentón, y no aceptan ir a los hospitales. Quizá su condición de refugiados que han superado todo les haga sentirse invencibles.

Esas actitudes se presentan por diferentes partes ante la inconsciencia de medir los alcances de la pandemia. En el campo de refugiados palestinos de Bourj el-Brajné (al sur de Beirut), pueden verse los “laberintos de pobreza”, como les llamó Alexandre Khouri a las comunidades más desvalorizadas de Líbano. Esos sitios aislados del resto del país dan el ambiente propicio para la propagación del virus en un lugar donde se han detectado 3 mil 918 contagios y se han registrado 144 defunciones desde febrero de 2020. Se trata de una tasa de mortalidad de 2.7%, el doble que la de ese país.

El mal año transcurrido para los palestinos podrá superarse, en parte, cuando Biden reactive las ayudas que el anterior presidente suspendió, en particular a Gaza, pero también a los organismos de apoyo a los refugiados, que vieron muy mermados sus ingresos. No obstante, en la mira no hay signos alentadores para llegar a la solución que los palestinos han esperado tanto tiempo, cuando el mapa político del Medio Oriente ha cambiado, movido por los intereses económicos (Arabia Saudita y socios), las preocupaciones extendidas hacia diferentes campos, como poner fin a las guerras (Siria y Yemen), salir de la crisis económica (Líbano en particular) y lidiar con la pandemia que, descontrolada, puede tener aún más estragos.

Artículo publicado el 24 de enero en la edición 2308 de la revista Proceso.

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